viernes, 21 de abril de 2017

Pierre-Sylvestre Clancier. "Freud". Cap. II y III. -



"Freud"
Pierre-Sylvestre Clancier. 


Capítulo 2. Hipótesis del Inconsciente   

y Capítulo 3. Una nueva tópica.



Freud por Salvador Dalí
Capitulo 2 


HPOTESIS DEL INCONSCIENTE

La división de lo psíquico en un psíquico consciente y un psíquico inconsciente constituye la premisa fun­damental del psicoanálisis, sin la cual este sería incapaz de comprender los procesos patológicos tan frecuentes como graves de la vida psíquica y de hacerlos entro en el marco de la ciencia.(1)
Sigmund Freud


UNA HIPÓTESIS "NECESARIA" Y "LEGITIMA"

Freud comprueba a través de sus experiencias de aná­lisis terapéuticos que la predominancia de ideas incons­cientes eficientes es un hecho esencial en la psicología de las neurosis. ¿Qué entiende por ello? Entiende el hecho de que efectivamente existe un alto número de representa­ciones que pueden actuar de manera sensible sobre nuestro espíritu sin dejar de estar latentes en nuestra conciencia, lo que no quiere decir que sean representaciones débiles. Freud posee desde muy temprano la convicción, que logró a partir de estudios de casos de histeria, de que existen pensamientos latentes que no penetran en la conciencia, no importa lo fuerte que haya llegado a ser.

De modo, pues, que es conveniente reservar el término de inconsciente para ese tipo de pensamientos que obran en las neurosis. Freud insiste en el hecho de que la hipótesis del inconsciente es "necesaria" y "legítima" y que contamos con muchas pruebas de la existencia del incons­ciente.

Para Freud, en efecto, la asimilación, formulada de entrada, entre lo psíquico y el inconsciente es un verdadero abuso filosófico, una pura y simple petición de prin­cipio, pues se trata de una asimilación que no toma en cuenta el hecho de que los datos de la conciencia son en ex­tremo deficitarios. ¿De qué modo se podrían explicar en el enfermo los actos fallidos, los sueños y todo cuanto se llama síntomas psíquicos y fenómenos compulsivos sin ha­cer intervenir la noción de inconsciente? "También pode­mos aducir, en apoyo de la existencia de un estado psíquico inconsciente —dice Freud—, el hecho de que la conciencia solo integra en un momento dado un limitado contenido, de manera que la mayor parte de aquello que denomina­mos conocimiento consciente tiene que hallarse de todos modos, durante largos períodos de tiempo, en estado de latencia, esto es, en un estado de inconsciencia psíquica" 2. Y en apoyo de su hipótesis añade: "La negación del incons­ciente resulta incomprensible en cuanto reparamos en la existencia de todos nuestros recuerdos latentes" 3.

Por eso Freud se aplica a mostrar la naturaleza de los estados psíquicos inconscientes que pueden plantearse co­mo problemas. Y demuestra que estos mantienen un estrecho contacto con los procesos psíquicos conscientes a los que pueden ser traspuestos mediante la ejecución de determinado trabajo.
Así, según Freud, los estados psíquicos inconscientes pueden describirse por medio de las categorías que se apli­can a los actos psíquicos conscientes, esto es, la representación, la tendencia y la decisión. No se podría, pues, vaci­lar un solo instante en encararlos como verdaderos objetos de la investigación psicológica y en confrontarlos con los actos psíquicos conscientes.

Por lo demás, la hipótesis del inconsciente es cabal­mente "legítima", pues sin ella tendríamos que decir que todos los actos y todas las manifestaciones que observamos en nosotros sin saber vincularlos con el resto de nuestra vida psíquica deben juzgarse como si pertenecieran a otra persona. Esto sería absurdo, ya que equivaldría a suponer la existencia en nosotros de una segunda conciencia hermé­tica a la primera, que perdería por eso mismo su título de conciencia. De modo, pues, que para Freud es más justo admitir, sencillamente, la existencia de actos psíquicos pri­vados de conciencia.


LOS PUNTOS DE VISTA TÓPICO Y DINÁMICO

La hipótesis freudiana del inconsciente no se limita a admitir la coexistencia de diversos actos psíquicos, sino que además determina para cada uno de ellos una natura­leza y un tipo diferentes de funcionamiento. Ya en 1895, fecha en que colabora con Breuer en los Estudios sobre la histeria, su hipótesis implica una diferenciación tópica, es decir, de alguna manera espacial y geográfica, pero figu­rada, del aparato psíquico. Es como si Freud levantara una especie de carta imaginaria del aparato psíquico para escla­recer sus diversas componentes y la relación que estas man­tienen entre sí.

Según esta figuración tópica, también el inconsciente estaría compuesto por diferentes estratos, pues la investiga­ción analítica solo podría llevarse a cabo por determinadas vías, las cuales vendrían a suponer cierta distribución de los diversos grupos de representaciones que caracterizan leyes de asociaciones distintas. La disposición de los re­cuerdos agrupados y clasificados alrededor de un núcleo patógeno es más lógica que cronológica. Además, Freud describe la captación por el yo al nivel de la conciencia de recuerdos inconscientes, según un esquema espacial, y define a la conciencia como un "desfiladero" que solo per­mite que se infiltre un recuerdo por vez en el "espacio del yo".


