viernes, 25 de julio de 2008

Nota de Strachey a la Introducción al Narcisismo de Freud

*Anotaciones JLGF
INTRODUCCIÓN AL NARCISISMO (1914)

Nota de James Strachey. En la introducción a esta obra, afirma que es una de las más importantes de Freud, ya que representa un punto de partida para la evolución de su teoría.
Aquí, trabaja con más dedicación al tema del Narcisismo, dentro del desarrollo sexual del individuo y la formación de su yo, analizando además las vinculaciones de este yo con los objetos externos, de modo que diferencia la Libido yoica (narcisísitica) de la Libido de objeto.
Como algo de suma importancia, Freud introduce aquí los conceptos de ideal del yo y de aquella instancia vigilante que luego nombrará superyó.
Es probable que esta obra haya sido escrita para demostrar que el concepto de narcisismo brinda la posibilidad de superar las teorías de la libido no sexual de Jung y las de la teoría de protesta masculina de Adler.

EXAMEN DEL NARCISISMO EN DIVERSAS CONDICIONES

El término narcisismo deriva de la des­cripción clínica fue introducido por Paul Nacke en 1899 para describir la actitud de las personas que tratan a su propio cuerpo cómo un obje­to sexual.
A los psicoanalistas les llamó la aten­ción el hecho de que los rasgos de la actitud narcisista se encuentra en gente que padece de distintos trastornos.
Es probable que la fijación de la libido descripta como narcisismo pueda estar pre­sente más extensivamente reclamando su lugar­ en el curso del desarrollo sexual.
Cuando se intentó incluir la esquizofre­nia en el esquema teórico del desarrollo de la libido surgió la motivación para ocuparse del narcisismo primario.
La extensión de la teoría de la libido se ratifica con las observaciones y concepciones,
psicoanalíticas de la vida mental de los niños y los pueblo primitivos.
Una unidad comparable al yo no apare­ce desde el nacimiento, desarrollándose duran­te su evolución.
Los instintos autoeróticos aparecen desde el principio por lo que hay que agregar otro elemento para producir el narcisismo.
Freud concluye diciendo que se puede refutar la aseveración de Jung en el sentido de que la teoría de la libido se ha perjudicado en su intento de explicar la esquizofrenia, se­parando este síndrome de las neurosis.
El Narcisismo en la Enfermedad Orgánica, La Hipocondria y la Vida Erótica
Parece que hay dificultades para el es­tudio directo del narcisismo.'
El principal medio para abordarlo es el análisis de las parafrenias:
La hipocondría como enfermedad orgá­nica se manifiesta en sensaciones dolorosas y displacenteras en el cuerpo teniendo en la distribución de la libido el mismo efecto que una enfermedad orgánica.
El hipocondríaco aparta su interés de los objetos y su libido del mundo externo, concentrándola en el órgano que llama su atención.
La diferencia entre las afecciones parafrénicas y las neurosis trasferenciales parece re­sidir en el hecho de que, en las primeras, la libido que se libera por frustraciones no per­manece ligada a los objetos quejen la fantasía, se refuerzan en el yo.
La megalomanía correspondería al pre­dominio psíquico de un gran cúmulo de libido. siendo la contrapartida de la introversión a las fantasías que se observan en las neurosis trasferenciales. Una falla de esta función psíquica apa­rece en la hipocondría y en la parafrenia. que es lo homólogo a la angustia de las neurosis trasferenciales.
Dado que la parafrenia frecuentemente produce sólo liberación parcial de libido de los objetos se pueden distinguir en este fenóme­no tres grupos de representaciones: °
a) lo que resta de un estado de neurosis;
v) el proceso mórbido;
c) los restos de libido que ha estado ligada
a los objetos a la manera de la histeria o
de la neurosis obsesiva.

EL IDEAL DEL YO, HEREDERO DEL NARCISISMO

El psicoanálisis ha reconocido la exis­tencia e importancia de la protesta masculina pero, contrariamente a Adler la ha considerado de naturaleza narcisista y derivada del comple­jo de castración.
Hemos aprendido que los impulsos instintivos libidinales sobrellevan las vicisitu­des de la represión patógena cuando entran en conflicto con las normas éticas y culturales del
sujeto.
Para el yo , la formación de un ideal es el factor condicionante de la represión.
Este ideal del yo es la meta del autoamor disfrutado en la infancia por el yo actual.
La sublimación es un proceso que se refiere a la libido objetal y consiste en la modi­ficación de la forma de satisfacer las pulsiones instintivas.
La idealización es el proceso que se re­fiere al objeto mediante el cual se lo exalta y engrandece en la mente del sujeto
Hay una instancia psíquica especial que
realiza la tarea de considerar que la satisfac­ción narcisista del ideal del yo esté asegurada observando constantemente al yo actual y midiéndole con este patrón (ideal de yo).
La ilusión de ser observado presenta el efecto de verse. descubrirse., criticarse etc., regresivamente, revelando el origen del ideal del yo.
La auto consideración puede ser la expresión de la evolución del yo.
Se examina la actitud auto considerativa en personas normales y en neuróticos.
Las relaciones entre la auto consideración y el erotismo (catexias objetales y libidi­nales) pueden ser expresadas en dos casos: a) si las catexias eróticas son sintónicas del yo; b) sí las catexias eróticas fueron reprimidas
El desarrollo del yo consiste en la des­viación del narcisismo primario, el que precipita el intento de restablecerlo.
Ésta desviación se efectúa por medio del desplazamiento de la libido al ideal del yo impuesto desde afuera, obteniendo su satisfacción de este modo.
Se explica la relación entre el ideal se­xual y el ideal del yo de esta manera. El ideal del yo involucra la libido narcisista y un cúmulo considerable de la libido homosexual se retrovierte en el yo.

Introducción al Narcisismo. 1914. Sigmund Freud*

*Tomado de las obras completas de Sigmund Freud. Editorial Amorrortu.
**Notas de Stratchey
***Subrayado de JLGF para clase

El término narcisismo proviene de la descripción clínica y fue escogido por P. Nácke 1 en 1899 para designar aquella conducta por la cual un individuo da a su cuerpo propio un trato parecido al que daría al cuerpo de un objeto sexual; vale decir, lo mira con complacencia sexual, lo acaricia, lo mima, hasta que gracias a estos manejos alcanza la satis­facción plena. En este cuadro, cabalmente desarrollado, el narcisismo cobra el significado de una perversión que ha absorbido toda la vida sexual de la persona; su estudio se aborda entonces con las mismas expectativas que el de cual­quiera otra de las perversiones.

Resultó después evidente a la observación psicoanalítica que rasgos aislados de esa conducta aparecen en muchas personas aquejadas por otras perturbaciones; así ocurre, según Sadger, entre los homosexuales. Por fin, surgió la con­jetura de que una colocación de la libido definible como nar­cisismo podía entrar en cuenta en un radio más vasto y re­camar su sitio dentro del desarrollo sexual regular del hom­bre[2]. A la misma conjetura se llegó a partir de las dificul­tades que ofrecía el trabajo psicoanalítico en los neuróticos, pues pareció como si una conducta narcisista de esa índole constituyera en ellos una de las barreras con que se cho­caba en el intento de mejorar su estado. El narcisismo, en este sentido, no sería una perversión, sino e1 complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de autoconservación, de la que justificadamente se atribuye una dosis a todo ser vivo.

Un motivo acuciante para considerar la imagen de un nar­cisismo primario y normal surgió a raíz del intento de in­cluir bajo la premisa de la teoría de la libido el cuadro de la dementia praecox (Kraepelin) o esquizofrenia (Bleuler). Los enfermos que he propuesto designar «parafrénicos»[3] muestran dos rasgos fundamentales de carácter: el delirio de grandeza y el extrañamiento de su interés respecto del mun­do exterior (personas y cosas). Esta última alteración los hace inmunes al psicoanálisis, los vuelve incurables para nues­tros empeños. Ahora bien, el extrañamiento del parafrénico respecto del mundo exterior reclama una caracterización más precisa. También el histérico y el neurótico obsesivo han resignado (hasta donde los afecta su enfermedad) el vínculo con la realidad. Pero el análisis muestra que en modo al­guno han cancelado el vínculo erótico con personas y cosas. Aún lo conservan en la fantasía; vale decir: han sustituido los objetos reales por objetos imaginarios de su recuerdo o los han mezclado con estos, por un lado; y por el otro, han renunciado a emprender las acciones motrices que les permi­tirían conseguir sus fines en esos objetos. A este estado de la libido debería aplicarse con exclusividad la expresión que Jung usa indiscriminadamente: introversión de la libido.[4] Otro es el caso de los parafrénicos. Parecen haber retirado realmente su libido de las personas y cosas del mundo exte­rior, pero sin sustituirlas por otras en su fantasía. Y cuando esto último ocurre, parece ser algo secundario y corresponder a un intento de curación que quiere reconducir la libido al objeto[5].

Surge esta pregunta: ¿Cuál es el destino de la libido sus­traída de los objetos en la esquizofrenia? El delirio de gran­deza propio de estos estados nos indica aquí el camino. Sin duda, nació a expensas de la libido de objeto. La libido sus­traída del mundo exterior fue conducida al yo, y así surgió una conducta qué podemos llamar narcisismo. Ahora bien, el delirio de grandeza no es por su parte una creación nueva, sino, como sabemos, la amplificación y el despliegue de un estado que ya antes había existido. Así, nos vemos llevados a concebir el narcisismo que nace por replegamiento de las investiduras de objeto como un narcisismo secundario que se edifica sobre la base de otro, primario, oscurecido por múltiples influencias.

