miércoles, 2 de julio de 2025

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Freud, S. Recordar, repetir y reelaborar

 


Recordar, repetir  y reelaborar

(Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, II) (1914)

Erinnern, liederholen und Durcharbeiten (Weitere  Ratschlage  zur  Technik der  Psychoanalyse,  II)

                                                                                 Anotaciones José Luis González F.

No me parece ocioso recordar una y otra vez a los estudiantes las profundas alteraciones que la técnica psicoanalítica ha experimentado  desde  sus  comienzos.  Al  principio, en la fase  de  la  catarsis  breueriana,  se enfocó directamente el momento de la  formación  de  síntoma  y  hubo  un  empeño,  mantenido  de  manera consecuente,  por  hacer producir {reproduzieren} los procesos psíquicos de aquella situación a fin de guiarlos para  que  tuvieran  su  decurso  a  través  de una actividad conciente. Recordar y  abreaccionar eran  en aquel tiempo las metas que se  procuraba alcanzar  con  auxilio del  estado  hipnótico.  Luego,  después que se  renunció a la hipnosis, pasó a primer  plano la tarea  de  colegir  desde las ocurrencias libres del analizado aquello que él denegaba recordar.  Se  pretendía  sortear  la resistencia  mediante  el trabajo interpretativo y la comunicación de sus resultados al enfermo;  así se mantenía  el  enfoque  sobre  las  situaciones de la formación del síntoma y sobre aquellas otras que se averiguaban presentes detrás del momento en  que  se  contrajo la  enfermedad;  en  cambio, la  abreacción  era  relegada y parecía sustituida por el gasto de trabajo que el analizado tenía  que  prestar  al  vencer, como le era prescrito, (por la obediencia a la regla ¥α* fundamental), la crítica a sus ocurrencias. Por último, se plasmó la consecuente técnica que hoy empleamos: el médico renuncia a enfocar un momento o un problema determinados, se conformaron estudiar la superficie psíquica que el analizado presenta cada vez, y se vale del arte interpretativo, en lo esencial, para discernir las resistencias que se recortan en el enfermo y hacérselas concientes. Así se establece una nueva modalidad de división del trabajo: el médico pone en descubierto las resistencias desconocidas para el enfermo; dominadas ellas, el paciente narra con toda facilidad las situaciones y los nexos olvidados. Desde luego que la meta de estas técnicas  ha  permanecido  idéntica.  En  términos descriptivos: llenar las lagunas del recuerdo; en términos dinámicos: vencer  las  resistencias  de represión.
Hay que agradecer siempre  a  la  vieja  técnica  hipnótica que  nos  exhibiera  ciertos  procesos   psíquicos   del   análisis en su aislamiento y esquematización. Sólo en virtud de ello pudimos cobrar la osadía de crear nosotros mismos  situaciones complejas en la cura analítica, y mantenerlas trasparentes.

El recordar, en aquellos tratamientos hipnóticos, cobraba una forma muy simple. El paciente se trasladaba a una situación anterior, que no parecía confundir nunca con la situación presente; comunicaba los procesos psíquicos de ella hasta donde habían permanecido normales, y agregaba lo que pudiera resultar por la trasposición de los procesos entonces inconcientes en concientes.

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Intercalo ahora algunas observaciones que todo  analista ha hallado corroboradas en su experiencia.1 El olvido de impresiones, escenas, vivencias, se reduce las más de las veces a un de ellas. Cuando el paciente se  refiere a este olvido, rara vez omite agregar: «En  verdad  lo he sabido  siempre,  sólo que  no me pasaba  por la cabeza». Y no es infrecuente que exteriorice su desengaño por no ocurrírsele bastantes cosas que pudiera reconocer corno «olvidadas», o sea, en las que nunca hubiera vuelto a pensar después que sucedieron. Sin embargo, también esta añoranza resulta satisfecha, sobre todo en las histerias de conversión. El «olvido» experimenta otra restricción al apreciarse los recuerdos encubridores, de tan universal presencia. En muchos casos he recibido la impresión de que la consabida amnesia infantil, tan sustantiva para nuestra teoría, está contrabalanceada en su totalidad por los recuerdos encubridores. En estos no se conserva sólo algo esencial de b vida infantil, sino en verdad todo lo esencial. Sólo  hace falta saber desarrollarlo desde ellos por medio del análisis. Representan {repräsentieren} tan acabadamente a los años infantiles  olvidados  como el contenido  manifiesto  del sueño a los  pensamientos oníricos.

Los otros grupos de procesos psíquicos que como actos puramente internos uno puede oponer a las impresiones y vivencias  fantasías,  procesos  de  referimiento, mociones de sentimiento, nexos deben ser considerados separadamente en su relación con el olvidar y el recordar. Aquí  su­ cede, con particular frecuencia, que se «recuerde» algo que nunca pudo ser «olvidado» porque en ningún tiempo se lo advirtió, nunca fue conciente; además, para el decurso psíquico  no  parece  tener  importancia   alguna  que  uno  de esos «nexos» fuera conciente y luego se olvidara, o no hubiera llegado nunca a la conciencia. El convencimiento que el enfermo adquiere en el curso del análisis es por completo independiente  de  cualquier   recuerdo  de  esa  índole.

En las diversas formas de la neurosis obsesiva, en particular, lo olvidado se limita las más de las  veces  a  disolución de nexos, desconocimiento de consecuencias, aislamiento  de  recuerdos.
Para un tipo particular de importantísimas vivencias, sobrevenidas en épocas muy tempranas  de la infancia y que en su tiempo no fueron entendidas, pero han hallado inteligencia e interpretación con efecto retardado {nachtraglich}, la mayoría de las veces es imposible despertar un recuerdo. Se llega a tomar noticia de ellas a través de sueños, y los más probatorios motivos  extraídos  de la ensambladura de la neurosis lo fuerzan a uno a creer en ellas; hasta es posible convencerse de que el analizado, superadas sus resistencias, no aduce contra ese supuesto la falta del sentimiento de recuerdo ( sensación de familiaridad) . Comoquiera que fuese, este tema exige tanta precaución crítica, y aporta tantas cosas nuevas y sorprendentes, que lo reservo para tratarlo en forma especial con materiales  apropiados.2

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Cuando aplicamos la nueva técnica resta muy poco, nada muchas veces, de aquel decurso de alentadora tersura.3  Es cierto que se presentan casos que durante un trecho se comportan como en la técnica hipnótica, y sólo después se de­niegan; pero otros tienen desde el comienzo un comportamiento diverso. Si nos atenemos al signo distintivo de esta técnica respecto del tipo anterior, podemos decir que el analizado  no  recuerda , en  general,· nada  de  lo  olvidado  v  reprimido, sino que lo actúa.4 No lo reproduce como recuerdo, si lo como acción; lo repite, sin saber, desde luego, que lo hace.

Por ejemplo: El analizado no refiere acordarse de haber sido desafiante e incrédulo frente a la autoridad de los padres; en cambio, se comporta de esa manera frente al médico. No recuerda haberse quedado atascado, presa de desconcierto y desamparo, en su investigación sexual infantil, pero presenta una acumulación de sueños confusos, se lamenta de que nada le sale bien y, proclama, es su destino no acabar nunca ninguna empresa. No se acuerda de haber sentido intensa vergüenza por ciertos quehaceres sexuales,  ni de haber temido que lo descubrieran, pero manifiesta avergonzarse del tratamiento a que ahora se somete y procura  mantenerlo   en  secreto  frente  a todos.

