domingo, 20 de abril de 2014

Bettelheim, Bruno. El conflicto edípico y su resolución

Bettelheim, Bruno. Psicoanálisis de los cuentos de Hadas.  P.130
 
El conflicto edípico y su resolución

 El caballero de la brillante armadura y la damisela entristecida

 
En la angustia del conflicto edípico, un muchacho odia a su padre por interponerse en el camino entre él y su madre, evitando que ésta le dedique toda su atención. El chico quiere que la madre lo admire como si fuera el más grande de los héroes, lo que significa que debe eliminar al padre de alguna manera. Sin embargo, esta idea genera ansiedad en el niño, porque ¿Qué pasaría con la familia si el padre dejara de protegerlos y cuidarlos? y ¿Qué sucedería si su padre descubriera que él había querido eliminarlo? ¿Sería capaz de llevar a cabo una terrible venganza?  

Podemos decirle a un niño repetidas veces que algún día crecerá, se casará y será como su padre, sin que esto sirva de nada. Una afirmación tan realista no le alivia en absoluto de las pulsiones que el niño siente en su interior. En cambio, el cuento le dice cómo puede vivir con sus conflictos: le sugiere fantasías que él nunca podría inventar por sí solo.

Por ejemplo, el cuento de hadas relata la historia de un chiquillo que, en un principio, pasa inadvertido, se lanza al mundo y acaba por triunfar plenamente en la vida. Los detalles pueden cambiar, pero el argumento básico es siempre el mismo: una persona que no tenía el aspecto de héroe prueba que lo es matando dragones, resolviendo enigmas y viviendo con astucia y bondad hasta que libera a la bella princesa, se casa con ella y vive feliz para siempre. Ni un solo niño ha dejado de verse alguna vez en este papel estelar. La historia implica que no es el padre el que no permite que el niño disponga por completo de la madre, sino un dragón malvado; y, en realidad, lo que el niño tiene en mente es matar al dragón. Además, el relato hace verosímil el sentimiento del muchacho de que la chica más adorable está cautiva por la acción de un personaje cruel, lo que da a entender que no es la madre la que el niño quiere para él, sino una muchacha maravillosa a la que todavía no ha visto pero a la que, sin duda, encontrará algún día. La historia va más allá de lo que el niño quiere oír y creer: la muchacha maravillosa (es decir, la madre) no está por su propia voluntad con la cruel figura masculina. Por el contrario, si pudiera, le gustaría encontrarse con un héroe joven (como el niño). El que mata al dragón debe ser siempre joven e inocente, como el muchacho.

 La inocencia del héroe, con la que se identifica el chico, prueba indirectamente la inocencia del niño, de manera que, lejos de sentirse culpable por estas fantasías, el niño puede verse como el héroe noble. Una característica de tales historias la constituye el hecho de que, una vez muerto el dragón —terminada la hazaña que ha liberado a la bella princesa de su cautiverio— y una vez el héroe se ha reunido con su amada, no se nos dan más detalles sobre su vida posterior, aparte del consabido «vivieron felices para siempre». Si se mencionan sus hijos, se trata, normalmente, de una interpolación posterior, llevada a cabo por alguien que creía que la historia resultaría más entretenida y verosímil si se proporcionaba esta información. Pero el hecho de introducir estos nuevos personajes al final del relato muestra que se sabe muy poco sobre la manera en que un niño imagina una vida feliz. Un muchacho no puede ni quiere pensar en lo que implica, en realidad, ser un marido y un padre. Por ejemplo, esto significaría que debe abandonar a la madre gran parte del día para acudir a su trabajo, mientras que la fantasía edípica es una situación en la que el chico y la madre no se separan ni un instante.

Evidentemente, el muchacho no quiere que la madre esté ocupada en las tareas de la casa o en el cuidado de otros niños. Tampoco quiere que el sexo tenga nada que ver con ella, porque este campo está todavía lleno de conflictos para él, en el caso de que sea consciente de lo que significa. Como en la mayoría de los cuentos de hadas, el ideal del niño es que él y su princesa (la madre) puedan satisfacer todas sus necesidades y vivir dedicados para siempre el uno al otro.

Los problemas edípicos de una chica son diferentes de los de un chico y, por ello, los cuentos de hadas que la ayudan a enfrentarse a su situación edípica deben, también, ser de distinta naturaleza. Lo que bloquea su existencia edípica feliz con el padre es una mujer vieja y malintencionada (es decir, la madre). Sin embargo, desde el momento en que la niña desea seguir disfrutando de los cuidados amorosos de la madre, encontramos asimismo un personaje femenino bondadoso en el pasado o en el contexto del cuento, cuya memoria se mantiene intacta aunque haya dejado de ser operativa. Una niña desea verse como una muchacha joven y hermosa —una especie de princesa— que está cautiva por la acción de un personaje femenino egoísta y malvado y que, por ello, no es accesible al amante masculino.