Entiéndase bien: no pretendo aquí aclarar el problema de la esquizofrenia ni profundizar en él, sino sólo recopilar lo ya dicho en otros lugares[6] a fin de justificar una introduc­ción del narcisismo {como concepto de la teoría de la libido}.

Un tercer aporte a esta extensión, legítima según creo, de la teoría de la libido lo proporcionan nuestras observa­ciones y concepciones sobre la vida anímica de los niños y de los pueblos primitivos. En estos últimos hallamos ras­gos que, si se presentasen aislados, podrían imputarse al delirio de grandeza: una sobrestimación del poder de sus deseos y de sus actos psíquicos, la «omnipotencia de los pensamientos», una fe en la virtud ensalmadora de las pa­labras y una técnica dirigida al mundo exterior, la «magia», que aparece como una aplicación consecuente de las premisas de la manía de grandeza[7]. Suponemos una actitud totalmente análoga frente al mundo exterior en los niños de nuestro tiempo, cuyo desarrollo nos resulta mucho más impenetra­ble.[8] Nos formamos así la imagen de una originaria inves­tidura libidinal del yo, cedida después a los objetos; empero, considerada en su fondo, ella persiste, y es a las investidu­ras de objeto como el cuerpo de una ameba a los seudópo­dos que emite.[9] Esta pieza de la colocación libidinal no podía sino ocultarse al principio a nuestra investigación, cuyo punto de partida fueron los síntomas neuróticos. Las ema­naciones de esta libido, las investiduras de objeto, que pue­den ser emitidas y retiradas de nuevo, fueron las únicas que nos saltaron a la vista. Vemos también a grandes rasgos una oposición entre la libido yoica y la libido de objeto.[10] Cuan­to más gasta una, tanto más se empobrece la otra. El estado de enamoramiento se nos aparece como la fase superior de desarrollo que alcanza la segunda; lo concebimos como una resignación de la personalidad propia en favor de la inves­tidura de objeto y discernimos su opuesto en la fantasía (o percepción de sí mismo) de «fin del mundo» de los para­noicos[11]. En definitiva concluimos, respecto de la diferen­ciación de las energías psíquicas, que al comienzo están juntas en el estado del narcisismo y son indiscernibles para nues­tro análisis grueso, y sólo con la investidura de objeto se vuelve posible diferenciar una energía sexual, la libido, de una energía de las pulsiones yoicas.[12]

Antes de seguir adelante debo tocar dos cuestiones que nos ponen en el centro de las dificultades del tema. La primera: ¿Qué relación guarda el narcisismo, de que ahora tratamos, con el autoerotismo, que hemos descrito como un estado temprano de la libido? [13] La segunda: Si admitimos para el yo una investidura primaria con libido, ¿por qué seguiríamos forzados a separar una libido sexual de una ener­gía no sexual de las pulsiones yoicas? ¿Acaso suponer una energía psíquica unitaria no ahorraría todas las dificultades que trae separar energía pulsional yoica y libido yoica y libido de objeto?[14]

Sobre la primera pregunta, hago notar: Es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el indi­viduo una unidad comparable al yo; el yo tiene que ser de­sarrollado. Ahora bien, las pulsiones autoeróticas son inicia­les, primordiales; por tanto, algo tiene que agregarse al auto­erotismo, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se constituya.

La exhortación a responder terminantemente la segunda pregunta no puede sino suscitar un malestar notable en todo psicoanalista. Uno se debate en este dilema: es desagradable abandonar la observación a cambio de unas estériles disputas teóricas, pero no es Lícito sustraerse de un intento de clari­ficación. Por cierto, representaciones como las de libido yoi­ca, energía pulsional yoica y otras semejantes no son aprehensibles con facilidad, ni su contenido es suficientemente rico; una teoría especulativa de las relaciones entre ellas pretendería obtener primero, en calidad de fundamento, un concepto circunscrito con nitidez. Sólo que a mi juicio esa es, precisamente, la diferencia entre una teoría especulativa y una ciencia construida sobre la interpretación de la empiria. Esta última no envidiará a la especulación el privilegio de una fundamentación tersa, incontrastable desde el punto de vista lógico; de buena gana se contentará con unos pensa­mientos básicos que se pierden en lo nebuloso y apenas se dejan concebir; espera aprehenderlos con mayor claridad en el curso de su desarrollo en cuanto ciencia y, llegado el caso, está dispuesta a cambiarlos por otros. Es que tales ideas no son el fundamento de la ciencia, sobre el cual descansaría todo; lo es, más bien, la sola observación. No son el cimiento sino el remate del edificio íntegro, y pueden sustituirse y desecharse sin perjuicio. En nuestros días vivimos idéntica situación en la física, cuyas intuiciones básicas sobre la ma­teria, los centros de fuerzas, la atracción y conceptos pareci­dos están sujetos casi a tantos reparos como los correspon­dientes del psicoanálisis.[15]

El valor de los conceptos de libido yoica y libido de ob­jeto reside en que provienen de un procesamiento de los caracteres íntimos del suceder neurótico y psicótico. La separación de la libido en una que es propia del yo y una endosada a los objetos es la insoslayable prolongación de un primer supuesto que dividió pulsiones sexuales y pul­siones yoicas. Al menos me obligó a esto último el análisis de las neurosis de trasferencia puras (histeria y neurosis obsesiva), y todo lo que sé es que los intentos de dar razón de estos fenómenos por otros medios han fracasado radical­mente.

Dada la total inexistencia de una doctrina de las pulsiones que de algún modo nos oriente, está permitido o mejor, es obligatorio adoptar provisionalmente algún supuesto y some­terlo a prueba de manera consecuente hasta que fracase o se corrobore. Ahora bien, el supuesto de una separación ori­ginaria entre unas pulsiones sexuales y otras, yoicas, viene avalado por muchas cosas, y no sólo por su utilidad para el análisis de las neurosis de trasferencia. Concedo que este factor por sí solo no sería inequívoco, pues podría tratarse de una energía psíquica indiferente,[16] que únicamente por el acto de la investidura de objeto se convirtiese en libido. Pero, en primer lugar, esta división conceptual responde al distingo popular tan corriente entre hambre y amor. En se­gundo lugar, consideraciones biológicas abogan en su favor. El individuo lleva realmente una existencia doble, en cuanto es fin para sí mismo y eslabón dentro de una cadena de la cual es tributario contra su voluntad o, al menos, sin que medie esta. Él tiene a la sexualidad por uno de sus propósi­tos, mientras que otra consideración lo muestra como mero apéndice de su plasma germinal, a cuya disposición pone sus fuerzas a cambio de un premio de placer; es el portador mortal de una sustancia -quizás- inmortal, como un ma­yorazgo no es sino el derechohabiente temporario de una institución que lo sobrevive. La separación de las pulsiones sexuales respecto de las yoicas no haría sino reflejar esta función doble del individuo.[17] En tercer lugar, debe recordarse que todas nuestras provisionalidades psicológicas de­berán asentarse alguna vez en el terreno de los sustratos orgánicos. Es probable, pues, que sean materias y procesos químicos particulares los que ejerzan los efectos de la sexualidad y hagan de intermediarios en la prosecución de la vida individual en la vida de la especie. [Cf. pág. 120 y n. 12.] Nosotros tomamos en cuenta tal probabilidad sustitu­yendo esas materias químicas particulares por fuerzas psí­quicas particulares.

Precisamente porque siempre me he esforzado por man­tener alejado de la psicología todo lo que le es ajeno, in­cluido el pensamiento biológico, quiero confesar en este lu­gar de manera expresa que la hipótesis de unas pulsiones sexuales y yoicas separadas, y por tanto la teoría de la libido, descansa mínimamente en bases psicológicas, y en lo esencial tiene apoyo biológico. Así pues, tendré la suficiente con­secuencia para desechar esta hipótesis si del trabajo psicoana­lítico mismo surgiere una premisa diferente y más servicial acerca de las pulsiones. Hasta ahora ello no ha ocurrido. También podría ser que la energía sexual, la libido -en su fundamento último y en su remoto origen-, no fuese sino un producto de la diferenciación de la energía que actúa en toda la psique. Pero una aseveración así es intrascendente. Se refiere a cosas ya tan alejadas de los problemas de nuestra observación y de tan escaso contenido cognoscitivo que es por igual ocioso impugnarla o darla por válida; posiblemente esa identidad primordial no tendría con nuestros intereses analíticos mayor relación que la del parentesco primordial de todas las razas humanas con la prueba de que se es pariente del testador, exigida para la trasmisión legal de la heren­cia. Con todas esas especulaciones no llegamos a ninguna parte; puesto que no podemos esperar hasta que alguna otra ciencia nos obsequie las soluciones definitivas en ma­teria de doctrina de las pulsiones, es atinado averiguar si una síntesis de los fenómenos psicológicos no puede echar luz sobre aquellos enigmas biológicos básicos. Familiaricémonos con la posibilidad del error, pero no nos abstengamos de extender de manera consecuente el supuesto escogido en primer término[18] (y que el análisis de las neurosis de tras­ferencia nos forzó a adoptar) de una oposición entre pul­siones sexuales y pulsiones yoicas, para averiguar si admite un desarrollo fecundo y exento de contradicción y si es aplicable también a otras afecciones, por ejemplo a la esquizo­frenia.