En  especial,  él  empieza  la  cura  con  una  repetición  así. A menudo, tras comunicar a cierto paciente de variada biografía y  prolongado  historial  clínico  la  regla  fundamental del psicoanálisis,  y  exhortarlo  luego  a  decir  todo  cuanto  se le ocurra, uno espera que sus comunicaciones afluyan  en torrente, pero experimenta, al principio, que no sabe decir palabra. Calla, y afirma  que  no  se  le  ocurre  nada.  Esta  no es, desde luego, sino la repetición  de  una  actitud  homosexual que se esfuerza hacia el primer  plano  como  resistencia a  todo  recordar.5  Y  durante  el lapso  que  permanezca en tratamiento no se liberará de esta compulsión  de  repetición,6 uno comprende, al fin, que esta es su  manera  de  recordar. 

Por  supuesto que  lo  que  más  nos  interesa  es  la  relación de esta compulsión de repetir con la trasferencia y la resistencia. Pronto advertimos  que  la  trasferencia  misma  es sólo una pieza de repetición, y la repetición  es  la  trasferencia del pasado olvidado; pero no sólo sobre el médico: también  sobre  todos  los  otros  ámbitos  de  la  situación presente.

Por eso tenemos que estar preparados para que el analizado se entregue a la compulsión de repetir, que le sustituye ahora al impulso de recordar, no sólo en la relación personal con el médico, sino en todas las otras actividades y vínculos simultáneos de su  vida por ej., si durante la cura elige un objeto de amor, toma a su cargo una tarea,  inicia   una  empresa.  Tampoco  es  difícil  discernir la participación de la resistencia. Mientras mayor sea esta, tanto más será sustituido el recordar por el actuar  (repetir). En efecto, en la hipnosis, el recordar ideal de lo olvidado corresponde a un estado en que la resistencia ha sido por completo abolida. Si la cura  empieza  bajo el patronazgo de una trasferencia suave, positiva y no expresa, esto permite, como en el caso de la hipnosis, una  profundización en el recuerdo, en cuyo trascurso hasta callan los síntomas patológicos; pero si en el ulterior trayecto esa trasferencia se vuelve hostil o hiperintensa, y por eso necesita  de represión, el recordar deja sitio enseguida al actuar. 

Y a partir de ese punto las resistencias  comandan  la secuencia de lo que se repetirá. El enfermo extrae del arsenal del pasado las armas  con que  se defiende de la  continuación  de la cura, y que nos es preciso arrancarle pieza por pieza.

Tenemos dicho que el analizado repite en vez de recordar, y repite bajo las condiciones de la resistencia; ahora estamos autorizados a preguntar: ¿Qué repite o actúa, en verdad?  He aquí la  respuesta: Repite  todo  cuanto  desde las fuentes de su reprimido ya se ha abierto  paso hasta  su ser manifiesto: sus inhibiciones y actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter. Y, además, durante el tratamiento repite todos sus síntomas. En este punto podemos advertir que poniendo de relieve la compulsión de  repetición no hemos obtenido ningún hecho nuevo, sino sólo una concepción más unificadora. Y caemos en la cuenta de que la condición de enfermo del analizado no puede cesar  con  el comienzo de su análisis, y que no debemos tratar su enfermedad como un episodio histórico, sino como un poder actual. Esta condición patológica va entrando pieza por pieza dentro del horizonte y del campo de acción de la cura, y mientras el enfermo lo vivencia como algo real  objetivo y actual, tenemos nosotros que realizar el  trabajo  terapéutico, que en buena parte consiste en la reconducción  al pasado.

El hacer recordar dentro de la hipnosis no podía menos que provocar la impresión de un experimento de laboratorio. El hacer repetir en el curso del tratamiento analítico, según esta  técnica más nueva, equivale a convocar  un fragmento de vida  real, y por eso no en todos los casos puede  ser inofensivo y carente de peligro. De aquí arranca todo el problema  del  a  menudo  inevitable  empeoramiento durante  la cura».

 La introducción del tratamiento conlleva,  particularmente, que el enfermo cambie su actitud conciente frente a la enfermedad. Por  lo  común  se  ha  conformado  con  lamentarse de ella, despreciarla  como  algo  sin  sentido,  menospreciarla en su valor, pero en lo demás ha prolongado frente a sus exteriorizaciones la conducta represora, la política del  avestruz, que practicó contra  los  orígenes  de  ella.  Puede  suceder entonces que no tenga noticia formal sobre  las  condiciones de su fobia, no escuche el texto correcto de sus ideas obsesivas o no aprehenda el  genuino  propósito  de  su  impulso obsesivo.7 Para la cura, desde luego, ello no sirve. Es preciso que el paciente cobre el  coraje  de  ocupar  su  atención en los fenómenos de su enfermedad. Ya no tiene  permitido  considerarla  algo  despreciable;  más  bien  será  un digno oponente, un fragmento de su ser  que  se  nutre  de buenos motivos  y  del  que  deberá  espigar  algo  valioso  para su vida posterior. Así es preparada desde el comienzo la reconciliación con eso reprimido que se exterioriza en los síntomas, pero también se concede cierta tolerancia a la condición de enfermo. Si en  virtud  de  esta  nueva  relación con la enfermedad se agudizan  conflictos  y  resaltan  al  primer plano unos  síntomas  que  antes  eran  casi  imperceptibles, uno puede fácilmente consolar de ello al paciente puntualizándole que  son  unos  empeoramientos  necesarios, pero pasajeros, y que no es posible liquidar a un enemigo ausente o que no esté lo bastante cerca. Sin embargo, la resistencia   puede  explotar   la  situación   para  sus  propósitos o querer abusar del permiso  de estar  enfermo.  Parece  hacer una demostración: «¡Mira lo que resulta de ahí, si yo no intervengo realmente en esas cosas! ¿No he hecho bien en entregarlas  a  la  represión?».  Jóvenes  y  niños,  en   particular, suelen aprovechar la tolerancia de la  condición  de  enfermo que la cura requiere para regodearse en los síntomas patológicos.

Ulteriores peligros nacen por d hecho de que al progresar la cura pueden también conseguir la repetición mociones pulsionales nuevas, situadas a mayor profundidad, que  todavía  no se habían  abierto  paso. Por  último, las acciones del paciente fuera de la  trasferencia  pueden  con­  llevar pasajeros perjuicios para  su  vida, o aun ser escogidas de modo  que  desvaloricen  duraderamente  las  perspectivas de salud.

Es fácil de justificar la táctica que el  médico  seguirá  en  ésta situación. Para él, el recordar a la manera antigua, el reproducir en un ámbito psíquico, sigue  siendo  la  meta, aunque sepa que con la  nueva  técnica  no  se  lo  puede  lograr. Se dispone a librar una permanente lucha con  el  paciente a fin de retener en un ámbito  psíquico  todos  los impulsos que él querría guiar hacia lo motor, y si consigue tramitar mediante el trabajo del  recuerdo  algo  que  el  paciente preferiría descargar  por  medio  de  una  acción,  lo celebra como un triunfo de la cura. Cuando la ligazón trasferencia se ha vuelto de algún modo viable,  el tratamiento logra impedir al  enfermo  todas  las  acciones  de  repetición más significativas y utilizar el designio de ellas como un material para el trabajo  terapéutico.  El  mejor  modo  de  salvar al enfermo  de los  perjuicios  que le causaría  la  ejecución de sus impulsos es comprometerlo a  no  adoptar  durante  la cura ninguna decisión de  importancia  vital  ( p.  ej.,  abrazar una profesión o escoger un objeto definitivo de amor); que espere, para  cualquiera  de  tales  propósitos,  el  momento  de la curación.