INCONSCIENTE, PRECONSCIENTE, CONSCIENTE 4

Si se pasa a una representación positiva de lo que im­plica el punto de vista tópico, puede decirse "que, según nos demuestra el psicoanálisis, un acto psíquico pasa generalmente por dos estados o fases, entre los cuales se halla intercalado una especie de examen (censura)" 5. En el pri­mer estado el acto es inconsciente y forma parte del siste­ma Ics; puede ser rechazado por la prueba de la censura y no llegar al segundo estado, en cuyo caso se dice que ha sido reprimido: permanece inconsciente. Sin embargo, si logra sobrepasar la censura, entra en el segundo estado y entonces pasa a formar parte del segundo sistema, al que Freud llama sistema Cs. No obstante, su vinculación con la conciencia no se halla todavía íntegramente determi­nada por el hecho de pertenecer al segundo sistema; el acto psíquico no es aún, hablando con propiedad, cons­ciente, sino más bien susceptible de volverse consciente. Esta noción de "posibilidad de hacerse consciente" induce a Freud a incluir en el sistema Cs la existencia de un sistema Pcs.

De todos modos, nos dice: "con la aceptación de estos (dos o tres) sistemas psíquicos el psicoanálisis se ha sepa­rado un paso más de la psicología descriptiva de la conciencia" 6


LA REPRESIÓN 7

Hemos dicho precedentemente, para introducir la dis­tinción entre Ics, Pcs y Cs, que un acto psíquico puede ser "reprimido", esto es, puede no llegar a la conciencia y seguir siendo inconsciente. Hemos así establecido que la represión es un proceso que actúa sobre algunas represen­taciones al amparo de los sistemas Ics y Pcs (Cs). Freud describe luego este proceso con mayor precisión; según él, a la representación se le sustrae la carga (catexis) preconsciente, como consecuencia de lo cual conserva una catexis inconsciente, o bien hay sustitución de la catexis preconsciente por una inconsciente En otros términos, la idea o imagen del acto psíquico queda privada de toda energía psíquica consciente. 

Pero a fin de esclarecer este proceso, hasta allí bastante misterioso, Freud se ve obli­gado a recurrir a otro proceso, destinado, ora a mantener la represión, ora a constituirla y hacerla durar. Esto solo puede explicarse, según él, si se admite la existencia de "una contracatexis, por medio de la cual se protege el sistema Pcs contra la presión de la representación incons­ciente" 8. Freud se ve por lo demás llevado a precisar que "es muy posible que precisamente la catexis sustraída a la representación sea la empleada para la contracatexis" 9.

Destaquemos el aspecto innovador y original de los términos utilizados por Freud. En efecto, los términos "catexis" y "contracatexis" corresponden a lo que Freud mismo llama "punto de vista económico". Quiere, pues, decir que, desde este punto de vista y con los términos que implica, Freud intenta "perseguir los destinos de las magnitudes de excitación y establecer una estimación, por lo menos relativa, de ellos" 10. De ahí que para caracterizar apropiadamente la investigación psicoanalítica proponga emplear el giro "exposición metapsicológica" cada vez que se logre informar acerca de un proceso psíquico en sus relaciones dinámica, tópica y económica. El punto de vista tópico corresponde, como hemos visto, a la descripción figurada según un orden espacial del aparato psíquico. El punto de vista dinámico permite explicitar la génesis de las neurosis en torno de la noción de conflicto psíquico.

Es dable, pues, encarar el proceso de la represión con arreglo a estos tres puntos de vista metapsicológicos.

Desde el punto de vista tópico, la represión queda definida como una operación de conservación fuera del campo de la conciencia, pero la instancia represiva no es asimilada a la conciencia. Lo que permite rendir cuenta de ello es, en efecto, la censura, a la que intentaremos luego explicitar.

Desde el punto de vista económico, la represión se explica por una sutil combinación de sus tracciones de carga, sobrecargas y contracargas que atañen a las representaciones (imagen, idea...) de la pulsión. Si se consi­dera por fin la represión desde el punto de vista dinámico, entonces se tratará de saber cuáles son sus motivos, o, para decirlo de otro modo, se tratará de explicar por qué una pulsión que, ya satisfecha, normalmente engendraría cierto placer llega en este caso a proporcionar tal displacer, que arrastra consigo al proceso de la represión.


LA CENSURA

Según Freud, el riguroso examen de censura que sufre un acto psíquico entre dos estados o fases del aparato psíquico llena esencialmente su papel en el paso del Ics al Pcs. Esta es la operación que importa explicar, pues se halla en el origen de la represión. Efectivamente, Freud dice que todo acto psíquico es originariamente inconscien­te y puede, o bien seguir siéndolo, o bien alcanzar la con­ciencia, según sea la censura que se opere sobre él. La distinción entre actividad preconsciente y actividad incons­ciente está lejos de ser primaria y solo puede establecerse después de la intervención de la censura. A partir de allí la distinción entre pensamientos preconscientes, suscepti­bles de convertirse en objetos de conciencia en cualquier momento, y pensamientos inconscientes, a los que esta condición les está negada, reviste sumo interés, tanto teó­rico como práctico. A este propósito Freud emplea una analogía didáctica, cual es la de la fotografía; en efecto, "el primer estadio de la fotografía es el negativo. Toda imagen fotográfica tiene que pasar por el proceso negativo, y algunos de estos negativos, que han resistido bien la prueba, son admitidos al proceso positivo, que acaba en la imagen perfecta" 11.

La censura que obra entre el Ics y el Pcs es a menudo más fácilmente analizable en el sueño, donde opera de manera constante, pero más atenuadamente que en el estado de vigilia. Freud considera que en la deformación de los sueños se debe atribuir un papel al fenómeno de la censura. Esta impone allí "atenuaciones, aproximaciones y alusiones al pensamiento verdadero" 12, Esto les permite a un número mayor de vástagos del inconsciente presen­tarse a la conciencia. Freud insiste a este respecto en el hecho de que el término de censura no debe comprender­se en un sentido demasiado antropomórfico. No se trata, por ejemplo, de representarse "al censor onírico bajo la forma de un hombrecillo severo o de un duende alojado en un departamento del cerebro, desde el cual ejerce sus funciones censoras" 13.