Otra cosa sería, desde luego, si se aportara la prueba de que la teoría de la libido ya ha fracasado en la explicación de la enfermedad mencionada en último término. C. G. Jung (1912) lo aseveró, con lo cual me forzó a hacer las anterio­res puntualizaciones, que de buena gana me habría ahorrado. Hubiese preferido seguir hasta el final el camino que emprendí en el análisis del caso Schreber, callando acerca de sus premisas. Ahora bien, la aseveración de Jung es, por lo menos, precipitada. Sus fundamentaciones son pobres. Sobre todo, aduce mi propio testimonio; yo habría dicho que me vi precisado, en vista de las dificultades del análisis de Schreber, a ampliar el concepto de libido, vale decir, a resignar su contenido sexual y hacer coincidir libido con interés psí­quico en general. Ya Ferenczi (1913b), en una crítica a fon­do al trabajo de Jung, expuso lo que hay que decir para rectificar esa interpretación falsa. No me resta sino decla­rarme de acuerdo con él y repetir que yo no expresé seme­jante renuncia a la teoría de la libido.
Otro argumento de Jung, a saber, que no es concebible que la pérdida de la función normal de lo real[19] pueda ser causada por el solo retiro de la libido, no es tal, sino un decreto; it begs the question,* {«Es una petición de principio».} toma la decisión de antemano y se ahorra la dis­cusión, pues justamente debería investigarse si ello es posible y el modo en que lo es. En su siguiente gran trabajo (1913 [págs. 339-40]), Jung roza muy de pasada la solu­ción que yo apunté hace ya mucho: «En relación con ello, sólo resta considerar un punto -al cual, por lo demás, Freud se refiere en su trabajo sobre el caso Schreber [1911c]- que la introversión de la libido sexualis lleva a una inves­tidura del "yo", y posiblemente por esta vía se produce aquel efecto de pérdida de realidad. Es de hecho una tentadora posibilidad explicar de esta manera la psicología de la pér­dida de realidad». Sólo que Jung no se interna mucho en esa posibilidad. Pocas líneas[20] después se deshace de ella ob­servando que, si se partiese de esta condición, «se obten­dría la psicología de un anacoreta ascético, pero no una dementia praecox». Inapropiada comparación, incapaz de lle­varnos a decisión alguna, según lo enseña esta reflexión: un anacoreta así, que «se afana en desarraigar todo rastro de interés sexual» (vale decir, sólo en el sentido popular de la palabra «sexual»), ni siquiera tiene que presentar necesa­riamente una colocación patógena de la libido. Pudo haber extrañado enteramente de los seres humanos su interés se­xual, sublimándolo empero en un interés acrecentado por lo divino, lo natural, lo animal, sin que ello le hiciera caer en una introversión de su libido sobre sus fantasías ni en un regreso de ella a su yo. Parece que esta comparación des­deña de antemano el distingo posible entre un interés pro­cedente de fuentes eróticas y otras clases de interés. Recor­demos, además, que las investigaciones de la escuela suiza, con todo lo meritorias que son, sólo en dos puntos han con­tribuido a esclarecer el cuadro de la dementia praecox: la existencia de los complejos, comprobados tanto en personas sanas cómo en neuróticos, y la semejanza entre los productos de la fantasía de los aquejados por esa enfermedad y los mitos de los pueblos; pero como no han podido echar luz alguna sobre el mecanismo de la contracción de la enferme­dad, podemos desechar el aserto de Jung según el cual la teoría de la libido ha fracasado en arrancar los secretos a la dementia praecox y por eso quedó liquidada también res­pecto de las otras neurosis.

II


Un estudio directo del narcisismo me parece bloqueado por dificultades particulares. La principal vía de acceso a él seguirá siendo el análisis de las parafrenias. Así como las neu­rosis de trasferencia nos posibilitaron rastrear las mociones pulsionales libidinosas, la dementia praecox y la paranoia nos permitirán inteligir la psicología del yo. De nuevo tendre­mos que colegir la simplicidad aparente de lo normal desde las desfiguraciones y exageraciones de lo patológico. No obs­tante, para aproximarnos al conocimiento del narcisismo nos quedan expeditos algunos otros caminos que describiré en el siguiente orden: la consideración de la enfermedad orgánica, de la hipocondría y de la vida amorosa de los sexos.

Ha sido una sugerencia verbal de Sándor Ferenczi la que me llevó a apreciar la influencia de la enfermedad orgánica sobre la distribución de la libido. Es sabido -y nos parece un hecho trivial- que la persona afligida por un dolor or­gánico y por sensaciones penosas resigna su interés por todas las cosas del mundo exterior que no se relacionen con su sufrimiento. Una observación más precisa nos enseña que, mientras sufre, también retira de sus objetos de amor el in­terés libidinal, cesa de amar. La trivialidad de este hecho no ha de disuadirnos de procurarle traducción dentro de la ter­minología de la teoría de la libido. Diríamos entonces: El enfermo retira sobre su yo sus investiduras libidinales para volver a enviarlas después de curarse. Dice Wilhelm Busch, acerca del poeta con dolor de muelas: «En la estrecha cavi­dad de su muela se recluye su alma toda».[21] Libido e interés yoico tienen aquí el mismo destino y se vuelven otra vez indiscernibles. El notorio egoísmo del enfermo los recubre a ambos. Si hallamos esto tan trivial, es porque estamos cier­tos de que en el mismo caso nos comportaríamos de idéntico modo. El decaimiento de la disposición a amar, aun la más intensa, por obra de perturbaciones corporales, su sustitución repentina por una indiferencia total, han sido convenientemente aprovechados por el arte cómico.

A semejanza de la enfermedad, también el estado del dor­mir implica un retiro narcisista de las posiciones libidinales sobre la persona propia; más precisamente, sobre el exclu­sivo deseo de dormir. El egoísmo de los sueños calza bien en esta conexión. [Cf. Infra, pág. 222.] En ambos casos ve­mos, si no otra cosa, al menos ejemplos de alteraciones en la distribución de la libido a consecuencia de una alteración en el yo.

La hipocondría se exterioriza, al igual que la enfermedad orgánica, en sensaciones corporales penosas y dolorosas, y coincide también con ella por su efecto sobre la distribución de la libido. El hipocondríaco retira interés y libido -ésta última de manera particularmente nítida- de los objetos del mundo exterior y los concentra sobre el órgano que le atarea. Ahora bien, hay una diferencia patente entre hipo­condría y enfermedad orgánica: en el segundo caso las sen­saciones penosas tienen su fundamento en alteraciones [or­gánicas] comprobables, en el primero no. Pero sería ente­ramente congruente con los marcos de toda nuestra con­cepción sobre los procesos de la neurosis que nos decidié­semos a decir: La hipocondría ha de tener razón; tampoco en ella han de faltar las alteraciones de órgano. Ahora bien, ¿en qué consistirían?

Nos llevaremos aquí por una experiencia: tampoco en las otras neurosis faltan sensaciones corporales de carácter displacentero, comparables a las hipocondríacas. Ya una vez, con anterioridad, expresé mi inclinación a considerar la hipo­condría como una tercera neurosis actual, junto a la neuras­tenia y a. la neurosis de angustia.[22] Probablemente no sea ex­cesivo imaginar que una partícula de hipocondría es, por lo general, constitutiva de las otras neurosis. Lo vemos de la manera más clara en la neurosis de angustia y en la histeria edificada sobre ella. Ahora bien, el modelo que conocemos de un órgano de sensibilidad dolorosa, que se altera de algún modo y a pesar de ello no está enfermo en el sentido habitual, son los genitales en su estado de excitación. En ese estado reciben aflujo sanguíneo, se hinchan, se humedecen y son sede de múltiples sensaciones. Llamemos a la actividad por la cual un lugar del cuerpo envía a la vida anímica estí­mulos de excitación sexual, su erogenidad; y si además re­paramos en que, por las elucidaciones de la teoría sexual, es­tamos familiarizados hace mucho con la concepción de que algunos otros lugares del cuerpo -las zonas erógenas­- podían subrogar a los genitales y comportarse de manera análoga a ellos,[23] sólo hemos de aventurar aquí un paso más. Podemos decidirnos a considerar la erogenidad como una pro­piedad general de todos los órganos, y ello nos autorizaría a hablar de su aumento o su disminución en una determi­nada parte del cuerpo. A cada una de estas alteraciones de la erogenidad en el interior de los órganos podría serle paralela una alteración de la investidura libidinal dentro del yo. En tales factores habríamos de buscar aquello que está en la base de la hipocondría y puede ejercer, sobre la distribución de la libido, idéntico efecto que la contracción de una enfermedad material de los órganos.

Advertimos que, prosiguiendo esta ilación de pensamien­to, tropezamos no sólo con el problema de la hipocondría, sino con el de las otras neurosis actuales, la neurastenia y la neurosis de angustia. Por eso queremos detenernos en este punto; no está en el propósito de una indagación puramente psicológica traspasar tanto la frontera hacia el ámbito de la investigación fisiológica. Limitémonos a consignar lo que desde este punto puede conjeturarse: la hipocondría es a la parafrenia, aproximadamente, lo que las otras neurosis ac­tuales son a la histeria y a la neurosis obsesiva; vale decir, depende de la libido yoica, así como las otras dependen de la libido de objeto; la angustia hipocondríaca sería, del lado de la libido yoica, el correspondiente de la angustia neuró­tica. Además: Si ya estamos familiarizados con la idea de que el mecanismo de la contracción de la enfermedad y de la formación de síntoma en las neurosis de trasferencia (el pasaje de la introversión a la regresión) ha de conectarse con una estasis de la libido de objeto,[24] podemos aproximarnos también a la imagen de una estasis de la libido yoica, vinculándola con los fenómenos de la hipocondría y de la para­frenia.