Desde luego que de la libertad  personal  del  analizado  se respeta lo conciliable con tales previsiones; no se le estorba ejecutar propósitos irrelevantes, aunque sean disparatados, y tampoco se olvida que el ser humano sólo escarmienta  y se vuelve prudente por experiencia  propia. Sin duda, también hay enfermos  a  los  que  no  se  puede  disuadir de embarcarse durante el tratamiento en aventuradas empresas, totalmente inadecuadas, y sólo tras ejecutarlas se volverán dóciles y accesibles para la cura psicoanalítica. En ocasiones, puede ocurrir aun que no se tenga tiempo  de refrenar  con  la  trasferencia  las  pulsiones   silvestres,  o  que el paciente, en una  acción  de  repetición,  desgarre  el  lazo que lo ata al tratamiento. Puedo mencionar, como ejemplo extremo, (el caso de una  dama  anciana  que  repetidas  veces, en un estado crepuscular, había abandonado su casa y a su marido, y huido a alguna parte, sin que nunca le deviniera candente  un  motivo  para  esta  «evasión».  Inició  tratamiento conmigo en una trasferencia tierna bien definida,  la acrecentó de una manera ominosamente rápida en los  primeros días,  y  al  cabo  de  una  semana  también  se  «evadió» de mí, antes que yo hubiera tenido tiempo  de  decirle  aigo capaz  de  impedirle  esa repetición.

Ahora bien, el principal recurso para domeñar la compulsión de repetición del paciente, y transformarla en un motivo para el recordar, reside en el manejo de la trasferencia. Volvemos esa compulsión inocua y, más aún, aprovechable si le concedemos su derecho a ser  tolerada  en cierto ámbito: le abrimos la trasferencia como la palestra donde tiene permitido desplegarse con una  libertad  casi total, y donde se le ordena que escenifique  para  nosotros todo pulsionar patógeno que permanezca escondido en  la vida anímica del analizado. Con tal que el paciente nos muestre al menos la solicitud {Entgegenkommen}de respetar las condiciones de existencia del tratamiento, conseguimos, casi siempre, dar a todos los síntomas de la enfermedad un nuevo significado trasferencial,8 sustituir su neurosis ordinaria por una  neurosis de  trasferencia,9 de la que puede ser curado en virtud del trabajo terapéutico. La trasferencia  crea  así un  reino intermedio  entre la  enfermedad y la vida, en virtud del cual  se  cumple el tránsito  de aquella a esta. El nuevo estado  ha asumido  todos los caracteres de la enfermedad, pero constituye una enfermedad artificial asequible por doquiera a nuestra intervención. Al mismo tiempo es un fragmento del vivenciar real objetivo, pero posibilitado por unas condiciones particularmente favorables, y que posee la naturaleza de algo provisional. De las reacciones de repetíción,10 que se muestran en la trasferencia, los caminos consabidos llevan luego al despertar  de los recuerdos, que, vencidas las resistencias, sobrevienen con facilidad.

Podría  interrumpir  aquí,  si  el  título  de  este  ensayo  no me obligara a exponer otra pieza de la técnica analítica. El vencimiento de la  resistencia  comienza,  como  se  sabe,  con el acto de ponerla en descubierto el médico,  pues  el  analizado nunca la discierne, y comunicársela a este. Ahora bien, parece que principiantes en el análisis  se  inclinan  a  confundir este comienzo con el análisis en su totalidad. A menudo me han llamado a consejo  para  casos en que el médico se quejaba de haber expuesto al enfermo  su  resistencia,  a pesar de lo  cual  nada  había  cambiado  o,  peo  la  resistencia  había  cobrado  más  fuerza  y  toda  la situación  se había vuelto aún menos trasparente. La cura parecía  no dar un paso adelante. Luego, esta expectativa sombría siempre resultó errónea. Por regla general, la cura se encontraba en su mayor progreso; sólo que el médico había olvidado que nombrar la resistencia no puede producir su cese inmediato. Es preciso dar tiempo al enfermo para enfrascarse en la resistencia, no consabida para él; 11 para reelaborarla {durcharbciten}, vencerla prosiguiendo el trabajo en desafío a ella y obedeciendo a la  regla  analítica fundamental.

Sólo en el apogeo de la resistencia, descubre uno, dentro del trabajo en común con el analizado, las mociones pulsionales reprimidas que la alimentan  y de cuya  existencia y poder el paciente se convence en virtud de tal vivencia. En esas circunstancias, el médico no tiene más que esperar y con­ sentir un decurso que no puede ser evitado, pero tampoco apurado. Ateniéndose a esta intelección, se ahorrará a me­ nudo el espejismo de  haber  fracasado  cuando en verdad ha promovido el tratamiento siguiendo  la línea correcta. En la práctica, esta reelaboración de las resistencias puede  convertirse en una ardua tarea para el analizado y en una  prueba de paciencia para el médico. No obstante, es la pieza del trabajo que produce el máximo efecto alterador sobre el paciente y que distingue  al  tratamiento analítico de todo influjo sugestivo. En  teoría se la  puede equiparar a la «abreacción» de los montos de afecto estrangulados por la represión, abreacción sin la cual el tratamiento  hipnótico permanece infructuoso .12



* {Abreviatura,  poco  usual  en  Freud,  de “psicoanalítica”.}

1 [En la primera edición este párrafo y los tres siguientes (que constituyen la «intercalación») aparecían impresos en un tipo de letra más pequeño.]
2  Esta  es, desde luego, una  referencia  al «Hombre  de los Lobos» y al sueño que este tuvo a los cuatro años de edad. Freud acababa de terminar su análisis, y es probable que redactase el historial clínico más o menos simultáneamente con la preparación del presente trabajo, aun­ que aquel se publicó sólo cuatro años  más tarde  (1918b). Antes de  eso, empero, abordó el examen de esta clase especial de recuerdos infantiles en la 23 de sus Conferencias de introducción al psicoanálisis (191617),  AE,  16,  págs. 3348.
3   Freud  retoma  la  argumentación   donde  la  había  dejado  antes de la intercalación precedente.
4  Esto había sido  señalado   por  Freud   mucho  antes,  en  su  Epílogo, del análisis de Dora.  AE, 7,  pág. 104, donde considera el  tena  de la  trasferencia.
5 «Sobre la iniciación del tratamiento» (1913c),  supra, pág. 139
6 Esta es, aparentemente, la primera vez que Freud menciona el concepto, que en un sentido más general  habría  de  tener  tan  importante cometido en  su posterior  doctrina  de  las  pulsiones.  Referido, como aquí, a su aplicación clínica, se lo encuentra nuevamente en «Lo ominoso» ( l9l9), AE, 17, pág. 238, y forma parte de  las  pruebas aducidas en apoyo de la tesis general de Más allá del principio de placer (1920),   AE,  18,  págs.  18  y   sigs.,  donde   se  remite  a  este trabajo.]
7  Se  hallarán  ejemplos  en   los  historiales   clínicos  del   pequeño  Hans ( 1909),  AE10,  pág 101,  y    «Hombre  de   las   Ratas»   (1909), AE, 10,  pág. 174
8 «übertragungsbedeutung»; en las ediciones anteriores  a 1924  rezaba   aquí   «übertragungsbedingung»  {«condición trasferencia!»}.
9 El vínculo entre este uso particular de la expresión  y el corriente (como  designación  de  las  histerias  y  la  neurosis  obsesiva)   se  indica en la 27 de las Conferencias de introducción  al  psicoanálisis  ( 1916 17),  AE,  16,   pág.  404.)
10   En  la  primera  edición  decía  «acciones  de repetición».
11   sich in  den ihm unbekannten Widerstand  zu  vertiefen». En 1a primera edición, en vez de «unbekannten»  se leía  «nun bekannten». {Antes  de  la  modificación,  el  texto  rezaba:  « ...   para  enfrascarse  en esta   resistencia   que  ahora  le  es consabida»}.
12 El concepto de «reelaboración», introducido en el presente trabajo, se relaciona evidentemente con la «inercia psíquica», a la que Freud dedica varios pasajes. Algunos de ellos se mencionan  en una nota mía de «Un caso de paranoia que contradice la teoría psicoanalítica» ( 1915, AE, 14, pág. 272. En Inhibíción, síntoma y angustia (1926), AE, 20, págs. 149-50, la necesidad de la reelaboración es atribuida  a la  resistencia  de lo inconciente  (o del ello), tema  al cual se vuelve en “Análisis terminable e interminable” (1937), AE, 23, págs. 24-34.]