En la palabra "censura" solo hay que ver un término útil para caracterizar una relación dinámica. A la pregunta de saber por qué tendencias se opera la censura, Freud responde que las tendencias que influyen sobre la censura del sueño son las mismas que, una vez en estado de vigilia, son reconocidas por el durmiente como si fueran propias. Y a la pregunta de saber contra qué tendencias va dirigida la censura, Freud responde que se trata de las tendencias consideradas reprensibles e indecentes desde un punto de vista moral, social y estético. Se trata de tendencias co­rrespondientes a la manifestación de un egoísmo exagerado, a la realización de un "yo desembarazado de toda traba moral" y que no obedece más que a las exigencias del ins­tinto sexual.

Señalemos por último que Freud sitúa asimismo una censura entre Preconsciente y Consciente, aun cuando pre­cisa que "no debemos ver en esta complicación una dificultad, sino aceptar que a todo paso de un sistema al inmediatamente superior, esto es, a todo progreso hacia una fase más elevada de la organización psíquica, corresponde una nueva censura" 14.


PROPIEDADES PARTICULARES DEL SISTEMA INCONSCIENTE

Freud instituye la cohesión del sistema Ics y distingue radicalmente a este del sistema Pcs por medio de la noción económica de una energía de carga particular de cada uno de los sistemas. Así, la característica esencial del incons­ciente sería la de que no hay en él "sino contenidos más o menos enérgicamente separados" 15.  Según Freud, en este sistema "no hay negación ni duda alguna, ni tampoco gra­do ninguno de seguridad" 16. El paso de un acto psíquico de un sistema al otro se efectúa mediante una descarga por parte del primero y una sobrecarga por parte del segundo. La marca particular del Ics es lo que Freud denomina "proceso psíquico primario", a saber, una extrema movilidad de las intensidades de carga. En otras palabras, la "energía libre" es la característica esencial del Ics. Tal li­bertad y tal movilidad de la energía de carga aparecen sobre todo en lo que Freud denomina "el desplazamiento" y "la condensación".

 Estos dos procesos (desplazamiento y condensación) son por lo demás especialmente puestos de relieve por Freud en el análisis del sueño. La noción de desplazamiento resulta de la comprobación clínica de una independencia posible de la re­presentación y el afecto. Desde su Proyecto de psicología científica (1895), Freud había comprobado que una representación podía transmitir su magnitud de carga a otra representación. El proceso de desplazamiento se definirá, pues, por el hecho de que la energía cargada sobre una re­presentación es susceptible de sustraerse de ella para apli­carse a otras representaciones, de intensidad previamente débil, pero vinculadas a la primera por una serie de asocia­ciones. El desplazamiento es particularmente descubrible en el trabajo de elaboración del sueño. Allí, nos dice Freud, "el desplazamiento se manifiesta de dos maneras: haciendo que un elemento latente quede reemplazado, no por uno de sus propios elementos constitutivos, sino por algo más lejano a él, esto es, por una alusión, o motivando que el acento psíquico quede transferido de un elemento importante a otro que lo es menos, de manera que el sueño recibe un diferente centro y adquiere un aspecto que nos desorienta" 17.

El proceso de desplazamiento favorece el de conden­sación en la medida en que el desplazamiento origina, a lo largo de dos series de asociaciones, representaciones nodales.

En efecto la condensación hace de una sola represen­tación el representante de un gran número de series de asociaciones, en el cruce de las cuales se sitúa. Vale decir que esa representación recibe la carga de las energías que se hallaban previamente vinculadas a las diversas series de asociaciones. Y también en el sueño es más fácilmente descubrible este proceso. En él la condensación se manifiesta por el hecho de que el relato del sueño, comparado con su contenido latente, aparece truncado y singularmente pla­gado de lagunas. 

En el sueño, efectivamente, la condensación puede operarse por diversos medios. Por ejemplo, un elemento, ya se trate de un personaje o de un tema domi­nante, es lo único conservado porque se encuentra en varios pensamientos del sueño, o porque diferentes elementos se reúnen en una entidad compuesta; una persona, por ejemplo, puede ser creada de manera cabal por adición y superposición de rasgos tomados de otras personas.

Otro rasgo característico de los procesos del sistema Ics es el hecho de ser "intemporales". "Los procesos del sis­tema Ics se hallan fuera del tiempo, esto es, no aparecen ordenados cronológicamente, no sufren modificación nin­guna por el transcurso del tiempo y carecen de toda rela­ción con él", escribe Freud, para añadir: "También la relación temporal se halla ligada al trabajo del sistema consciente" 18.

Por último, los procesos inconscientes son indiferentes a la realidad y lo único que los ordena es el principio de placer-desplacer. Quiere decir que hay en ellos sustitución de la realidad exterior por la realidad psíquica, según la cual la realización de un deseo (inconsciente) se lle­va a cabo en función de reglas completamente distintas de la satisfacción de las necesidades vitales.

Procesos tales, que se definen por la satisfacción de las pulsiones según el principio de placer, corresponden, por tanto, a la reducción de las tensiones al más bajo nivel 19.


PROPIEDADES PARTICULARES DEL SISTEMA PRECONSCIENTE

Recordemos que los contenidos del sistema Pcs están ausentes del campo de la conciencia en acto, pero que se distinguen de los del sistema Ics por el hecho de ser poten­cialmente accesibles a la conciencia. No obstante, Freud describe, como hemos visto, una segunda conciencia entre el preconsciente y el consciente en acto. Esta censura difie­re, sin embargo, de la primera entre el Ics y el Pcs por el hecho de que entresaca y escoge mucho más que lo que ocul­ta y deforma. Freud precisa que dentro del sistema Pcs "desplazamientos y condensaciones como los que se produ­cen en el caso del proceso primario quedan excluidos o son muy limitados" 20. Y habla, a propósito del sistema Pcs. de "proceso secundario" que permite la carga del yo y que restringe las tendencias del proceso primario.