El padre real de la princesa cautiva se describe como una persona bondadosa pero incapaz de rescatar a su hija. En «Nabiza» es una promesa lo que se lo impide, mientras en la «Cenicienta» y «Blancanieves» parece incapaz de tomar sus propias decisiones en contra de la todopoderosa madrastra. El chico que pasa por el período edípico y que se siente amenazado por su padre porque desea sustituirlo en la atención de la madre, asigna al padre el papel del monstruo amenazador. Esto parece demostrar al chico que su padre es un rival verdaderamente peligroso, porque, si no fuera así, ¿por qué sería tan temible esta figura paterna? Puesto que la princesa que desea es la prisionera de un viejo dragón, el muchacho puede llegar a pensar que la fuerza bruta es el único obstáculo que se levanta entre la muchacha (la madre) y el héroe preferido por ella.
Por otro lado, en los cuentos que ayudan a la chica que pasa por el período edípico a comprender sus sentimientos y a encontrar una satisfacción sustitutiva, son los celos desmesurados de la madrastra o de la hechicera lo que impide que el amante encuentre a su princesa. Estos celos prueban que la mujer madura sabe que el héroe prefiere amar a la chica joven y permanecer a su lado. Mientras que el chico del período edípico no quiere que ningún niño interfiera en su relación con la madre, la chica desea darle a su padre el regalo amoroso de ser la madre de sus hijos. Es muy difícil determinar si esta afirmación se trata de la necesidad de competir con la madre en este aspecto o bien de la anticipación de la futura maternidad. Este deseo de dar un hijo al padre no significa mantener relaciones sexuales con él, puesto que la niña, al igual que el niño, no piensa en términos tan concretos.

La chica sabe que los niños son los que unen, más estrechamente, la figura masculina a la femenina y, por ello, al tratarse en los cuentos, de manera simbólica, de los deseos, problemas y dificultades de tipo edípico que se le presentan a una chica, es posible que los niños se mencionen ocasionalmente como parte del final feliz. En la versión de «Nabiza» de los Hermanos Grimm, se nos dice que el príncipe, ciego, tras caminar muchos años, «llegó al desierto en el que Nabiza y los gemelos que había dado a luz vivían en la miseria», aunque el caso es que no se había mencionado ningún niño anteriormente. Al besar al príncipe, dos lágrimas de Nabiza resbalan sobre sus ojos sin vida y le devuelven la vista; entonces «él la llevó a su reino, donde se les recibió con gran alborozo y donde vivieron felices para siempre». Desde el momento en que viven juntos, ya no se habla más de los niños; son únicamente un símbolo del vínculo entre Nabiza y el príncipe durante su separación. Ya que no se habla de boda entre ambos ni se insinúa relación sexual alguna, esta mención de los niños en los cuentos confirma la idea de que se pueden tener sin sexo, sólo como resultado del amor.

En la vida normal de la familia, el padre está muy a menudo fuera de casa, mientras que la madre, después de dar a luz y de criar a su hijo, sigue teniendo a su cargo los cuidados que éste necesita. Como consecuencia, es lógico que un chico imagine que el padre no es lo más importante de su vida. (Aunque una chica, seguramente, no podrá prescindir en su imaginación, con tanta facilidad, de los cuidados de la madre.) Esta es la razón por la que, en los cuentos de hadas, raras veces se sustituye al padre, originalmente «bueno», por el padrastro malvado, mientras que la figura de la madrastra cruel es mucho más frecuente.

Un niño no sufre una gran decepción cuando su padre se interpone en su camino o le atormenta con determinadas exigencias por el hecho de que este padre, por tradición, nunca le ha hecho demasiado caso. Por este motivo, cuando el padre bloquea los deseos del chico en el período edípico, éste no lo ve como un personaje malvado ni como una figura disociada en dos, una buena y una mala, cosa que ocurre muy a menudo con la madre. Por el contrario, el chico proyecta sus frustraciones y ansiedades en un gigante, un monstruo o un dragón.

En la fantasía edípica de una chica, la madre se disocia en dos figuras: la madre preedípica, buena y maravillosa, y la madrastra edípica, cruel y malvada. (En los cuentos de hadas, a veces, los chicos tienen, también, madrastras crueles, como en Hansel y Gretel, pero estas historias tratan de problemas distintos a los edípicos.) La madre buena, tal como nos la presenta la fantasía, es incapaz de sentir celos de su hija y de impedir que el príncipe (el padre) y la chica vivan felices. De este modo, la confianza de la muchacha en la bondad de la madre preedípica, y la fidelidad que celosamente le guarda, disminuyen los sentimientos de culpabilidad que experimenta frente a lo que desea que le ocurra a la madre (madrastra) que se interpone en su camino. Así pues, gracias a los cuentos de hadas, tanto los niños como las niñas que se encuentran en el período edípico pueden conseguir lo mejor de dos mundos distintos: por una parte, disfrutan plenamente de las satisfacciones edípicas en sus fantasías y, por otra, mantienen buenas relaciones con ambos progenitores en la realidad. En cuanto al chico que está en el período edípico, si la madre lo decepciona, se encuentra con la princesa, la mujer hermosa del futuro que le compensará todos los problemas presentes y con cuya imagen le resultará más fácil soportarlos. Si el padre presta menos atención a su hija de lo que ella querría, la chica superará esta adversidad gracias a la llegada del príncipe azul que la preferirá a todas las demás. Puesto que todo esto sucede en el país de nunca jamás, el niño no necesita sentirse culpable por asignar al padre el papel de un dragón o de un gigante malvado, o a la madre el papel de bruja o de madrastra cruel.
 