INDICE

Pierre-Sylvester Clancier. "FREUD". Capitulo IV

 

 “FREUD”

Pierre-Sylvester Clancier.

Capítulo IV

LOS ESTADIOS DE LA EVOLUCION LIBIDINAL

Mientras que la mayoría de las personas tienen por equivalentes las nociones de "consciente" y "psíquico", Freud, como hemos visto en el segundo capítulo, se vio inducido a ampliar la noción de psíquico y a admitir la existencia de un psíquico no consciente. De igual modo, mientras que son muchos los que establecen una identidad entre lo "sexual" y "lo que se relaciona con la procrea­ción", esto es, lo "genital", Freud reconoce la existencia de un "sexual" que no es "genital", que no tiene nada que ver con la procreación 1.

Uno de los puntos más decisivos de la teoría freu­diana es, en efecto, la modificación mayor que aporta a la noción de sexualidad. El estudio de las perversiones y a la vez el de la sexualidad infantil permitieron a Freud formular ideas innovadoras en este terreno, pues por una parte "todo aquello que se sustrae al fin de procrear o que únicamente sirve para procurar placer recibe la deno­minación peyorativa de perverso" 2, y por la otra es más que evidente que, "si el niño posee una vida sexual, ha de ser sinceramente de naturaleza perversa, puesto que [ ...] carece de todo aquello que hace de la sexualidad una fun­ción procreadora" 3.


LA SEXUALIDAD INFANTIL

Freud considera los deseos del niño como sexuales. Y al asombro de sus lectores, que se preguntan si puede haber una sexualidad infantil, responde: "Nada de eso: el instinto sexual no entra de repente en los niños al llegar la pubertad, como nos cuenta el Evangelio que el demonio entró en el cuerpo de los cerdos. El niño posee desde un principio sus instintos y actividades sexuales; los trae con­sigo al mundo, y de ellos se forma, a través de las diver­sas etapas de una importantísima evolución, la llamada sexualidad normal del adulto" 4.

Por consiguiente, Freud extiende la denominación de sexual a las actividades de la primera infancia en busca de goces locales que tal o cual órgano es capaz de pro­porcionar 5. Según él, el instinto sexual del niño parece ser muy complejo y contener diversos elementos, así como etapas particulares. Damos aquí brevemente sus principales características antes de encarar con mayores detalles el estudio de los diferentes estadios de la evolu­ción libidinal. Para ello nos basamos de manera esencial en los rápidos resúmenes que dio Freud en su Cuarta con­ferencia de psicoanálisis, así corno en sus lecciones de Introducción al psicoanálisis. Según Freud, a los tres años de edad el niño ya posee una vida sexual que es en muchos aspectos comparable a la del adulto. Sus órganos genita­les, por ejemplo, son susceptibles de erección, lo cual im­plica a menudo un período de masturbación. En rigor, lo que separa esencialmente a la sexualidad infantil de la sexualidad adulta es que aquella, contrariamente a esta, no se halla sólidamente organizada alrededor de una prio­ridad acordada a los órganos genitales. De todos modos, y desde un punto de vista teórico, los estadios del desarrollo de la libido infantil anteriores a la edad de tres años son los más interesantes. Recordemos, en honor a la claridad, qué entiende Freud por libido: "Con esta palabra desig­namos aquella fuerza en que se manifiesta el instinto sexual análogamente a como en el hambre se exterioriza el instinto de absorción de alimentos"6. A todo el período anterior al tercer año del niño lo califica de "pregenital". Esto no significa que las "tendencias genitales parciales" sean entonces las más importantes. Freud habla de tenden­cias sádicas y anales. La organización sádico-anal corresponde, según él, a la última fase preliminar que antecede a aquella en la que se afirma el primado de los órganos genitales7. En esta fase el ano desempeña el papel de zona erógena privilegiada. 

Quiere, pues, decir "que el niño experimenta una sensación de placer al realizar la elimi­nación de la orina y de los excrementos y que, por tanto, tratará de organizar estos actos de manera que la excitación de las zonas erógenas a ellos correspondientes le procure el mayor placer posible" 8. Y Freud explica cómo antes de esta fase la succión del pecho materno representa el origen de la posterior vida sexual. Para él, el pri­mer objeto del instinto sexual es el pecho de la madre: "...y cuando después de mamar se queda dormido sobre el pecho de su madre, presenta una expresión de euforia idéntica a la del adulto después del orgasmo sexual" 9. Freud relaciona esta sensación con la zona bucolabial; tanto es así, que califica de fase "oral" al período del desa­rrollo de la libido que consiste en procurarse placer por el acto de chupar. El niño deja muy pronto, claro está, de poder chupar el pecho materno y se ve por ello condu­cido a sustituir este por otro objeto más fácil de obtener. Se tratará de una parte de su cuerpo, muy a menudo su pul­gar o su propia lengua. Por eso Freud habla, a propósito de la satisfacción oral, de una satisfacción "autoerótica". Debido a razones tanto lógicas como cronológicas nos proponemos ahora encarar nuestro estudio de los diferentes estadios de la evolución libidinal por el examen de la fase oral de la satisfacción sexual.


LAS ORGANIZACIONES PREGENITALES LA FASE ORAL

Este estadio del desarrollo de la libido corresponde a la primera organización sexual pregenital. Freud emplea de igual modo el adjetivo "caníbal" para designarlo. En efecto, durante este período la actividad sexual está liga­da a la absorción de alimentos. En otros términos, tal cual lo explica Freud, la pulsión sexual queda aquí satisfecha por apuntalamiento con otra función vital: la de la ali­mentación, que viene a satisfacer el hambre. La noción de "apuntalamiento", según la cual las pulsiones sexuales no son repentinamente autónomas, sino que se apoyan en las funciones de autoconservación —que les dan una finalidad y un objeto orgánicos—, es una de las claves de la teoría freudiana de la sexualidad. Fue adelantada por Freud en 1905, en Tres ensayos sobre teoría sexual, tra­bajo en el que su autor presenta como fundamental el víncu­lo que une a la pulsión sexual con importantes funciones 'vitales. Este es precisamente el vínculo que se pone de ma­nifiesto en la actividad oral del lactante. Según Freud, efectivamente, "el niño de pecho se halla siempre dispues­to a comenzar de nuevo la absorción de alimentos, y no porque sienta ya el estímulo del hambre, sino por el acto mismo que la absorción trae consigo"10. Dicho de otro modo, el hecho de chupar, y no solo la absorción de ali­mento, le ha procurado al lactante una satisfacción. La succión del pecho materno no es, pues, reducible a la satisfacción de una necesidad de nutrición; proporciona al lactante un verdadero placer, y Freud califica a este de sexual. Pero no fue Freud el primero en señalar la índo­le sexual de este acto. Antes de él un pediatra de Budapest, el doctor Lindner, había reunido cierto número de obser­vaciones que le permitieron afirmar el carácter sexual de la succión (Jahrbuch für Kinderheilkunde, XIV, 1879).