Nuestro apetito de saber nos plantea naturalmente esta pregunta: ¿Por qué una estasis así de la libido en el interior del yo se sentiría displacentera? Yo me contentaría con responder que el displacer en general es la expresión de un aumento de tensión y que, por tanto, aquí, como en otras partes, una cantidad del acontecer material es la que se tras­pone en la cualidad psíquica del displacer; comoquiera que fuese, acaso lo decisivo para el desarrollo de displacer no sería la magnitud absoluta de ese proceso material, sino, más bien, una cierta función de esa magnitud absoluta.[25] Desde este punto, aun podemos atrevernos a incursionar en otro problema: ¿En razón de qué se ve compelida la vida anímica a traspasar los límites del narcisismo y poner {setzen} la libido sobre objetos?[26] La respuesta que dimana de nues­tra ilación de pensamiento diría, de nuevo, que esa necesidad sobreviene cuando la investidura {Besetzung} del yo con li­bido ha sobrepasado cierta medida. Un fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que empezar a amar para no caer enfermo, y por fuerza enfermará si a con­secuencia de una frustración no puede amar. Algo parecido a la psicogénesis de la creación del mundo, según la imaginó H. Heine:
«Enfermo estaba; y ese fue
de la creación el motivo:
creando convalecí,
y en ese esfuerzo sané».[27]

Hemos discernido a nuestro aparato anímico sobre todo como un medio que ha recibido el encargo de dominar ex­citaciones que en caso contrario provocarían sensaciones penosas o efectos patógenos. La elaboración psíquica presta un extraordinario servicio al desvío interno de excitaciones no susceptibles de descarga directa al exterior, o bien cuya des­carga directa sería indeseable por el momento. Ahora bien, al principio es indiferente que ese procesamiento interno acontezca en objetos reales o en objetos imaginados. La di­ferencia se muestra después, cuando la vuelta de la libido sobre los objetos irreales (introversión) ha conducido a una estasis libidinal. En las parafrenias, el delirio de grandeza permite esta clase de procesamiento de la libido devuelta al yo; quizá sólo después de frustrado ese delirio de gran­deza, la estasis libidinal en el interior del yo se vuelve pa­tógena y provoca el proceso de curación que se nos aparece como enfermedad.

Intento aquí penetrar unos pocos pasos más en el meca­nismo de la parafrenia, y resumo las concepciones que ya hoy me parecen dignas de consideración. Sitúo la diferencia en­tre estas afecciones [parafrenias] y las neurosis de trasferencia en la si­guiente circunstancia: en aquellas, la libido liberada por frus­tración no queda adscrita a los objetos en la fantasía, sino que se retira sobre el yo; el delirio de grandeza procura en­tonces el dominio psíquico de este volumen de libido, vale decir, es la operación psíquica equivalente a la introversión sobre las formaciones de la fantasía en las neurosis de tras­ferencia; de su frustración nace la hipocondría de la para­frenia, homóloga a la angustia de las neurosis de trasferen­cia. Sabemos que esta angustia puede relevarse mediante una ulterior elaboración psíquica, a saber, mediante conversión, formación reactiva, formación protectora (fobia). En lugar de esto, en las parafrenias tenemos el intento de restitución, al que debemos las manifestaciones patológicas más llama­tivas. Puesto que la parafrenia a menudo (si no la mayoría de las veces) trae consigo un desasimiento meramente par­cial de la libido respecto de los objetos, dentro de su cua­dro pueden distinguirse tres grupos de manifestaciones: 1) las de la normalidad conservada o la neurosis (manifesta­ciones residuales); 2) las del proceso patológico (el desasi­miento de la libido respecto de los objetos, y de ahí el deli­rio de grandeza, la hipocondría, la perturbación afectiva, to­das las regresiones), y 3) las de la restitución, que deposita de nuevo la libido en los objetos al modo de una histeria (dementia praecox, parafrenia propiamente dicha) o al modo de una neurosis obsesiva (paranoia). Esta nueva investidura libidinal se produce desde un nivel diverso y bajo otras con­diciones que la investidura primaria.[28]8 La diferencia entre las neurosis de trasferencia generadas por ella y las formaciones correspondientes del yo normal debería poder proporcionarnos la intelección más honda de la estructura de nuestro apa­rato anímico.

Una tercera vía de acceso al estudio del narcisismo es la vida amorosa del ser humano dentro de su variada diferen­ciación en el hombre y en la mujer. Así como al comienzo la libido yoica quedó oculta para nuestra observación tras la libido de objeto, reparamos primero en que el niño (y el adolescente) elige sus objetos sexuales tomándolos de sus vivencias de satisfacción. Las primeras satisfacciones sexua­les autoeróticas son vivenciadas a remolque de funciones vitales que sirven a la autoconservacíón. Las pulsiones se­xuales se apuntalan al principio en la satisfacción de las pulsiones yoicas, y sólo más tarde se independizan de ellas; ahora bien, ese apuntalamiento sigue mostrándose en el he­cho de que las personas encargadas de la nutrición, el cui­dado y la protección del niño devienen los primeros objetos sexuales: son, sobre todo, la madre o su sustituto. Junto a este tipo y a esta fuente de la elección de objeto, que puede llamarse el tipo del apuntalamiento [tipo anaclítico],[29] * la investigación analítica nos ha puesto en conocimiento de un segundo tipo que no estábamos predispuestos a descubrir.

Hemos descubierto que ciertas personas, señaladamente aque­llas cuyo desarrollo libidinal experimentó una perturbación (como es el caso de los perversos y los homosexuales), no eligen su posterior objeto de amor según el modelo de la madre, sino según el de su persona propia. Manifiestamente se buscan a sí mismos como objeto de amor, exhiben el tipo de elección de objeto que ha de llamarse narcisista. En esta observación ha de verse el motivo más fuerte que nos llevó a adoptar la hipótesis del narcisismo.

Ahora bien, no hemos inferido que los seres humanos se descomponen tajantemente en dos grupos según que su elec­ción de objeto responda a uno de los dos tipos, el narcisista o el del apuntalamiento; más bien, promovemos esta hipó­tesis: todo ser humano tiene abiertos frente así ambos caminos para la elección de objeto, pudiendo preferir uno ó el otro. Decimos que tiene dos objetos sexuales originarios: él mismo y la mujer que lo crió, y presuponemos entonces en todo ser humano el narcisismo primario que, eventual­mente, puede expresarse de manera dominante en su elección de objeto.

La comparación entre hombre y mujer muestra, después, que en su relación con el tipo de elección de objeto presen­tan diferencias fundamentales, aunque no, desde luego, regu­lares. El pleno amor de objeto según el tipo del apuntala­miento es en verdad característico del hombre. Exhibe esa llamativa sobrestimación sexual qué sin duda proviene del narcisismo originario del niño y, así, corresponde a la tras­ferencia de ese narcisismo sobre el objeto sexual. Tal sobres­timación sexual da lugar a la génesis del enamoramiento, ese peculiar estado que recuerda a la compulsión neurótica y se reconduce, por lo dicho, a un empobrecimiento libidinal del yo en beneficio del objeto.[30]
Diversa es la forma que presenta el desarrollo en el tipo más frecuente, y con probabilidad más pura y más genuina, de la mujer. Con el desarrollo puberal, por la conformación de los órganos sexuales femeninos hasta entonces latentes, parece sobrevenirle un acrecimiento del narcisismo originario; ese aumento es desfavorable a la cons­titución de un objeto de amor en toda la regla, dotado de sobrestimación sexual. En particular, cuando el desarrollo la hace hermosa, se establece en ella una complacencia consigo misma que la resarce de la atrofia que la sociedad le im­pone en materia de elección de objeto. Tales mujeres sólo se aman, en rigor, a sí mismas, con intensidad pareja a la del hombre que las ama. Su necesidad no se sacia amando, sino siendo amadas, y se prendan del hombre que les colma esa necesidad. La importancia de este tipo de mujer para la vida amorosa de los seres humanos ha de tasarse en mucho. Ta­les mujeres poseen el máximo atractivo {Reiz = estímulo} para los hombres, y no sólo por razones estéticas (pues sue­len ser las más hermosas); también, a consecuencia de in­teresantes constelaciones psicológicas. En efecto, con parti­cular nitidez se evidencia que el narcisismo de una persona despliega gran atracción sobre aquellas otras que han desistido de la dimensión plena de su narcisismo propio y andan en requerimiento del amor de objeto; el atractivo del niño reside en buena parte en su narcisismo, en su complacencia consigo mismo y en su inaccesibilidad, lo mismo que el de ciertos animales que no parecen hacer caso de nosotros, como los gatos y algunos grandes carniceros; y aun el criminal cé­lebre y el humorista subyugan nuestro interés, en la figu­ración literaria, por la congruencia narcisista con que saben alejar de sí todo cuanto pueda empequeñecer su yo. Es como si les envidiásemos por conservar un estado psíquico beatí­fico, una posición libidinal inexpugnable que nosotros re­signamos hace ya tiempo. Pero al gran atractivo de la mujer narcisista no le falta su reverso; buena parte de la insatis­facción del hombre enamorado, la duda sobre el amor de la mujer, el lamentarse por los enigmas de su naturaleza, tienen su raíz en esta incongruencia [entre los dos tipos] de la elec­ción de objeto.