Así, la energía psíquica ya no circula libremente en él, sino que se encuentra "ligada". Vale decir que hay en ello una mayor estabilidad de las cargas, en la medida en que lo considerado es la identidad de pensamiento. Freud habla respecto del Pcs, de "una inhibición de la tenden­cia a la descarga de las representaciones catectizadas" 21.

La noción de energía ligada implica igualmente que las representaciones preconscientes tienden a ser religadas en­tre ellas; en otros términos, "al sistema Pcs le correspon­de, además, la constitución de una capacidad de relación entre los contenidos de las representaciones", de manera que estos pueden influirse recíprocamente 22. Los procesos psíquicos preconscientes obedecen al principio de realidad y no al principio de placer. Dicho de otro modo, ya no son el reflejo de una búsqueda de satisfacción por las vías más directas. Sus rodeos son la marca de las condiciones que impone el mundo exterior. 

Por último, el Pcs y el yo mantienen relaciones estrechas. Freud llega incluso en es­ta primera teoría tópica a hacerlos coincidir de manera to­tal. Pese a ello, y según vamos ahora a verlo, en la segun­da tópica freudiana la nueva definición del yo y la puesta en evidencia de la instancia del superyó hacen que el preconsciente no pueda ser confundido con el yo. Esta instancia participa, en efecto, también en el inconsciente, mientras que por otro lado la instancia del superyó reviste aspectos preconscientes.


 

  Capítulo 3

UNA NUEVA TÓPICA

 
Como hemos visto, el punto de vista tópico adoptado por Freud implica una diferenciación del aparato psíquico en diversos sistemas que poseen propiedades particulares y que están ordenados de determinada manera. Esta pers­pectiva le permite a Freud hablar metafóricamente de ta­les sistemas como de lugares psíquicos a los que es dable, de un modo figurado, representar espacialmente. A este respecto, la comparación utilizada por Freud entre un aparato óptico y el aparato psíquico explicita de manera particular la noción de lugar psíquico. Si nos refiriésemos, por ejemplo, a un microscopio, los sistemas psíquicos co­rresponderían más bien a los puntos virtuales de este apa­rato situados entre dos lentes que a sus piezas materiales 1.

Hemos visto cómo a partir de esta teoría Freud llegó a establecer una distinción fundamental entre los sistemas Ics, Pcs y Cs. A partir de 1920, Freud estableció, elaborando una concepción nueva de la personalidad, una segunda y mayor distinción entre tres instancias: el ello, el yo y el superyó. Estos nuevos lugares psíquicos ya no correspon­den en verdad a los primeros. En efecto, si la instancia del ello reviste la mayoría de los caracteres del sistema Ics, las otras instancias, vale decir, el yo y el superyó, también poseen un origen y una parte inconscientes.

Esencialmente, la importancia de las defensas inconscientes en la constitución de las neurosis es lo que lleva a Freud a esta reelaboración teórica. Era ya difícil, en efecto hacer corresponder íntegramente el yo con el sistema Pcs-Cs, y lo reprimido con el Ics.

El esquema general de esta segunda tópica pone en escena tres instancias. El ello es de algún modo el depósito de las pulsiones; el yo representa los intereses de la per­sona íntegra y se encuentra, por tanto, fuertemente carga­do de libido narcisista, mientras que el superyó, cuya fun­ción es a la vez la de un juez y la de un censor, corres­ponde a la interiorización de las exigencias parentales y de los tabúes sociales. A este respecto, y antes de pasar a un análisis pormenorizado de las tres instancias, importa explicitar el papel desempeñado por las diversas identifi­caciones en la formación de la personalidad. Esta segunda tópica se comprende, en efecto, a partir de las nociones de identificación y de complejo de Edipo.


IDENTIFICACIÓN Y COMPLEJO DE EDIPO

La identificación debe considerarse como un proceso mayor que permite verdaderamente la constitución de la personalidad humana. Es esta una operación que adquiere toda su importancia en el pensamiento freudiano a partir del creciente interés asignado al complejo de Edipo y de la elaboración de la segunda tópica, en la que las instancias que se especifican a partir del ello son caracterizadas por las identificaciones de las que proceden. 

Ya en 1914, Freud pone en relación, en Introducción al narcisismo, la elec­ción de objeto narcisista que corresponde a una elección de objeto siguiendo el ejemplo de la propia persona, por una parte, y por la otra la identificación según la cual determinada instancia del sujeto sigue el modelo de sus objetos anteriores, como por ejemplo los padres. Esto equivale a mencionar toda la importancia concedida por Freud al concepto de identificación en la formación de la personalidad. Es este un concento que permite com­prender la formación de las instancias de acuerdo con la segunda tópica. Por la misma época Freud describe los vínculos del complejo de Edipo con la constitución del sujeto en términos de identificación: hay identificaciones que reemplazan a las cargas libidinales dirigidas hacia los padres. Freud retorna esta descripción en sus Nuevas apor­taciones al psicoanálisis:

 "Tampoco a mí me satisfacen por completo estas observaciones sobre la identificación, pero me daré por contento si me concedéis que la instau­ración del superyó puede ser descripta como un caso ple­namente logrado de identificación con la instancia parental. El hecho decisivo para esta concepción es el de que la nueva creación de una instancia superior en el yo se halla íntimamente ligada a los destinos del complejo de Edipo, de manera que el superyó se nos muestra como el heredero de esta vinculación afectiva, tan importante para la infancia. Comprendemos que, al cesar el complejo de Edipo, el niño tuvo que renunciar a las intensas cargas de objeto que había concentrado en sus padres, y, como compensación de esa pérdida de objeto, las identificaciones con los padres —identificaciones existentes probablemente desde mucho antes en su yo— quedan muy intensificadas" 2.
 