En un primer momento cuando lo que constituye el obje­to de placer es el pecho, la sexualidad no es aún, por tanto, autónoma. Solo con posterioridad, cuando el lactante es obligado a renunciar al pecho materno y lo reemplaza con una parte de su propio cuerpo, la satisfacción sexual se vuelve autoerótica. No obstante, ambos momentos revelan que la actividad alimentaria y la actividad sexual tienen el mismo objeto, a saber, "la asimilación del objeto, modelo de aquello que después desempeñará un importantísimo papel psíquico como identificación" 11. Freud introduce la noción de asimilación, ya entrado el año 1915, en la sección VI de su trabajo sobre la sexualidad infantil, sec­ción posteriormente incluida, por consiguiente, en sus Tres ensayos. Constituye el primer ejemplar de la identificación y la introyección. Vale decir que por entonces Freud insis­te más en la relación con el objeto. La asimilación [o in­corporación] corresponde a varias funciones. Primeramen­te se trata para el lactante de experimentar placer hacien­do penetrar en sí un objeto; en seguida se trata de destruir el objeto y, por último, de apropiarse de sus cualidades, conservándolo dentro de sí. Esta última función de la asimilación de las cualidades del objeto hace de la incor­poración el modelo de la identificación y la introyección. Freud habrá de explicar cómo el proceso de la introyec­ción en una instancia del aparato psíquico (en el yo, en el ideal del yo, etc.) toma por modelo la incorporación oral de los objetos. De igual modo, dice Freud, "originariamente, en la fase primitiva, oral, del individuo no es posible diferenciar la carga de objeto de la identificación" 12. En rigor, lo particularmente interesante que hay en la noción de incorporación, introducida en 1915 por Freud para precisar mejor su concepción de una organización oral de la libido, es el hecho de insistir en la idea de asi­milación de las cualidades del objeto por canibalismo.

Así, cuando inmediatamente después de Freud el psi­coanalista Karl Abraham subdivide el estadio oral en dos fases —una precoz, de succión preambivalente, y una pos­terior, de mordedura ambivalente— describe la segunda de estas como fase sádico-oral o canibalesca. Según Abraham, esta fase vendría a corresponder a la aparición de los dientes, en la que las actividades de morder y devorar implican la destrucción del objeto. Para Melanie Klein el estadio oral debe considerarse en su conjunto como estadio sádico-oral: "...la agresividad forma parte de la relación más precoz del niño con el pecho, aun cuando en este estadio no se expresa habitualmente por la morde­dura" 13, En cuanto a Freud, de modo especial en su estudio antropológico Tótem y tabú concedió suma importancia a las nociones de canibalismo y devoración, pero nada dijo acerca de la sexualidad infantil en el estadio sádico-oral.


EL ESTADIO SADICO-ANAL

Freud reserva la calificación de sádico para el período de organización pregenital que continúa a la fase oral, esto es, el período anal. En sus Tres ensayos sobre teoría sexual habla de una "fase sádico-anal". Lo que en esta de­sempeña un papel primordial es la oposición entre activo y pasivo, anunciando en cierta medida la polaridad sexual con la que tiempo después habrá de coincidir. El polo activo de esta fase es la "expresión de un instinto de dominio que degenera fácilmente en crueldad" 14. El polo pasivo co­rresponde al papel desempeñado por la zona erógena del ano a raíz de la excreción de las materias fecales. "La actividad está representada por el instinto de aprehensión, y como órgano con fin sexual pasivo aparece principalmente la mucosa intestinal erógena"15. Por consiguiente, Freud hace corresponder la actividad con el sadismo y la pasivi­dad con el erotismo anal. 

Las dos pulsiones parciales tienen diferentes funciones. La primera implica ya la presencia de un objeto heteroerótico; la segunda aún está ligada a una tendencia autoerótica, como en el caso de la fase oral. Así se comprende que la fase sádico-anal ocupe en el desarrollo de la libido un lugar intermedio entre la fase oral, por una parte, y, por la otra, la fase genital, "en la que aún faltan la organización y la subordinación a la función reproductora" 16. Efectivamente, en esta fase de la sexualidad infantil, cualquiera que sea la importancia del papel desempeñado por las propias zonas erógenas del ni­ño, este ya busca otras personas como objetos sexuales. Freud explica de qué modo puede el niño ser llevado, por ejemplo, a la crueldad. Según él, el niño todavía no cono­ce la piedad; tanto es así, que la visión del dolor ajeno no paraliza en modo alguno su pulsión de dominio. Pero Freud reconoce que es difícil analizar en, profundidad esta pul­sión. Para él, lo único que puede admitirse es que "la impulsión cruel proviene del instinto de dominio y aparece en la vida sexual en una época en la que los genitales no se han atribuido todavía su posterior papel" '17.

De todos modos, no hay que perder de vista en mo­mento alguno que el prototipo de la pulsión de dominio, que aparece en la fase sádico-anal, está dado por la acti­vidad de la defecación. En esta actividad se ve actuar, en efecto, la pulsión sádica en su bipolaridad esencial, como que el niño apunta, de manera contradictoria, a destruir el objeto y a controlarlo al conservarlo de manera pose­siva. Es, pues, el control del funcionamiento del esfínter por el niño, vale decir, el dominio de la evacuación o de la retención de las heces por este, lo que sirve de modelo a la pulsión sádica por cuyo intermedio el niño encuentra poco después un objeto sexual en la persona ajena.

Hay otra componente de la fase sádico-anal que tam­bién le permite al niño, paulatinamente, orientarse hacia un objeto sexual externo a él mismo. Se enraiza en el im­perioso deseo de ver y saber que anima al niño en ese período. Esta pulsión de ver está vinculada a la del exhi­bicionismo, paralelamente a la cual se desarrolla. Freud escribe: "El niño carece en absoluto de pudor y encuentra en determinados años de su vida un inequívoco placer en desnudar su cuerpo, haciendo resaltar especialmente sus órganos genitales. La contraparte de esta tendencia, con­siderada perversa, es la curiosidad por ver los genitales de otras personas (…).  Dado que la ocasión de satisfacer tal curiosidad no se presenta generalmente más que en el acto de la satisfacción de las dos necesidades excremen­tales, conviértense estos niños en voyeurs, esto es, en inte­resados espectadores de la expulsión de la orina o de los excrementos verificada por otra persona" 18.

Tales son las principales tendencias que según Freud caracterizan este período de la sexualidad infantil. Karl Abraham, quien, como hemos visto, llegó incluso a distin­guir dos fases dentro de la fase oral, procede asimismo a un pormenorizado estudio de la fase sádico-anal. A partir de 1924 Abraham propone una subdivisión dentro de la fa­se sádico-anal. Cada nueva fase correspondería a un modo diferente de comportamiento con respecto al objeto. Para el niño trataríase tan pronto de expulsar el objeto y des­truirlo, y tan pronto de retenerlo y poseerlo. En los co­mienzos del estadio anal el erotismo estaría ligado a la evacuación anal, y la pulsión sádica lo estaría a la destruc­ción de las heces; consiguientemente, el erotismo anal estaría ligado, en cambio, a la retención de las materias fecales, y la pulsión sádica lo estaría a su control posesivo. El paso de la primera fase a la segunda señalaría, según Abraham, una verdadera evolución hacia el amor de ob­jeto. La prueba de ello la suministran ciertas psicosis, que corresponden a una regresión más allá de la segunda fase sádico-anal, en tanto que las regresiones simplemente neuróticas correspondientes a este estadio de organización pregenital no superan la segunda fase, ya ligada al amor de objeto.

Por último, para captar de manera aun más precisa, en su relación con el objeto, esta organización pregenital, conviene recordar que Freud dejó bien en evidencia los valores simbólicos de don y rechazo que se vinculan a la actividad de la defecación. A este respecto, Freud deslindó el vínculo que existe entre los excrementos, los regalos y el dinero, que definirían, según la importancia que se les concediese, una tendencia anal.