No es ocioso, quizá, que lo asegure: nada más lejos de mí, en esta pintura de la vida amorosa femenina, que la tendencia a menospreciar a la mujer. Prescindiendo de que soy ajeno a cualquier tendenciosidad, sé que estas confor­maciones en direcciones diversas responden a la diferencia­ción de funciones dentro de una trabazón biológica en ex­tremo compleja; además, estoy dispuesto a conceder que un número indeterminado de mujeres aman según el modelo masculino y también despliegan la correspondiente sobresti­mación sexual.

Aun para las mujeres narcisistas, las que permanecen frías hacia el hombre, hay un camino que lleva al pleno amor de objeto. En el hijo que dan a luz se les enfrenta una parte de su cuerpo propio como un objeto extraño al que ahora pueden brindar, desde el narcisismo, el pleno amor de ob­jeto. Y todavía hay otras que no necesitan esperar el hijo para dar ese paso en el desarrollo desde el narcisismo (se­cundario) hasta el amor de objeto. Antes de la pubertad se han sentido varones y durante un tramo se desarrollaron como tales; y después que esa aspiración quedó interrumpida por la maduración de la feminidad, les resta la capacidad de ansiar un ideal masculino que es en verdad la continua­ción del ser varonil que una vez fueron.[31]
Un sucinto panorama de los caminos para la elección de objeto nos sugeriría estas observaciones indicativas: se ama

1. Según el tipo narcisista:

a. A lo que uno mismo es (a sí mismo),
b. A lo que uno mismo fue,
c. A lo que uno querría ser, y
d. A la persona que fue una parte del sí-mismo propio.

2. Según el tipo del apuntalamiento (anaclítico):

a. A la mujer nutricia, y
b. Al hombre protector

y a las personas sustitutivas que se alinean formando series en cada uno de esos caminos. El caso c del primer tipo sólo podrá justificarse mediante unas puntualizaciones que hare­mos después. [Cf. pág. 97.]

La importancia de la elección narcisista de objeto para la homosexualidad del hombre es algo que nos queda para considerar en otro contexto.[32]

El narcisismo primario que suponemos en el niño, y que contiene una de las premisas de nuestras teorías sobre la libido, es más difícil de asir por observación directa que de comprobar mediante una inferencia retrospectiva hecha desde otro punto. Si consideramos la actitud de padres tiernos ha­cia sus hijos, habremos de discernirla como renacimiento y reproducción del narcisismo propio, ha mucho abandonado. La sobrestimación, marca inequívoca que apreciamos como estigma narcisista ya en el caso de la elección de objeto, go­bierna, como todos saben, este vínculo afectivo. Así preva­lece una compulsión a atribuir al niño toda clase de perfec­ciones (para lo cual un observador desapasionado no des­cubriría motivo alguno) y a encubrir y olvidar todos sus defectos (lo cual mantiene estrecha relación con la desmentida de la sexualidad infantil). Pero también prevalece la pro­clividad a suspender frente al niño todas esas conquistas cul­turales cuya aceptación hubo de arrancarse al propio nar­cisismo, y a renovar a propósito de él la exigencia de pre­rrogativas a que se renunció hace mucho tiempo. El niño debe tener mejor suerte que sus padres, no debe estar so­metido a esas necesidades objetivas cuyo imperio en la vida hubo de reconocerse. Enfermedad, muerte, renuncia al goce, restricción de la voluntad propia no han de tener vigencia para el niño, las leyes de la naturaleza y de la sociedad han de cesar ante él, y realmente debe ser de nuevo el centro y el núcleo de la creación. His Majesty the Baby,[33] como una vez nos creímos. Debe cumplir los sueños, los irrealizados deseos de sus padres; el varón será un grande hombre y un héroe en lugar del padre, y la niña se casará con un príncipe como tardía recompensa para la madre. El punto más espinoso del sistema narcisista, esa inmortalidad del yo que la fuerza de la realidad asedia[34] duramente, ha ganado su seguridad refugiándose en el niño. El conmovedor amor parental, tan infantil en el fondo, no es otra cosa que el narcisismo redivivo de los padres, que en su trasmudación al amor de objeto revela inequívoca su prístina naturaleza.


III


Las perturbaciones a que está expuesto el narcisismo ori­ginario del niño, las reacciones con que se defiende de ellas y las vías por las cuales es esforzado al hacerlo, he ahí unos temas que yo querría dejar en suspenso como un importante material todavía a la espera de ser trabajado; su pieza fun­damental puede ponerse de resalto pomo «complejo de cas­tración» (angustia por el pene en el varón, envidia del pene en la niña) y abordarse en su trabazón con el influjo del temprano amedrentamiento sexual. La indagación psicoana­lítica, que nos habilitó para perseguir los destinos de las pul­siones libidinosas cuando, aisladas de las pulsiones yoicas, se encuentran en oposición a estas, nos permite en este ámbito unas inferencias retrospectivas a una época y a una situación psíquica en que ambas clases de pulsiones emergían como intereses narcisistas actuando todavía de consuno en unión inseparable.

Alfred Adler [1910] extrajo de esta trama su «protesta masculina», que él ha elevado a la condición de fuerza im­pulsora casi exclusiva de la formación del carácter y de la neurosis, al paso que no la funda en una aspiración narci­sista, y por tanto todavía de naturaleza libidinosa, sino en una valoración social. En la investigación psicoanalítica se ha admitido desde el comienzo mismo la existencia e impor­tancia de la «protesta masculina», pero, en contra de Adler, se sostuvo que era de naturaleza narcisista y que tenía su origen en el complejo de castración. Atañe a la formación del carácter, en cuya génesis interviene junto a muchos otros factores, pero es por completo inapropiada para esclarecer los problemas de las neurosis, a los que Adler no quiere aten­der sino en cuanto al modo en que sirven al interés del yo. Juzgo totalmente imposible colocar la génesis de la neurosis sobre la base estrecha del complejo de castración, por gran­de que sea la fuerza con que aflora en ciertos hombres entre las resistencias a la curación de la neurosis. Por último, conozco también casos de neurosis en los cuales la «protes­ta masculina» (o bien, en nuestra doctrina, el complejo de castración) no desempeña papel patógeno alguno o ni siquiera aparece.[35]

La observación del adulto normal muestra amortiguado el delirio de grandeza que una vez tuvo, y borrados los carac­teres psíquicos desde los cuales hemos discernido su narci­sismo infantil. ¿Qué se ha hecho de su libido yoica? ¿De­bemos suponer que su monto íntegro se insumió en inves­tiduras de objeto? Esta posibilidad contradice manifiesta­mente toda la trayectoria de nuestras elucidaciones; ahora bien, también aquí la psicología de la represión nos presta alguna referencia para elaborar una respuesta diversa.

Tenemos sabido que mociones pulsionales libidinosas su­cumben al destino de la represión patógena cuando entran en conflicto con las representaciones culturales y éticas del individuo. Nunca entendimos esta condición en el sentido de que la persona tuviera un conocimiento meramente inte­lectual de la existencia de esas representaciones; supusimos siempre que las acepta como normativas, se somete a las exi­gencias que de ellas derivan. La represión, hemos dicho, parte del yo; podríamos precisar: del respeto del yo por sí mismo. Las mismas impresiones y vivencias, los mismos im­pulsos y mociones de deseo que un hombre tolera o al me­nos procesa concientemente, son desaprobados por otro con indignación total o ahogados ya antes que devengan conciertes.[36] Ahora bien, es fácil expresar la diferencia entre esos dos hombres, que contiene la condición de la represión, en términos que la teoría de la libido puede dominar. Podemos decir que uno ha erigido en el interior de sí un ideal por el cual mide su yo actual, mientras que en el otro falta esa formación de ideal. La formación de ideal sería, de parte del yo, la condición de la represión.[37]

Y sobre este yo ideal recae ahora el amor de sí mismo de que en la infancia gozó el yo real. El narcisismo aparece des­plazado a este nuevo yo ideal que; como el infantil, se encuen­tra en posesión de todas las perfecciones valiosas. Aquí, como siempre ocurre en el ámbito de la libido, el hombre se ha mostrado incapaz de renunciar a la satisfacción de que gozó una vez. No quiere privarse de la perfección narcisista de su infancia, y si no pudo mantenerla por estorbárselo las admoniciones que recibió en la época de su desarrollo y por el despertar de su juicio propio, procura recobrarla en la nueva forma del ideal del yo. Lo que él proyecta frente a sí como su ideal es el sustituto[38] del narcisismo perdido de su infancia, en la que él fue su propio ideal.