Una chica puede querer a su padre real porque el resentimiento que experimenta al ver que él sigue prefiriendo a su madre se explica por su inevitable debilidad (como pasa con los padres de los cuentos de hadas), cosa por la que nadie puede culparlo puesto que procede de fuerzas superiores; además, esto no le impedirá su romance con el príncipe. Por otra parte, una muchacha quiere más a su madre porque asigna toda su cólera a la madre rival, que recibe lo que se merece, como la madrastra de Blancanieves, que se ve obligada a calzarse «unos zapatos al rojo vivo y a bailar hasta caer muerta». Y Blancanieves —lo mismo que la muchacha que lee el cuento— no tiene por qué sentirse culpable, puesto que el amor que siente hacia su madre verdadera (anterior a la madrastra) nunca ha dejado de existir.

 Asimismo un chico quiere a su padre aun después de desatar toda su ira contra él a través de la fantasía de destrucción del dragón o del gigante malvado. Estas fantasías —que costarían muchos esfuerzos a la mayoría de los niños si tuvieran que inventarlas de manera completa y satisfactoria por sí solos— pueden ayudar muchísimo a la superación de la angustia del período edípico.
 
El cuento de hadas tiene, además, otras características que pueden ayudar al niño a resolver los conflictos edípicos. Las madres no pueden aceptar los deseos de los hijos de eliminar a papá y casarse con mamá; en cambio, pueden participar encantadas en la fantasía del hijo como vencedor del dragón y poseedor de la bella princesa. De la misma manera, una madre puede estimular las fantasías de su hija en cuanto al príncipe azul que irá a buscarla, ayudándola así a creer en un final feliz a pesar de la desilusión actual. Con ello, lejos de perder a la madre a causa de su relación edípica con el padre, la hija se da cuenta de que la madre, no sólo aprueba sus deseos ocultos, sino que además espera que se cumplan. A través de los cuentos de hadas, el progenitor puede realizar, al lado de su hijo, todo tipo de viajes fantásticos, mientras sigue siendo capaz de cumplir con sus tareas paternas en la realidad.

 De este modo, un niño puede sacar el máximo provecho de dos mundos, que es lo que necesita para convertirse en un adulto seguro de sí mismo. En la fantasía, una niña puede vencer a la madre (madrastra), cuyos esfuerzos para impedirle que sea feliz con el príncipe son un puro fracaso; también un niño puede vencer al monstruo y conseguir lo que desea en tierras muy lejanas. Al mismo tiempo, tanto niños como niñas siguen manteniendo en casa al padre real que les protege y a la madre real que les proporciona los cuidados y satisfacciones que necesitan. Puesto que está muy claro que la victoria sobre el dragón y la boda con la princesa liberada, o la huida con el príncipe azul y el castigo de la bruja, suceden en tiempos remotos y países lejanos, el niño normal no confunde nunca estas acciones con la realidad.

  Las historias que tratan del conflicto edípico forman parte de un tipo extendido de cuentos de hadas que proyectan los intereses del niño más allá del universo inmediato de la familia. Para dar los primeros pasos hacia la conversión en un individuo maduro, el niño debe empezar a dirigir su mirada hacia un mundo más amplio. Si el niño no recibe el apoyo de sus padres en esta investigación real o imaginaria del mundo externo, corre el riesgo de ver empobrecido el desarrollo de su personalidad. No es aconsejable darle prisa a un niño para que amplíe sus horizontes o informarle, de forma concreta, de hasta dónde tiene que llegar en sus exploraciones del mundo, o de cómo expresar lo que siente por sus padres. Si un progenitor estimula verbalmente a un niño a que «madure», a que avance psicológica o físicamente, el niño lo interpretará como que «quieren deshacerse de mí».

El resultado es completamente contrario a lo que se pretendía, puesto que el niño se siente rechazado y poco importante, y esto va en detrimento del desarrollo de su capacidad para enfrentarse al mundo que se extiende ante él. La tarea de aprendizaje del niño consiste, precisamente, en tomar decisiones en cuanto a su propio progreso, en el momento oportuno, y en el lugar que él escoja. El cuento de hadas le ayuda en este proceso porque sólo le da indicaciones; nunca sugiere ni exige nada. En el cuento de hadas, todo se expresa de manera implícita y simbólica: cuáles deben ser las tareas de cada edad; cómo se han de tratar los sentimientos ambivalentes hacia los padres; cómo puede dominarse este cúmulo de emociones. También se advierte al niño sobre los obstáculos con los que puede encontrarse y, al mismo tiempo, evitar, prometiéndole siempre un final feliz.

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