LAS INVESTIGACIONES SEXUALES DEL NIÑO Y EL ESTADIO FÁLICO

Con posterioridad al conjunto de las actividades del estadio anal, es decir, durante un período que cae entre el tercero y el quinto año de vida del niño, Freud describe "los primeros indicios de la actividad denominada instinto de saber (Wisstrieb) o instinto de investigación"; la acti­vidad de la pulsión de saber "corresponde por un lado a la sublimación de la necesidad de dominio, y por otro actúa con la energía del placer de contemplación" 19. La pulsión de saber mantiene estrechas relaciones con la vida sexual. En efecto, durante este período el niño concede suma im­portancia a los problemas sexuales. Freud llega incluso a reconocer que tales son los problemas que despiertan la inteligencia del niño. Es una verdadera necesidad práctica, que lleva al niño a efectuar averiguaciones sexuales; por ejemplo, cuando pesa sobre él la amenaza del naci­miento de un hermano o una hermana, que puede provocar una disminución de los cuidados y del amor que sus pa­dres le dedican. Así, lo que más perturba al niño de esta edad es el enigma del origen de los niños. Para Freud, "bajo un disfraz fácilmente penetrable, es también este el problema cuya solución propone la esfinge tebana" 20.

En cambio, el problema de la diferencia de sexos preo­cupa muy poco al niño de esta edad. Por lo demás los chi­quilines siguen convencidos, según Freud, de que toda persona posee el mismo aparato genital que el de ellos. Es, incluso, un rasgo característico de los muchachos de esta edad defender tercamente esa convicción frente a las observaciones, contradictorias no obstante, que no tardan en hacer. El abandono de tal convicción proviene en ellos, muy a menudo por lo demás, de importantes luchas inte­riores, de luchas que corresponden a lo que Freud denomi­na complejo de castración. Los varones se ven llevados, en efecto, a imaginar que la mujer debe de haber tenido en otro tiempo un pene, del que se la ha privado por cas­tración. "La niña no crea una teoría parecida al ver que los órganos genitales del niño son diferentes de los suyos. Lo que hace es sucumbir a la envidia del pene, que culmi­na en el deseo, muy importante por sus consecuencias, de ser también un muchacho" 21, escribe Freud.

Para volver al problema considerado tan importante por los niños de esta edad, es decir, al del origen de los hijos, Freud enumera las diversas soluciones anatómicas que imaginan los chicos, quienes suponen que el nacimien­to se lleva a cabo por el pecho de la madre, o bien por su vientre después de una incisión, o incluso por su ombligo, Otras suposiciones consisten en creer que los hijos salen del intestino de la madre después de haber absorbido esta algún alimento especial. Freud muestra con claridad có­mo todas estas suposiciones van acompañadas de una mala concepción de las relaciones sexuales, aun cuando los ni­ños hayan podido sorprender a sus padres en pleno acto sexual. Esos niños no han podido "menos que considerar el acto sexual como una especie de maltrato o de abuso de poder" 22. En otros términos, le han dado una significa­ción sádica. De ahí que tanto ellos como los demás niños continúen formulándose la pregunta de saber en qué con­siste la relación sexual, "y buscan la solución del misterio en una comunidad facilitada por la función de expulsar la orina o los excrementos" 23.

Freud destaca, pues, el fracaso de las investigaciones sexuales del niño durante todo el período anterior a la pubertad. Pero esto no quiere decir, ni con mucho, que haya que considerar todo ese período como el de las orga­nizaciones únicamente pregenitales. Freud reserva esta denominación, según acabamos de verlo, para el estadio oral y el estadio anal.

El período que sucede al estadio anal corresponde a una organización de la sexualidad bastante cercana a la del adulto. Freud califica a este período de estadio fálico, pues corresponde a una organización de la libido infantil en torno del primado del falo. Ya entrevimos esto a pro­pósito de las nociones de "complejo de castración" y "en­vidia del pene". En 1923 Freud introdujo en el desarrollo de la sexualidad infantil una tercera fase, que interviene después de las dos organizaciones pregenitales represen­tadas por el estadio oral y el estadio anal. Y escribe a este respecto: "Posteriormente (1925) he modificado esta des­cripción, interpolando en la evolución infantil, y después de los dos estadios de organización pregenital, una tercera fase, que puede ya denominarse genital y que muestra ya un objeto sexual y una cierta convergencia de las tenden­cias sexuales hacia dicho objeto, pero que aún se diferen­cia de la organización definitiva de la madurez sexual en un punto esencial. No conoce, en efecto, sino un aparato genital —el masculino—, razón por la cual hemos dado a esta fase el nombre de organización fálica" 24

Según Karl Abraham, esta fase parece tener, por lo demás, una raíz biológica, en el sentido de que en el embrión no hay, al Parecer, diferenciación sexual. Resulta importante seña­lar que la idea de una predominancia del órgano del macho Ya existe en Freud mucho antes de su texto de 1923 titu­lado "La organización genital infantil". En la primera edi­ción (1905) de sus Tres ensayos sobre teoría sexual Freud adelanta algunas ideas que prefiguran su tesis de la fase fálica. Por una parte afirma que en la edad infantil la diferencia sexual no es tan manifiesta como habrá de serlo después de la pubertad y que, "con referencia a las manifestaciones sexuales autoeróticas y masturbato­rias, podría decirse que la sexualidad de las niñas tiene un absoluto carácter masculino". Luego añade que "en la niña la zona erógena directiva es el clítoris, localización homóloga a la de la zona erógena directiva masculina en el glande". Y por otra parte generaliza el alcance de estos análisis, cuando escribe que, "si fuera posible atri­buir un contenido más preciso a los conceptos 'masculino' y 'femenino', se podría también sentar la afirmación de que la libido es regularmente de naturaleza masculina, aparezca en el hombre o en la mujer independientemente de su objeto, sea este el hombre o la mujer 25. Por lo de­más, en el análisis que hace Freud de Juanito, en el que deslinda la noción de complejo de castración, pone en evi­dencia la alternativa para el muchacho de haber sido castrado o de poseer un falo. Por último, en un artículo de 1908 titulado "Teorías sexuales de los niños", Freud puso en claro la noción de envidia del pene en la niña y la frustración que ella implica.

Con posterioridad al artículo de 1923, al de 1924 titu­lado "El final del complejo de Edipo" y al relativo a "Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anató­mica de los sexos", de 1925, es dable definir la frase fálica, según Freud, de la siguiente manera. Dentro de la perspec­tiva genética, la oposición "pasivo - activo", que caracteriza a las dos tendencias del estadio anal, es reemplazada por la bipolaridad que existe entre castrado y fálico. Así, con motivo de esta fase, el retroceso del complejo de Edipo está ligado para el muchacho a la amenaza de castración. En el caso de la niña, Freud afirma que se puede igual­mente hablar de una organización fálica; esta se manifies­ta por la envidia del pene que anima a la niña cuando descubre la diferencia entre los sexos. La niña se siente castrada con respecto al muchacho y desea poseer, como este, un pene. Ese sentimiento de frustración va acompa­ñado por un violento resentimiento para con la madre y por un descrédito de esta. La niña desea tener un hijo, pues este puede servir de equivalente simbólico del pene.