Conviene indagar las relaciones que esta formación de ideal mantiene con la sublimación. La sublimación es un proceso que atañe a la libido de objeto y consiste en que la pulsión se lanza a otra meta, distante de la satisfacción se­xual; el acento recae entonces en la desviación respecto de lo sexual. La idealización es un proceso que envuelve al objeto; sin variar de naturaleza, este es engrandecido y real­zado psíquicamente. La idealización es posible tanto en el campo de la libido yoica cuanto en el de la libido de ob­jeto. Por ejemplo, la sobrestimación sexual del objeto es una idealización de este. Y entonces, puesto que la sublimación describe algo que sucede con la pulsión, y la idealización algo que sucede con el objeto, es preciso distinguirlas en el plano conceptual.[39]

La formación de un ideal del yo se confunde a menudo, en detrimento de la comprensión, con la sublimación de la pulsión. Que alguien haya trocado su narcisismo por la ve­neración de un elevado ideal del yo no implica que haya alcanzado la sublimación de sus pulsiones libidinosas. El ideal del yo reclama por cierto esa sublimación, pero no puede forzarla; la sublimación sigue siendo un proceso es­pecial cuya iniciación puede ser incitada por el ideal, pero cuya ejecución es por entero independiente de tal incitación. En los neuróticos, precisamente, encontramos las máximas diferencias de tensión entre la constitución del ideal del yo y la medida en que sublimaron sus pulsiones libidinosas primitivas, y en general los idealistas son mucho más reacios que los hombres de modestas miras a convencerse del in­adecuado paradero de su libido. Además, la formación de ideal y la sublimación contribuyen en proporciones por en­tero diversas a la causación de la neurosis. Según tenemos averiguado, la formación del ideal aumenta las exigencias del yo y es el más fuerte favorecedor de la represión. La subli­mación constituye aquella vía de escape que permite cum­plir esa exigencia sin dar lugar a la represión.[40]

No nos asombraría que nos estuviera deparado hallar una instancia psíquica particular cuyo cometido fuese velar por el aseguramiento de la satisfacción narcisista proveniente del ideal del yo, y con ese propósito observase de manera con­tinua al yo actual midiéndolo con el ideal.[41] Si una instancia así existe, es imposible que su descubrimiento nos tome por sorpresa; podemos limitarnos a discernir sus rasgos y nos es lícito decir que lo que llamamos nuestra conciencia moral satisface esa caracterización. Admitir esa instancia nos posibilita comprender el llamado delirio de ser notado {Beach­tungswahn} o, mejor, de ser observado {Beobachtungswahn}, que con tanta nitidez aflora en la sintomatología de las en­fermedades paranoides, y que puede presentarse también como una enfermedad separada o entreverada con una neu­rosis de trasferencia. Los enfermos se quejan de que alguien conoce todos sus pensamientos, observa y vigila sus accio­nes; son informados del imperio de esta instancia por voces que, de manera característica, les hablan en tercera persona. («Ahora ella piensa de nuevo en eso»; «Ahora él se mar­cha».) Esta queja es justa, es descriptiva de la verdad; un poder así, que observa todas nuestras intenciones, se entera de ellas y las critica, existe de hecho, y por cierto en todos nosotros dentro de la vida normal. El delirio de observación lo figura en forma regresiva y así revela su génesis y la razón por la cual el enfermo se rebela contra él.

La incitación para formar el ideal del yo, cuya tutela se confía a la conciencia moral, partió en efecto de la influen­cia crítica de los padres, ahora agenciada por las voces, y a la que en el curso del tiempo se sumaron los educadores, los maestros y, como enjambre indeterminado e inabarcable, todas las otras personas del medio (los prójimos, la opi­nión pública).

Grandes montos de una libido en esencia homosexual fue­ron así convocados para la formación del ideal narcisista del yo, y en su conservación encuentran drenaje y satisfacción. La institución de la conciencia moral fue en el fondo una en­carnación de la crítica de los padres, primero, y después de la crítica de la sociedad, proceso semejante al que se repite en las génesis de una inclinación represiva nacida de una prohibición o un impedimento al comienzo externas. Las voces y esa multitud que se deja indeterminada son traídas ahora a la luz por la enfermedad, a fin de reproducir en sentido regresivo la historia genética de la conciencia moral. Ahora bien, la rebelión frente a esa instancia censuradora se debe a que la persona, en correspondencia con el carácter fundamental de la enfermedad, quiere desasirse de todas esas influencias, comenzando por la de sus padres, y retirar de ellas la libido homosexual. Su conciencia moral se le en­frenta entonces en una figuración regresiva como una intro­misión hostil de fuera.

La queja de la paranoia muestra también que la autocrí­tica de la conciencia moral coincide en el fondo con esa ob­servación de sí sobre la cual se edifica. Esa misma actividad psíquica que ha tomado a su cargo la función de la concien­cia moral se ha puesto también al servicio de la exploración interior que ofrece a la filosofía el material de sus operacio­nes intelectuales. Quizás esto no sea indiferente para la formación de sistemas especulativos, distintiva de la paranoia.[42] Sin duda será importante para nosotros poder discernirtambién en otros ámbitos los indicios de la actividad de esta instancia de observación crítica que se aguza en la conciencia moral y en la introspección filosófica. Aduzco aquí lo que Herbert Silberer ha descrito como el «fenómeno funcional», una de las pocas adiciones de indiscutible valor que se han hecho a la doctrina del sueño. Como es sabido, Silberer mostró que en estados intermedios entre el dormir y la vigilia es posible observar directamente la transposición de pensa­mientos en imágenes visuales, pero que en esas condiciones no suele sobrevenir una figuración del contenido conceptual, sino del estado (de buena predisposición, fatiga, etc.) en que se encuentra la persona que pugna por no dormirse. Análogamente, ha mostrado que muchas claves de los sue­ños y segmentos del contenido de estos no significan otra cosa que la autopercepción del dormir y el despertar. Ha puesto en descubierto, por tanto, la contribución de la ob­servación de sí -en el sentido del delirio paranoico de observación- a la formación del sueño. Esta contribución es inconstante; probablemente yo la descuidé por el hecho de que en mis sueños no desempeña un gran papel; en per­sonas dotadas para la filosofía, habituadas a la introspección, quizá sea muy nítida.[43]

Recordemos que, según hemos descubierto, la formación del sueño se origina bajo el imperio de una censura que constriñe a los pensamientos oníricos a desfigurarse. Ahora bien, no imaginamos esa censura como un poder particular, sino que escogimos esta expresión para designar un aspecto de las tendencias represoras que gobiernan al yo: su aspecto vuelto a los pensamientos oníricos. Si nos internamos más en la estructura del yo, podemos individualizar también al censor del sueño[44] en el ideal del yo y en las exteriorizaciones dinámicas de la conciencia moral. Y si este censor mantiene además alguna vigilancia durante el dormir, com­prenderemos que la premisa de su actividad, la observación de sí y la autocrítica, pueda contribuir al contenido del sueño con elementos como «ahora está demasiado adormi­lado para pensar», «ahora se despierta».[45]

Desde aquí podemos intentar la discusión del sentimiento de sí (Selbstgefühl} en la persona normal y en el neurótico.

El sentimiento de sí se nos presenta en primer lugar como expresión del «grandor del yo», como tal, prescindiendo de su condición de compuesto {Zusammengesetzheit}. Todo lo que uno posee o ha alcanzado, cada resto del primitivo sen­timiento de omnipotencia corroborado por la experiencia, contribuye a incrementar el sentimiento de sí.

Sí introducimos nuestra diferenciación entre pulsiones se­xuales y pulsiones yoicas, tendremos que admitir que el sentimiento de sí depende de manera particularmente estre­cha de la libido narcisista. Para ello nos apoyamos en estos dos hechos fundamentales: en las parafrenias aquel aumenta, mientras que en las neurosis de trasferencia se rebaja; y en la vida amorosa, el no-ser-amado deprime el sentimiento de sí, mientras que el ser-amado lo realza. Hemos indicado ya que el ser-amado constituye la meta y la satisfacción en la elección narcisista de objeto.[46]

Además, es fácil observar que la investidura libidinal de los objetos no eleva el sentimiento de sí. La dependencia respecto del objeto amado tiene el efecto de rebajarlo; el que está enamorado está humillado. El que ama ha sacrificado, por así decir, un fragmento de su narcisismo y sólo puede restituírselo a trueque de ser-amado. En todos estos víncu­los el sentimiento de sí parece guardar relación con el com­ponente narcisista de la vida amorosa.

La percepción de la impotencia, de la propia incapacidad para amar a consecuencia de perturbaciones anímicas o cor­porales, tiene un efecto muy deprimente sobre el sentimiento de sí. Según yo lo discierno, aquí ha de buscarse una de las fuentes de esos sentimientos de inferioridad que de tan buena gana proclaman los aquejados de neurosis de trasfe­rencia. Empero, la fuente principal de este sentimiento está en el empobrecimiento del yo que es resultado de la enor­me cuantía de las investiduras libidinales sustraídas de él, vale decir, del deterioro del yo por obra de las aspiraciones sexuales que han eludido el control.