Es importante subrayar a este propósito el verdadero tras­trueque que existe entre las identificaciones, el complejo de Edipo y las instancias. En efecto, como lo destaca Freud en sus mencionadas aportaciones, la identificación ha de­sempeñado un papel primordial en el complejo de Edipo en el comienzo de la formación de este. El niño, por ejem­plo, ha dado muestras de un vivo interés por su padre: ha hecho de él su ideal. Esta actitud se concilia muy bien con el complejo de Edipo, al que concurre a elaborar. Pa­ralelamente a la identificación con su padre, o poco des­pués, el niño ha dirigido sus deseos libidinales hacia su ma­dre. Ambos tipos de apego, uno por su padre —con quien se identifica— y el otro por su madre —concebida como un objeto sexual—, coexisten en él sin incomodarse. Pero como su vida psíquica tiende a unificarse, esas tendencias terminan por aproximarse: de su encuentro nace el complejo de Edipo. Este complejo corresponde pues al hecho de que el niño, viéndose impedido por su padre de llegar a su propia madre, desvía su identificación con el padre en un sentido hostil; tanto, que termina por significar el deseo de reemplazar al padre hasta junto a la madre 3.

Queda ahora por preguntarnos qué nos enseñan estos procesos en la formación de las instancias.


EL SUPERYO

Freud descubre, a partir del análisis que efectúa de casos patológicos tales como la aflicción prolongada y la melancolía, que "una parte del yo se sitúa enfrente de la otra y la valora críticamente, como si la tomara por ob­jeto" 4. Supone entonces que la instancia crítica, que en el caso del melancólico se halla disociada del yo, "puede demostrar igualmente en otras circunstancias su indepen­dencia" 5. Sus posteriores observaciones confirmarán esta hipótesis. Años después, en 1923, en su ensayo El "yo" y el "ello" especifica esta instancia, a la que hasta entonces había descripto paralelamente a la noción de "conciencia moral" y de censura: la califica de "superyó" (über-Ich).

En sus Nuevas aportaciones al psicoanálisis resume su descubrimiento en estos términos: "...pero es más pru­dente dejar independiente esta instancia y suponer que la conciencia moral es una de sus funciones, y otra la auto-observación, indispensable como premisa de la actividad juzgadora de la conciencia moral. Y como el reconocimiento de una existencia independiente exige para lo que así existe un nombre propio, daremos en adelante a esta instancia, entrañada en el yo, el nombre de superyó" 6. 

Lo que diferencia la visión freudiana acerca de esta ins­tancia de la concepción clásica de la conciencia moral es que aquella la considera enraizada en el inconsciente y que por lo tanto puede operar como censor de manera incons­ciente. Además, considerada en su más amplio sentido, como en el ensayo El "yo" y el "ello", esta instancia corresponde a la vez a las funciones de prohibición y a las de idealización (ideal del yo).

 Freud reconoce que la repre­sión es la obra de esta particular instancia, que restringe y prohíbe. Por lo demás, "la represión es obra del superyó, el cual la lleva a cabo por sí mismo o por medio del yo, obediente a sus mandatos", y sin que el individuo tenga conciencia de ello, ya que, como precisa Freud, "deter­minadas partes del superyó y el yo mismo permanecen in­conscientes", de lo cual se desprende el interés de la se­gunda tópica 7. Freud explica por qué la formación del superyó corresponde a una situación secundaria. En efec­to, el individuo no está dotado de una conciencia interior innata, y el chiquilín debe ser considerado como amoral, pues en él ninguna inhibición viene a contrariar su ten­dencia al placer. 

El primer obstáculo a la satisfacción de esta es la autoridad de los padres. En un segundo período, después de la interiorización de este obstáculo exterior, pa­sa el superyó a desempeñar el papel de la instancia parental. "El superyó —precisa Freud—, que de este modo se arro­ga el poder, la función y hasta los métodos de la instan­cia parental, no es tan solo el sucesor legal, sino también el heredero legítimo de ella" 8. Tal cual lo habíamos prece­dentemente entrevisto, el fundamento de un proceso como ese es una identificación: el niño asimila su yo a un yo extraño. Inicialmente se trata de una identificación con los padres; sin embargo, en el curso de su desarrollo el su­peryó también se apropia de la influencia de otras personas. Se tratará, por ejemplo, de educadores, de precepto­res y de toda persona que pueda servir de modelo ideal. "Normalmente, el superyó se aleja cada vez más de los primitivos individuos parentales, haciéndose, por decirlo así, más impersonal", escribe Freud 9.

Y en el momento en que el complejo de Edipo deja su lugar al superyó, el niño considera a sus padres como personajes extraordinarios, aun cuando como consecuencia de ello el superyó permanecerá fundamentalmente de­terminado por las primerísimas imágenes parentales. Lo que preside la elaboración del superyó es, así, la renun­cia a los deseos edípicos, a la vez libidinales y hostiles. De modo, pues, que el superyó no es simplemente una ins­tancia compulsiva; también representa, para el yo, un ideal. "Hemos de citar aun una importantísima función que adscribimos al superyó.

Es también el sustrato del ideal del yo, con el cual se compara el yo, al cual aspira y cuya demanda de perfección siempre creciente se esfuer­za en satisfacer. No cabe duda de que este ideal del yo es el residuo de la antigua representación de los padres, la expresión de la admiración ante aquellas perfecciones que el niño le atribuía por entonces", afirma Freud 10, de manera que el superyó aparece como una instancia rica en sutileza, pues no se contenta en sus relaciones con el yo con dirigir consejos a este último: "Actúa así, sé de este modo", es decir, como el padre; tiene además una función correctiva y selectiva que le permite decir: "No actúes así, no actúes del todo como tu padre". 