EL PERIODO DE LATENCIA

Según Freud, a partir del quinto o sexto año la evo­lución de la sexualidad se detiene hasta el momento de la pubertad. Período de latencia, llama Freud a este pe­ríodo señalado por la disminución de las actividades se­xuales del niño. No habla de estadio, pues no se encuentra una nueva organización de la sexualidad infantil antes de la pubertad. Durante este período se asiste a una re­presión de los primeros objetos sexuales elegidos por el niño entre los dos y los cinco años: "Sus fines sexuales han experimentado una atenuación y representan enton­ces lo que podríamos denominar corriente de ternura de la vida sexual. Solo la investigación psicoanalítica puede mostrar que detrás de esa ternura, ese respeto y esa consideración se esconden las antiguas corrientes sexuales de los instintos parciales infantiles ahora inutilizables" 26

El periodo de latencia comienza con la declinación del com­plejo de Edipo; aplaza la madurez sexual y permite lanar el tiempo, necesario para "alzar, al lado de otros diques sexuales, los que han de oponerse a la tendencia al inces­to". Según Freud, durante este período el niño puede imbuirse de "aquellos preceptos morales que excluyen de la elección de objeto a las personas queridas durante la niñez y a los parientes consanguíneos" 27. Así pues, en el curso del período de latencia se elaboran las fuerzas psí­quicas que consecuentemente se opondrán a las pulsiones sexuales y canalizarán su progresión. Estas fuerzas corres­ponden, según Freud, al asco y al pudor; son las aspiraciones morales y estéticas. "Ante los niños nacidos en una sociedad civilizada experimentamos la sensación de que estos diques son una obra de la educación, lo cual no deja de ser, en gran parte, cierto. Pero en realidad esta evolu­ción se halla orgánicamente condicionada y fijada por la herencia y puede producirse sin auxilio ninguno de la educación" 28, escribe Freud, para interrogarse luego so­bre la manera en que se constituyen esas fuerzas capaces de limitar las tendencias sexuales. Y entonces define el proceso que desvía a las fuerzas sexuales de su finalidad, durante el período de latencia, como un "mecanismo de sublimación". Es un proceso que le permite al niño em­plear las antiguas fuerzas sexuales en nuevos fines. 

Así, durante el período de latencia las tendencias sexuales continúan existiendo, pero son de alguna manera desvia­das y se orientan hacia otros fines. A propósito de la na­turaleza del mecanismo de sublimación, Freud formula la siguiente hipótesis: por una parte la sexualidad no tiene, durante el período de latencia, uso apropiado, a falta de las funciones de procreación, y por otra parte parece ser perversa, esto es, llevada a dar privilegio a excitaciones sexuales localizadas en tal o cual zona erógena. Según Freud, precisamente estas excitaciones sexuales provoca­das hacen entrar en juego a contrafuerzas o reacciones que, a fin de reprimir eficazmente tan desagradables sensaciones, "erigirán los diques psíquicos ya citados (re­pugnancia, pudor, moral)" 29.

Durante este período de la infancia la sublimación de las pulsiones sexuales se realiza, pues, "por formación reaccional", cosa que no siempre ocurre, precisa Freud, en un estadio posterior del desarrollo de la libido. Efectiva­mente, la formación reaccional y la sublimación deben considerarse, según él, como dos procesos distintos. Ello quiere decir que hay casos en los que, con posterioridad a la pubertad y ya en la edad adulta, se realizan sublima­ciones de acuerdo con mecanismos más sencillos. De todos modos, el campo de las actividades sublimadas sigue es­tando bastante mal circunscripto en la teoría freudiana.


Y además Freud tiende a hacer resaltar el carácter hipo­tético de sus puntos de vista relativos al período de laten­cia, con lo que termina por decir que la transformación de la sexualidad infantil, tal cual la ha descrito, "representa un ideal educativo del que casi siempre se desvía el des­arrollo del individuo en algún punto, y con frecuencia en muchos puntos", para añadir por fin: "En la mayoría de los casos logra abrirse camino un fragmento de la vida sexual que ha escapado a la sublimación, o se conserva una actividad sexual a través de todo el período de la­tencia hasta el impetuoso florecimiento del instinto sexual en la pubertad" 30. Precisamente este florecimiento de la pulsión sexual a partir de la pubertad y bajo el primado de la zona genital es lo que vamos a estudiar ahora.


EL ESTADIO GENITAL

Freud se aplica a describir, de modo muy especial en sus Tres ensayos sobre teoría sexual, las transformaciones que en la pubertad deben conducir la vida sexual del niño "a su forma definitiva y normal". Con tal motivo recuerda de qué modo la pulsión sexual había seguido siendo, antes de la pubertad, esencialmente autoerótica, ya que "hasta ese momento actuaba a partir de instintos aislados y de zonas erógenas que, independientemente unas de otras, buscaban como único fin sexual determinado placer" 31. Ahora bien, con la pubertad aparece una nueva finalidad sexual hacia la que se orientan todas las pulsiones parcia­les de los estadios precedentes, en tanto que las diversas zonas erógenas se someten al primado de la zona genital. En otros términos, según Freud "reservamos el nombre de genital para la organización sexual definitiva, que se constituye después de la pubertad" 32.

 Durante las fases precedentes —oral, anal y fálica— los fines sexuales siguen siendo parciales, e inadecuados los objetos. A partir, pues, de la noción de objeto se articula la de organización de la libido en diferentes fases del desarrollo, y el niño pasa del autoerotismo al objeto heterosexual. Por otra parte a partir de las nociones de placer preliminar y placer final, de placer de órgano y placer de función, puede Freud mos­trar la correspondencia que existe entre modos especí­ficos de actividad sexual y los diferentes estadios libidinales.

Para Freud, el instinto sexual del niño durante las fases pregenitales, es decir, entre el segundo y el quinto año, emana de fuentes diversas. Ante todo es, por supuesto, un instinto independiente de la función de reproducción; le procura al niño diversos tipos de sensaciones agradables a las que Freud califica de placeres sexuales. Pero no se trata aún de un placer de función. Solo en la pubertad, cuando el placer sexual se halle ligado a la función de reproducción, se lo podrá designar de ese modo. Para el muchacho, el placer sexual se vincula a la excitación de ciertas zonas erógenas, tales como "la boca, el ano, la abertura del meato y también la piel y otras superficies sensibles" 33. Por eso habla Freud de "placer de órgano". Dentro de este tipo de placer, la excitación de una zona erógena particular lo proporciona por si sola sin hallarse ligada a la satisfacción de las demás zonas y sin corres­ponder a la realización de una función. Freud precisa que las excitaciones "surgidas de todas estas fuentes no parecen actuar todavía de manera conjunta, sino que cada una persigue su fin especial", y esto lo lleva a pensar, como hemos visto, que "en la infancia el instinto sexual no está, por tanto, centrado, y es, al principio, autoerótico, careciendo de objeto"34. La libido no es aún "objetal", como habrá de serlo en principio, plenamente, después de la pubertad, sino simplemente "narcisista" 35.

No obstante, Freud matiza resueltamente este aserto, pues para él muy pronto aparecen en el niño, junto a las actividades autoeróticas, esos "componentes instintivos del placer sexual, o, como acostumbramos decir, de la libido, que presuponen una persona exterior al sujeto" 36. El niño encuentra entonces en uno de sus padres su primer objeto de amor, en el que se concentra toda su sensualidad. Pero la represión que se efectúa durante el período de latencia lleva al niño a renunciar a la mayoría de sus fines sexua­les infantiles y acarrea en él un cambio de actitud para con sus padres. 

Desde luego, sigue apegado a ellos, pero sus tendencias primitivas han sido ya canalizadas, y enton­ces solo siente por ellos sentimientos de ternura. En rigor, durante el período de latencia las tendencias sensuales anteriores persisten, pero solo en el inconsciente del niño. De ahí que la edad de la pubertad sea de capital importancia para el florecimiento de la libido. En efecto, en tanto surgen con ellas nuevas tendencias, todas ellas muy vivas y orientadas, además, hacia fines sexuales directos, "la normalidad de la vida sexual se produce por la con­cordancia de las dos corrientes dirigidas sobre el objeto sexual y el fin sexual, a saber, la corriente de ternura y la de sensualidad" 37.

Las eventuales neurosis que puedan surgir en este período del desarrollo sexual del individuo podrán, pues, comprenderse en función de la situación del individuo con respecto al objeto sexual, esto es, en función de la mayor o menor importancia que haya concedido a una u otra de esas corrientes. En los casos desfavorables, por ejemplo, las tendencias sensuales permanecerán absoluta­mente separadas de la persistente corriente de ternura. Se obtiene entonces, según Freud, un cuadro cuyos dos aspectos han sido gustosamente idealizados por algunas corrientes literarias. El hombre consagra un culto quimé­rico a mujeres que le merecen sumo respeto, pero que no le inspiran el menor sentimiento amoroso, él solo se siente excitado en presencia de otras mujeres, a las que no "ama" y apenas estima, cuando no las desprecia 38.