Adler [1907] ha sostenido con acierto que la percepción de las propias inferioridades de órgano actúa como acicate sobre una vida anímica productiva y, por vía de la sobrecompensación, provoca un rendimiento extra. Empero, sería una completa exageración que, siguiendo las huellas de Adler, se quisiese reconducir todo buen rendimiento a esta condi­ción de la originaria inferioridad de órgano. No todos los pintores están aquejados de fallas en la vista, no todos los oradores fueron al comienzo tartamudos. Sobrados son los ejemplos de un rendimiento excelente sobre la base de una dotación de órgano privilegiada. Para la etiología de las neu­rosis, la inferioridad y la atrofia orgánicas desempeñan ín­fimo papel, el mismo, digamos, que el material perceptivo actual tiene para la formación del sueño. La neurosis se sirve de ellas a guisa de pretexto, como lo hace con todos los otros factores idóneos. No acabamos de creer a una paciente neu­rótica que, según asevera, contrajo la enfermedad porque era fea, deforme, sin encantos, de suerte que nadie pudo amarla, cuando nos alecciona mejor el caso de la neurótica siguiente, que persevera en la neurosis y en la repulsa de lo sexual aunque parece más apetecible que el promedio, y en efecto es apetecida. La mayoría de las mujeres histéricas se cuentan entre las exponentes atractivas y aun hermosas de su sexo; y, por otra parte, la frecuencia de tachas, atrofias de órgano y defectos en los estamentos inferiores de nuestra sociedad no produce efecto alguno en cuanto a multiplicar las enfermedades neuróticas en ese ambiente.

Las relaciones del sentimiento de sí con el erotismo (con las investiduras libidinosas de objeto) pueden exponerse en algunas fórmulas, de la siguiente manera: Hay que distinguir dos casos, según que las investiduras amorosas sean acordes con el yo o, al contrario, hayan experimentado una represión. En el primer caso (la aplicación de la libido de manera acorde con el yo), el amar es apreciado como cual­quier otra función del yo. El amar en sí, como ansia y pri­vación, rebaja la autoestima, mientras que ser-amado, hallar un objeto de amor, poseer al objeto amado; vuelven a ele­varla. En el caso de la libido reprimida, la investidura de amor es sentida como grave reducción del yo, la satisfacción de amor es imposible, y el re-enriquecimiento del yo, sólo se vuelve posible por el retiro de la libido de los objetos. El retroceso de la libido de objeto al yo, su mudanza en narci­sismo, vuelve, por así decir, a figurar[47] un amor dichoso, y por otra parte un amor dichoso real responde al estado primordial en que libido de objeto y libido yoica no eran diferenciables.
La importancia de este asunto y la imposibilidad de abar­carlo justificarán que agreguemos ahora algunos enunciados de manera más dispersa.

El desarrollo del yo consiste en un distanciamiento res­pecto del narcisismo primario y engendra una intensa aspi­ración a recobrarlo. Este distanciamiento acontece por me­dio del desplazamiento de la libido a un ideal del yo im­puesto desde fuera; la satisfacción se obtiene mediante el cumplimiento de este ideal.

Simultáneamente, el yo ha emitido las investiduras libidi­nosas de objeto. El yo se empobrece en favor de estas inves­tiduras así como del ideal del yo, y vuelve a enriquecerse por las satisfacciones de objeto y por el cumplimiento del ideal.

Una parte del sentimiento de sí es primaria, el residuo del narcisismo infantil; otra parte brota de la omnipotencia co­rroborada por la experiencia (el cumplimiento del ideal del yo), y una tercera, de la satisfacción de la libido de objeto.

El ideal del yo ha impuesto difíciles condiciones a la sa­tisfacción libidinal con los objetos, haciendo que su censor [cf. pág. 94, n. 10] rechace por inconciliable una parte de ella. Donde no se ha desarrollado un ideal así, la aspiración sexual correspondiente ingresa inmodificada en la personalidad como perversión. Ser de nuevo, como en la infancia, su propio ideal, también respecto de las aspiraciones sexua­les: he ahí la dicha a la que aspiran los hombres.

El enamoramiento consiste en un desborde de la libido yoica sobre el objeto. Tiene la virtud de cancelar represio­nes y de restablecer perversiones. Eleva el objeto sexual a ideal sexual. Puesto que, en el tipo del apuntalamiento (o del objeto) adviene sobre la base del cumplimiento de con­diciones infantiles de amor, puede decirse: Se idealiza a lo que cumple esta condición de amor.

El ideal sexual puede entrar en una interesante relación auxiliar con el ideal del yo. Donde la satisfacción narcisista tropieza con impedimentos reales, el ideal sexual puede ser usado como satisfacción sustitutiva. Entonces se ama, si­guiendo el tipo de la elección narcisista de objeto, lo que uno fue y ha perdido, o lo que posee los méritos que uno no tiene (cf. supra, el punto c [pág. 87 ] ). En fórmula pa­ralela a la anterior se diría: Se ama a lo que posee el mérito que falta al yo para alcanzar el ideal. Este remedio tiene particular importancia para el neurótico que por sus exce­sivas investiduras de objeto se ha empobrecido en su yo y no está en condiciones de cumplir su ideal del yo. Busca entonces, desde su derroche de libido en los objetos, el ca­mino de regreso al narcisismo, escogiendo de acuerdo con el tipo narcisista un ideal sexual que posee los méritos inal­canzables para él. Es la curación por amor, que él, por regla general, prefiere a la analítica. Y aun no puede creer en otro mecanismo de curación; las más de las veces lleva a la cura la expectativa de ese mecanismo, y la dirige a la persona del médico que lo trata.
Este plan de curación es estorbado, desde luego, por la incapacidad para amar en que se en­cuentra el enfermo a consecuencia de sus extensas represio­nes. Si mediante el tratamiento se ha podido levantar estas en cierto grado, se obtiene a menudo este `involuntario resultado: el enfermo se sustrae del ulterior tratamiento para elegir un objeto de amor y confiar a la convivencia con la persona amada su completo restablecimiento. Podríamos contentarnos con este desenlace si no trajera consigo todos los peligros de la oprimente dependencia respecto de ese salvador.

Desde el ideal del yo parte una importante vía para la comprensión de la psicología de las masas. Además de su componente individual, este ideal tiene un componente so­cial; es también el ideal común de una familia, de un esta­mento, de una nación. Ha ligado, además de la libido narcisista, un monto grande de la libido homosexual de una persona,[48] monto que, por ese camino, es devuelto al yo. La insatisfacción por el incumplimiento de ese ideal libera libido homosexual, que se muda en conciencia de culpa (an­gustia social). La conciencia de culpa fue originariamente an­gustia frente al castigo de parte de los padres; mejor dicho: frente a la pérdida de su amor; después los padres son rem­plazados por la multitud indeterminada de los compañeros. La frecuente causación de la paranoia por un agravio al yo, por una frustración de la satisfacción en el ámbito del ideal del yo, se vuelve así más comprensible, como también el encuentro de formación de ideal y sublimación en el interior del ideal del yo, la involución de las sublimaciones y el even­tual remodelamiento de los ideales en los casos de contracción de una parafrenia.
NOTAS