Esta polaridad del ideal del yo resulta del hecho de que el niño ha efectuado inmensos esfuerzos para reprimir su Edipo y del hecho también, de que de esta represión ha surgido su yo ideal. Freud demuestra por lo demás que los padres, para educar a sus hijos, se conforman con conminaciones de su propio superyó: "A imagen del superyó de ellos" se forma el su­peryó del niño, un superyó que se llena, pues, del mismo contenido que el de sus padres, "pasando a ser el sustrato de la tradición de todas las valoraciones permanentes que por tal camino se han transmitido a través de las genera­ciones" 11. Esta función del superyó es lo que le permite a Freud responder "a aquellos que, sintiéndose heridos en su conciencia moral", le objetaban "la existencia de algo más elevado en el hombre". "Ciertamente —dice—, y este elevado ser es el ideal del yo o superyó". "No es difí­cil mostrar que el ideal del yo satisface todas aquellas exi­gencias que se plantean en la parte más elevada del hombre. Contiene, en calidad de sustitución de la aspiración hacía el padre, el nódulo del que han partido todas las religiones. La convicción de la comparación del yo con su ideal da origen a la religiosa humildad de los creyentes" 13.

Pese a todo, el yo no se deja captar fácilmente en to­das sus dimensiones. Freud muestra, por ejemplo, o que exis­ten sensaciones inconscientes que pueden intentar manifes­tarse sin que el yo perciba la compulsión que sufre. Y por este camino debe Freud especificar otra instancia de la personalidad: el ello.


EL ELLO

Después de haber analizado la relación que existe entre la percepción externa, la percepción interna y el sistema superficial "percepción-conciencia", Freud intenta dar una forma más precisa a su representación del yo. Según él, este se forma a partir del sistema P (percepción), que es de al­gún modo su núcleo, y comprende en primer lugar el pre­consciente, que descansa en las huellas mnémicas. Sin em­bargo, Freud destaca que el yo también es inconsciente. Precisamente el hecho de que el yo se comporte a menudo de manera pasiva lleva a Freud a retomar una noción in­troducida por G. Groddeck, la del "ello", según la cual vendríamos a estar "vividos por fuerzas desconocidas, por fuerzas que escapan a nuestro gobierno" 14. Y Freud señala:

"no vacilarnos en asignar a la opinión de Groddeck un lugar eh los dominios de la ciencia. Por mi parte, propongo tenerla en cuenta, dando el nombre de yo al ente que ema­na del sistema P y que es primero preconsciente, y el de ello, según lo hace Groddeck, a lo psíquico restante —in­consciente—, en lo que el yo se continúa" 15.

De manera que para Freud el ello es, sin ninguna duda, la instancia más oscura e impenetrable de la perso­nalidad. Por eso resulta frecuentemente más cómodo describirla por contraste con el yo. Freud se vale a este res­pecto de las comparaciones por imágenes: "...como un caos o como una caldera plena de hirvientes estímulos". Lo reprimido corresponde, por tanto, al ello, pero no cons­tituye más que una parte de él.

El ello se llena de energía a partir de las pulsiones, pero no tiene en sí organización ninguna, ningún principio voluntario; simplemente apunta a satisfacer las pulsiones, de acuerdo con el principio de placer. Todos los procesos que se llevan a cabo en él son ilógicos y no obedecen al principio de contradicción. En efecto, las más contradictorias emociones se encuentran en él entremezcladas, sin negarse entre sí "No hay en el ello —escribe Freud— nada equivalente a la negación, y comprobamos también con gran sorpresa la excepción de aquel principio filosófico según el cual el espacio y el tiempo son formas necesarias de nuestros actos anímicos.16 Nada hay en el ello que corresponda a la representación del tiempo; no hay reconocimiento de un decurso tempo­ral, y —hecho harto singular, que espera ser acogido en el pensamiento filosófico— ni modificación del proceso aní­mico por el decurso del tiempo" 17. Los deseos y las impre­siones ocultos en el ello como consecuencia de la represión son de alguna manera inmutables e intemporales; única­mente el análisis terapéutico, al hacerlos llegar a la con­ciencia, puede lograr que el individuo los perciba en el pasado.

Freud insiste de modo muy especial en "la inmutabilidad de lo reprimido en el curso del tiempo" 18. Además, el ello es evidentemente extraño a todo juicio de valor; es absolutamente amoral y no hace, luego, distin­ción alguna entre el bien y el mal. El ello está íntegra­mente sometido al principio de placer. Su energía pulsional difiere de la de las demás instancias por el hecho de ser "más fácilmente móvil y capaz de descargar", de lo cual se deducen "aquellos desplazamientos y aquellas conden­saciones que son características del ello y que tan absolu­tamente prescinden de la calidad de aquello a lo que afec­tan y a lo que en el yo llamaríamos una representación"19

Es importante, pues, destacar que Freud atribuye al ello una gran parte de las propiedades que en su primera tópica había atribuido al sistema Ics. No obstante, antes de seguir precisando las relaciones que mantienen entre sí las dos tópicas, es conveniente ante todo definir la instancia del yo, así como las vinculaciones que unen a las tres instancias en el seno de la segunda tópica.


EL YO

Según Freud, al observar las relaciones del yo con el sistema P (percepción), esto es, la parte superficial del aparato psíquico, es dable deslindar las propiedades esen­ciales de esta instancia. El sistema P se halla, en efecto, orientado hacia el exterior y permite la transmisión de to­da impresión recibida. Freud reconoce que el yo superfi­cial emana del sistema P como de un nódulo 20. Así, "el yo es aquella parte del ello que fue modificada por la proxi­midad y la influencia del mundo exterior y dispuesta para recibir los estímulos y servir de protección contra ellos, siendo así comparable a la capa cortical de la que se rodea un nódulo de sustancia viva"21.