Por lo demás, Freud definió la pubertad tal cual lo hemos destacado, por la aparición de una nueva finalidad sexual. Según él, "dado que el nuevo fin sexual determina funciones diferentes para cada uno de los sexos, las evolu­ciones sexuales respectivas divergirán considerablemente" 39. Considera que la del varón es la más lógica y, por consiguiente, la más fácil de interpretar. Por eso, en sus Tres ensayos sobre teoría sexual estudia principalmente la evolución sexual del varón durante la fase genital. A partir de la situación de la finalidad sexual, que en el varón consiste después de la pubertad en la emisión de los productos genitales, Freud analiza nuevamente la no­ción de placer sexual y comprueba que "el nuevo fin se­xual (…) no es totalmente distinto del antiguo fin, que se proponía tan solo la consecución del placer, pues precisamente a este acto final del proceso sexual se enla­za un máximo placer" 40. 

No obstante, gracias a este pro­ceso "se subordinan los diversos instintos a la primacía de la zona genital, con lo que toda la vida sexual entra al servicio de la procreación, y la satisfacción de los ins­tintos queda reducida a la preparación y favorecimiento del acto sexual propiamente dicho" 41. Freud establece en­tonces una distinción entre el placer debido a la excita­ción de las zonas erógenas y el que corresponde a la eya­culación de los productos genitales. Al primero lo califica de "placer de órgano", y al segundo de "placer final". Para él, "el placer preliminar es el mismo que ya hubieron de provocar, aunque en menor escala, los instintos sexuales infantiles" 42. Se trata, por tanto, de un placer de órgano que en este caso se subordina a un placer de función, vale decir, al de la reproducción. "El placer final es nuevo y por lo tanto se halla ligado probablemente a condiciones que no han aparecido hasta la pubertad. La fórmula para la nueva función de las zonas erógenas sería la siguiente: son utilizadas para hacer posible la aparición de mayor placer de satisfacción por medio del placer preliminar que producen y que se iguala al que producían en la vida in­fantil" 43.

Recordemos que precisamente en este nivel se com­prende la noción de perversión. Ocurre, en efecto, que las tendencias sensuales parciales no se subordinan en su totalidad al primado de la zona genital. Una tendencia que ha seguido siendo independiente constituye lo que Freud denomina perversión y reemplaza a la finalidad sexual normal por su propia finalidad. Puede suceder, por ejemplo, que el autoerotismo no haya sido resuelto, por completo, o bien que la equivalencia primera de los dos sexos en su condición de objetos sexuales permanezca como tal, lo que entrañará en el adulto una ambivalencia sexual y hasta una total homosexualidad. Según Freud, "esta serie de perturbaciones corresponde a las inhibicio­nes directas del desarrollo de la función sexual y comprende las perversiones y el nada raro infantilismo gene­ral de la vida sexual" 44.

En conclusión, aparece, pues, con claridad, que todas estas consideraciones sobre la sexualidad infantil y el desarrollo psicosexual del individuo no apartaron a Freud de las preocupaciones mayores del psicoanálisis, o sea, el estudio de las neurosis y las perversiones y su consiguiente tratamiento. Así es; Freud pone de relieve por una parte que "las manifestaciones infantiles de la sexualidad no determinan tan solo las desviaciones, sino también la estructura normal de la vida sexual del adulto" 45, y por la otra que, "si queréis, podéis describir exclusivamente el tratamiento psicoanalítico como una segunda educación dirigida al vencimiento de los restos de la infancia"


 
NOTAS

1 Cl. Freud 'Desarrollo de la libido y organizaciones sexuales', "Teo­ría sexual", Introducción al psicoanálisis, en ob, cit., t. IX, págs. 316-326.
2 Freud, "Teoría sexual", introducción al psicoanálisis, en ob. cit„ t. II, pág. 314.
3 Idem, ibídem.
4 Freud, Esquema del psicoanálisis, 1910, en ob. cit., t. II, pág. 142
5 Freud, Introducción al psicoanálisis, en ob. cit., cf. págs. 312-325
6 Idem, ibídem.
7 Idem, ibídem.
8 Idem, pág. 313. 9 Idem, pág. 312.
10 Idem, ibídem.
11 Freud, "La sexualidad infantil", Una teoría sexual, en ob. cit., t. I, pág. 801.
12 Freud, El "yo" y el "ello", en ob. cit., t. II, pág. 16, A este respecto nos parece interesante reproducir la nota que agrega Freud al pie de su comparación: "La creencia de los primitivos de que las cualidades del animal ingerido como alimento se transmiten al indi­viduo y las prohibiciones basadas en esta creencia constituyen un interesantísimo paralelo de la sustitución de la elección del objeto por la identificación. Esta creencia se halla también integrada, seguramente, entre los fundamentos del canibalismo, y actúa en toda la serie de Las  costumbres que va desde la comida totémica hasta la comunión. Las consecuencias que aquí se atribuyen a la apropiación oral del objeto surgen luego, realmente, en la selección sexual del objeto Ulterior.
13 M. Klein, "Sorne theoretical conclusions regarding the enmotional life of the infant", 1952, en Developments, 206, N° 2.
14 Freud, Introducción al psicoanálisis, en ob. cit., t. II, pág. 320
15 Freud, "La sexualidad infantil", Una teoría sexual, en ob. t.I, pág. 801.
16 Idem,
17 Idem, pág. 799.
18  Idem, pág. 798.
19 Idem, pág. 799.
20 Idem, págs. 799-800.
21 Idem, pág. 800. Nuestro es el subrayado de la expresión "en­vidia del pene", que hace juego con la de "complejo de castración", también subrayada precedentemente.
22 Idem. Ibídem.
23 Idem,
24 Idem, nota pág. 802.
25 Respecto de todas estas citas, cf. Freud, 'Diferenciaciones de los sexos', "Metamorfosis de la pubertad", Una teoría sexual, en ob. cit., t. I, págs. 811-812.
26 una teoría..., en ob. cit., t. I, pág. 802.
27 Idem, pág. 814.
28 Idem, pág. 791,
29 Idem, pág. 792.
30 Idem, pág. 792.
31 Freud, "La metamorfosis de la pubertad", en ob. cit., t. I, Pág. 805.
32 Freud, Nuevas aportaciones al psicoanálisis, en ob. cit., t. II, Pág. 925.
33 Freud, Esquema del psicoanálisis, 1910, en ob. cit., t. /I, pág. 143.
34 Freud, Una teoría sexual, en ob. cit., t. 1, pág. 794.
35 Se dice que la libido es objetal cuando, sustrayéndose de la propia persona del sujeto, se carga sobre objetos exteriores, es decir sobre otras personas,
36 Freud, Esquema del psicoanálisis, en ob. cit., t. II, pág. 143.
37 Freud, Una teoría. . ., en ob. cit., t. 1, pág. 806.
38 Cf. Freud, "Aportaciones a la psicología de la vida erótica", Ensayos sobre la vida sexual y la teoría de las neurosis, en ob. cit.,
t. 1, págs. 969-971.
39 "La metamorfosis de la pubertad", en ob. cit„ t. I, págs. 805-806.
40 Idem, pág. 806.
41 Freud, "Psicoanálisis", Esquema del psicoanálisis, 1910, en ob. cit., t. II, pág. 143.
42 "La metamorfosis...", en ob. cit., t. I, pág. 807.
43 Idem, ibídem.
44 "Psicoanálisis', Esquema. . ., en ob. cit., t. II, pág. 144.
45 "La metamorfosis...", en ob. cit., t. 1, pág. 808.
46 "psicoanálisis", Esquema..., en ob. cit., t. II, pág. 145.