1 En una nota agregada en 1920 a Tres ensayos de teoría sexual (1905d), AE, 7, pág.. 199, n. 17, Freud dice que se equivocó al afir­mar en el presente artículo que el término «narcisismo» fue introduci­do por Nácke, y que debería haberlo atribuido a Havelock Ellis. Sin embargo, el mismo Ellis 'escribió posteriormente (1927) un breve artículo donde corrigió la corrección de Freud y sostuvo que, en verdad, la prioridad debía dividirse entre él y Näcke, explicando que el término «Narcissus-like» {«a la manera de Narciso») fue usado por él en 1898 como descripción de una actitud psicológica, y que Näcke introdujo en 1899 el término «Narcismus» para describir una per­versión sexual. La palabra alemana utilizada por Freud es «Narzissmus». En su artículo sobre el caso Schreber (1911c), AE, 12, pág.. 56, Freud sostuvo que esta grafía de la palabra, aunque «no tan correcta» como «Narzissismus», era «más breve y menos malsonante».]
[2] Otto Rank (19111).
[3] [En una extensa nota al pie que agregué en el caso Schreber (1911c) AE, 12, pág.. 70, n. 25, me he referido al empleo que hace Freud de este término.]
[4] Véase una nota al pie en «Sobre la dinámica de la trasferencia» (1912b), AE, 12, pág.. 99, n. 5.]
[5][Véase respecto de estas tesis al examen del «fin del mundo» en el análisis del Senatspräsident Schreber [(1911c), AE, 12, pág. 64]. Además: Abraham, 1908. [Cf. también infra, pág. 83.]
[6][Véanse, en particular, las obras mencionadas en la última nota. De hecho, más adelante Freud penetra más a fondo en el problema (cf. pág. 83).]
[7] Cf. los pasajes de mi obra Tótem y tabú (1912-13) que se ocupan de este tema. [Están sobre todo en el tercer ensayo, AE, 13, págs. 86 y sigs.]
[8]Cf. Ferenczi, 1913c.
[9][Freud volvió a usar esta y otras analogías similares más de una vez; por ejemplo, en la 26• de sus Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17), AE, 16, pág. 379, y en su breve artículo so­bre «Una dificultad del psicoanálisis» (1917a), AE, 17, págs. 130-1. Posteriormente corrigió algunos de los puntos de vista expresados aquí. Cf. mi «Nota introductoria», supra, pág. 69.]
[10][Freud traza esta distinción por primera vez aquí.]
[11] [Cf. supra, pág. 72, n. 5.] Este «fin del mundo» presenta dos mecanismos: cuando toda investidura libidinal se drena sobre el obje­to amado, y cuando toda refluye en el yo.
[12][La evolución de las opiniones de Freud sobre las pulsiones se describe parcialmente en mi «Nota introductoria» a «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), infra, págs. 109 y sigs.]
[13] [Véase el segundo de los Tres ensayos (1905d), AE, 7, págs. 164-6.1
[14] [Véase una observación sobre este pasaje en mi «Nota introductoria» a «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), infra, pág. 111.]
[15] [Freud amplía esta línea de pensamiento en el pasaje inicial de «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), infra, pág. 113.]
[16] [Esta idea aparece también en El yo y el ello (1923b), AE, 19, pág., 45.]
[17] [Las implicaciones psicológicas de la teoría del plasma germinal de Weismann se abordan mucho más extensamente en Más allá del principio de place (1920g), AE, 18, págs. 44 y sigs.]
[18][«Ersterwählte» («escogido en primer término») en las edi­ciones anteriores a 1924. Las ediciones posteriores dicen «erster­wähnte» («mencionado en primer término»), lo cual no parece tan adecuado al contexto y puede ser un error de imprenta.]
[19][La frase pertenece a Janet (1909): «La fonction du réel». Véanse las frases con que Freud comienza sus «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer- psíquico» (1911b).]
[20][Todas las ediciones alemanas dicen «Seiten» («páginas»), error de imprenta por «Zeilen».]
[21][Balduin Bäblamm, capítulo 8.] 79
[22][La primera alusión a esto figura, al parecer, en una nota al pie del caso Schreber (1911c), AE, 12, pág. 53, n. 38. Freud lo volvió a mencionar brevemente, aunque de manera más explícita, en su contribución al debate sobre el onanismo llevado a cabo en la So­ciedad Psicoanalítica de Viena (19121). Retomó el tema más tarde, en la 24 de sus Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916­-17), AE, 16, págs. 351 y sigs. Había tratado ya la relación entre la hipocondría y las otras neurosis «actuales» en un período muy ante­rior; véase su primer artículo sobre las neurosis de angustia (1895b), AE, 3, págs. 93.4.]
[23][Cf. Tres ensayos de teoría sexual (1905d), AE, 7, págs. 166-7.]
[24]Cf. [las páginas iniciales de] «Sobre los tipos de contracción de neurosis» (1912).
[25][Toda esta cuestión se aborda más cabalmente en «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), infra, págs. 115 y sigs. Sobre el empleo del término «cantidad» en la oración anterior, véase el «Proyecto de psicología» (Freud, 1950a), AE, 1. págs. 339-41.]
[26] [Un tratamiento mucho más elaborado de este problema se en­contrará en «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), infra, págs.129 y sigs.]
[27] [Neue Gedichte, «Schöpfungstieder VII».] {«Erschaffen», «crear», puede significar, asimismo, «criar» en sentido orgánico; y «genesen», «convalecer», puede entenderse como «dar a luz un hijo». Los versos son susceptibles, pues, de una doble lectura.}
[28][Véanse algunos comentarios adicionales sobre este punto al final del artículo sobre «Lo inconciente» (1915e), infra, pág. 200]
[29][«Anlehnungstypus». El término ha sido traducido al inglés como «anaclitic type» {«tipo anaclítico»} por analogía con el término gra­matical «enclitic» {«enclítico»} que designa a las partículas que no pueden ser la primera palabra de una frase, sino que deben agregarse a, o apuntalarse en una más importante; por ejemplo el latín «enim» o el griego «8é». {En castellano, sólo conservan esta característica los pronombres personales en dativo y acusativo: «Díselo tú», «Tráe­mela».} Esta parece ser la primera vez que figura en una publica­ción el término «Anlehnungstypus». La idea de que un niño alcanza su primer objeto sexual sobre la base de su pulsión de nutrición se encuentra ya en la primera edición de los Tres ensayos (1905d), AE, 7, págs. 202.3; pero las dos o tres menciones explícitas al «Anlehnungs­typus» que figuran en ese trabajo se agregaron recién en la edición de 1915. El concepto se preanuncia muy claramente en «Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa» (1912d), AE, 11, pág. 174. El término «angelehnte» («apuntalado») se emplea en un sentido similar en el historial clínico de Schreber (1911c), AE, 12, pág. 57, pero allí no se enuncia la hipótesis subyacente. -Debe señalarse que el apuntalamiento {attachment} indicado por el término es de las pulsiones sexuales en las pulsiones yoicas, no del niño en su madre.]
* {La solución adoptada por Strachey se ha extendido a la litera­tura psicoanalítica en idioma castellano: «tipo anaclítico». Empero, en la presente edición hemos optado por traducir siempre «Anlehnung» por «apuntalamiento» y «anlehnen» por «apuntalar». Con respecto a la observación final que hace Strachey, debe señalarse que él emplea «attachment type» como sinónimo de «anaclitic type» y la palabra «attachment» tiene el sentido de un vínculo afectivo.}
[30][Freud vuelve sobre esto en el examen del enamoramiento que efectúa en el capítulo VIII de Psicología de las masas y análisis del yo (1921c), AE, 18, págs. 166.7.1
[31][Freud desarrolló sus puntos de vista sobre la. sexualidad fe­menina en una cantidad de artículos posteriores: «Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina» (1920a), «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos» (1925j), «Sobre la sexualidad femenina» (1931b), y en la 33• de sus Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933a).]
[32] [Freud ya había planteado este punto en su estudio sobre Leonardo (1910c), AE, 11, págs. 92 y sigs.]
[33][Es posible que Freud haga referencia, con esta frase, a un cono­cido cuadre de la época eduardiana, expuesto en la Royal Academy, que llevaba ese titulo y mostraba a dos policías londinenses detenien­do el farragoso tráfico para que una niñera pudiera cruzar la calle empujando un cochecito de bebé. _ «Su Majestad el Yo» aparece {en alemán} en un artículo anterior, «El creador literario y el fanta­seo» (1908e), AE, 9, pág. 132.]
[34]{«Die von der Realitat hárt bedrángte...»: el verbo «drángen» y sus derivados (en este caso, «bedrángen») remiten a las «fuerzas» que mueven los procesos; por eso traducimos libremente «la fuerza de la realidad».}
[35][En una carta fechada el 30 de setiembre de 1926 en respuesta i una pregunta del doctor Edoardo Weiss (quien amablemente nos ha informado sobre aquella), Freud escribió: «Su pregunta referente a la que yo digo en "Introducción del narcisismo', acerca de si existen neurosis en que el complejo de castración no desempeñe papel alguno me deja perplejo. Ya no sé en qué pensaba yo en esa época. Hoy no sabría indicar neurosis alguna en que no se encontrara este complejo, y por cierto no escribiría así esa oración. Pero como nuestro
panorama sobre la totalidad de este campo es todavía imperfecto, preferiría no pronunciarme de manera definitiva en ninguno de ambos sentidos» (Freud, 1970a). - Para otras críticas a los puntos de vista de Adler sobre la «protesta masculina», cf. «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico» (1914d), supra, págs. 52-3.]
[36] [Cf. «La represión» (1915d), infra, pág. 145.]
[37][véase un comentario sobre esta frase en una nota al pie de Psicología de las masas (1921t-), AE, 18, pág. 124, x. 3.]
[38][En las ediciones anteriores a 1924 decía: «...es sólo el susti­tuto... »,]
[39][Freud vuelve sobre el tema de la idealización en Psicología de las masas (1921c), AE, 18, págs. 106-7.]
[40] [La posible relación entre la sublimación y la transformación de la libido de objeto en libido narcisista es abordada por Freud en El yo y el ello (1923b), AE, 19, pág. 32.]
[41] [Freud desarrollaría más tarde el concepto de superyó a partir de una combinación de esta instancia con el ideal del yo. Cf. el capí­tulo XI de Psicología de las masas (1921c), AE, 18, págs. 122 y sigs., y el capítulo II de El yo y el ello (1923b), AE, 19, págs. 21 y sigs.]
[42]Agregaré, sólo a modo de conjetura, que la formación y re­fuerzo de esta instancia observadora podrían contener en su interior también la posterior génesis de la memoria (subjetiva) y del factor temporal, que no rige para. los procesos inconcientes. [Estos puntos se aclaran más en «Lo inconciente» (1915e), infra, págs. 186 y 184.1
[43][Cf. Silberer, 1909 y 1912. En 1914, cuando escribió el presente artículo, Freud agregó un examen mucho más extenso de este fenóme­no a La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, págs. 499-501.
[44] [Aquí y al comienzo de la frase siguiente, así como también in­fra, pág. 97, Freud utiliza la forma personal, «Zensor», en lugar de la que emplea casi siempre («Zensur», «censura»). Véase una nota al pie del pasaje de La interpretación de los sueños citado en la nota anterior (AE, 5, pág. 501, n. 23). La diferencia entre ambas palabras es claramente establecida en la 26' de sus Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17), AE, 16, pág. 390: «A la instancia de obser­vación de sí la conocemos como el censor yoico, la conciencia moral; es la misma que por las noches ejerce la censura sobre los sueños».;
[45]No puedo decidir aquí si la separación de esta instancia censora del resto del yo puede proporcionar un fundamento psicológico a la división filosófica entre conciencia y autoconciencia.
[46][Este tema se amplía en Psicología de las masas (1921c), AE,18, págs. 107-8.1
[47][«Darstellt». En la primera edición, «herstelit», «establecer».
[48][La importancia de la homosexualidad en la estructura de los grupos sociales se había insinuado ya en Tótem y tabú (1912-13), AE, 13, pág. 146, y vuelve a mencionarse en Psicología de las masas (1921c), AE, 18, págs. 118x. y 134.1