El yo tiene por función, consiguientemente, representarle al ello el mundo exterior. Observa este mundo y deposita su imagen entre sus re­cuerdos de percepción. Y Freud escribe que "la percep­ción es para el yo lo que para el ello es el instinto" 22. Tan­to es así, que el yo puede utilizar los recuerdos que ha sacado de la experiencia y de ese modo reemplazar el princi­pio de placer, al que gobierna, por el principio de realidad. Y Freud asevera que, "valiéndonos del léxico corriente, podemos decir que el yo representa en la vida anímica la razón y la reflexión, mientras que el ello representa las pasiones indómitas" 23. Por lo demás, del modo de funcio­namiento propio de esta instancia parece derivar la no­ción de tiempo. Efectivamente, el yo se caracteriza por el hecho de resumir y sintetizar el conjunto de sus conte­nidos. Su maduración se apoya en una percepción del ins­tinto, pero solo se consuma con el dominio de este. Ahora bien, este dominio no se lleva a cabo sino mediante el abarcamiento del representante del instinto en un mayor conjunto asociativo.

A decir verdad, no obstante, el yo ha tomado en préstamo todas sus energías del ello, "y no dejamos de tener un atisbo de la grieta por la cual sustrae al ello nuevos montantes de energía. Tal camino es, por ejemplo, también la identificación con objetos conservados o abandonados" 24. Quiere decir, pues, que se apropia de un alto número de residuos de cargas objetales, los cuales emanan directamente de las exigencias pulsionales del ello. Esto es explicable si se considera que el yo debe sa­tisfacer, en la medida de lo posible, las intenciones del ello mediante la elaboración de compromisos socorridos por circunstancias propicias. Freud utiliza a este respecto una metáfora particularmente esclarecedora:

 "Podemos, pues, comparar el yo, en su relación con el ello, con el jinete que rige y refrena la fuerza de su cabalgadura, superior a la suya, con la diferencia de que el jinete lleva esto a cabo con sus propias energías, y el yo lo hace con ener­gías prestadas. Pero así como el jinete se ve obligado alguna vez a dejarse conducir a donde su cabalgadura quie­re, así también el yo se nos muestra en ocasiones forza­do a transformar en acción la voluntad del ello, como si fuera la suya propia" 25.

Este análisis del yo no puede dejar de convencernos respecto de las estrechas relaciones que mantienen entre sí las tres instancias de la personalidad psíquica, tales co­mo las ha definido Freud. Lo que importa poner ahora en evidencia son, precisamente, esas relaciones.


INTERRELACIONES ENTRE LAS INSTANCIAS Y RELACIONES ENTRE LAS DOS TÓPICAS

Según Freud, el yo debe armonizar las exigencias siempre contradictorias de esos tres tiranos que son la reali­dad exterior, el ello y el superyó. Cuando no puede lo­grarlo, reacciona entonces mediante una masiva producción de angustia. El equilibrio del yo es, en efecto, precario, amenazado como se halla por esos tres exigentes amos. Al desarrollarse a partir de la personalidad, el yo debe satisfacer a la realidad exterior y a la vez debe, no obs­tante, responder a las exigencias del ello. Estableciendo el nexo entre el mundo real y el ello, frecuentemente se ve obligado a disfrazar los imperativos inconscientes sur­gidos del ello en racionalizaciones preconscientes. Por otra parte el superyó lo restringe severamente, sin preocuparse por los conflictos —de los que ya está al tanto— nacidos de la oposición entre el ello y el mundo exterior, entre el principio de placer y el principio de realidad. El superyó le asigna, en efecto, los rígidos principios de su comportamien­to. Si el yo desobedece al superyó, entonces se halla abru­mado por un opresor sentimiento de culpabilidad. De modo, pues, que el yo, impulsado por el ello, vejado por el superyó y repelido por la dura realidad, debe luchar constantemente a fin de lograr la realización de un equilibrio entre esas diversas compulsiones.

La segunda compulsión que hemos enunciado, es decir, la del superyó, se explica con facilidad si se piensa que "el superyó se sumerge en el ello; como heredero del complejo de Edipo, mantiene íntimas relaciones con él, y está más alejado que el yo del sistema de las percepciones" 26 De modo, pues, que los conflictos desarrollados entre el yo y las antiguas cargas libidinales del ello se perpetúan al oponer al yo el heredero del ello, esto es, el superyó Efectivamente, escribe Freud, "cuando el yo no ha conse­guido por completo el sojuzgamiento del complejo de Edi­po, entra de nuevo en actividad su energía de carga, pro­cedente del ello, actividad que se manifestará en la formación reactiva del ideal del yo"27. De modo que el conflicto que se había desarrollado antes en las capas más profundas de la personalidad y que no pudo resolverse mediante una sublimación o una identificación satisfactoria se halla desplazado a una región superior.

Freud mismo propuso en sus Nuevas aportaciones al psicoanálisis, un cuadro capaz de esclarecer las relaciones existentes entre las tres tendencias de la personalidad. Nos ha parecido útil reproducirlo 28.
 

Además de lo que decíamos precedentemente, esto es que el superyó hunde sus raíces en el ello, se comprueba que el superyó se halla más alejado del sistema de percep­ción que el yo. E igualmente se observa que el ello está vinculado al mundo exterior no más que por intermedio del yo.

Ahora, por lo que respecta a las relaciones entre las dos tópicas, nos parece que si esta segunda teoría hace del yo una instancia es porque tiende a informar mejor acerca de las modalidades del conflicto psíquico. La pri­mera tópica se limitaba, en efecto, a remitir a tipos dife­rentes de funcionamiento mental: los del proceso psíquico primero opuestos a los del proceso psíquico secundario. En cambio, en la segunda tópica son los elementos claves del conflicto —el yo como polo defensivo, el superyó co­mo conjunto de prohibiciones, y el ello como polo de las pulsiones— los que se erigen como instancias del apara­to psíquico. 

El paso a esta segunda tópica no implica que las nuevas delimitaciones invaliden las que ya existían entre el Ics el Pcs y el Cs Pero en las instancias del yo y el superyó, por ejemplo, se encuentran reagrupados pro­cesos y funciones que, según la primera tópica, se distri­buían entre diferentes sistemas. Vale decir que el ello abar­ca los mismos contenidos que antes abarcaba el Ics, pero no cubre el conjunto de los procesos psíquicos inconcientes. A este respecto la gran innovación de la segunda tópica incumbe al hecho de que Freud define en ella la instancia contra la cual se efectúa la defensa como polo pulsional de la personalidad, y no ya sencillamente como polo inconsciente. La división entre las partes vulnerables del conflicto va no es tan radical. Freud concibe en ella, por el contrario, el desarrollo de las instancias de una manera progresiva y reciproca,


NOTAS

Capítulo 2

(1) Cf. "Lo inconsciente", Metapsicología, en ob. cit., t. I, págs.1051-1068.
(2) Idem, pág. 1051.
(3) Idem, págs. 1051-1052.
(4) Es de uso corriente en la literatura psicoanalítica de lengua francesa abreviar estos términos, como también nosotros lo haremos en este ensayo, de la siguiente manera: Ics, Pcs y Cs.
5 Freud, ob. cit., pág. 1054.
6 Idem, Ibidem.
7 Idem, pág. 1058.
8 Idem, Ibidem.
9 Idem, Ibidem.
10 Idem, Ibidem.
11 Freud, "Algunas observaciones sobre el concepto de lo incons­ciente en el psicoanálisis", Metapsicología, en ob. cit., t. I, pág. 1033.
12 Freud, "La censura del sueño", Introducción al psicoanálisis, en ob. cit., t. II, pág. 219.
13 Idem, pág. 220.
14 Metapsicología, en ob. cit., t. I, pág. 1083.
15 Ibidem, pág. 1080.
16 ibídem.
17 Freud, "La elaboración del sueño", Introducción al psicoanálisis, en ob. cit., t. II, pág. 238.
18 Freud, Meta psicología, en ob. cit., t. I, págs. 1060-1061.
19 Ello en una de las perspectivas freudianas que tienden a rela­cionar principio de placer y pulsión de muerte. Sin embargo, en una perspectiva del todo diferente, Freud relacionó con frecuencia principio de placer y principio de constancia, correspondiendo el primero más bien a una conservación de la constancia del nivel energético.
20 Freud, Metapsicología, en ab. cit., t. I, pág. 1061.
21 Idem, Ibidem.
22 Idem, Ibidem.

Capítulo 3

1 Cf. Freud, La interpretación de los sueños, en ob, cit., t. 1, págs. 231-584.
2 Freud, "La división de la personalidad psíquica", Nuevas apor­taciones al psicoanálisis, en ob. cit., t. II, pág. 908.
3 Cf. Freud, "Teoría sexual", Introducción al psicoanálisis, 1916­1918, en ob. cit., t. II, págs. 321-325.
4 Freud, "La aflicción y la melancolía", Metapsicología, en ob. cit., t. I, pág. 1077.
5 Idem, ibídem.
6 Freud, "La división de la personalidad psíquica", Nuevas apor­taciones al psicoanálisis, en ob. cit., t. II, pág. 906.
7 Idem, pág. 911. Idem, pág. 907. 9 Idem, pág. 908.
10 Idem, pág. 909.
11 Idem, pág. 910.
12 Freud, El "yo" y el "ello", en ob. cit., t. II, págs. 19-20.
13 Idem, pág. 20.
14 G. Groddeck, Das Buch vom Es, Internat, psychanalyt. Verlag., 1923, trad. al francés con el título de Au fond de l'homme, céla, Ga­llimard, París, 1963. Por lo demás, Freud precisa que también Grod­deck se inspiró en Nietzsche, quien empleaba la expresión gramatical Es para designar lo impersonal que hay en nuestro ser, lo sujeto a las necesidades naturales.
15 Freud, El "yo" y el "ello", en ob. cit., t. II, pág. 14.
16 Freud, "La división de la personalidad psíquica", Nuevas apor­taciones al psicoanálisis, en ob. cit., t. II, pág. 913.
17 Idem, ibídem.
18 Observemos que Freud arremete a menudo con vehemencia contra los conceptos fundamentales de la filosofía kantiana.
19 Freud, ob. cit., t. II, pág. 913.
20 Freud, El "yo" y el "ello", en ob. cit., t. II, pág. 14.
21 Freud, "La división de la personalidad psíquica", Nuevas aportaciones al psicoanálisis, en ob. cit., t. II, pág. 914.
22 El "yo" y el "ello", en ob. cit., t. II, pág. 14.
23 "La división...", en ob. cit., t. II, pág. 914.
24 Idem, Ibidem.
25 El "yo" y el "ello", en ob. cit., t. II, pág. 15.
26 "La división...". En ob. cit., t. II, pág. 915.
27 El "yo" y el "ello", en ob. cit., t. II, pág. 21.
28 Freud, Nuevas aportaciones..., en ob. cit., t. II, pág. 915. Re­sulta divertido comprobar que Freud parece superponer en este cua­dro (¿consciente o inconscientemente?) dos esquemas: el del ojo y el del huevo. Es por lo demás, una superposición cabalmente significativa de las relaciones entre las instancias   

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