sábado, 24 de abril de 2021

Serge Leclaire: Para una teoría del complejo de Edipo. Capítulos 1 y 2

 

Agradecemos a la  Colección Psicología Contemporánea de Ediciones Nueva Visión (1978)

Buenos Aires. Por las facilidades para presentar este documento.


SABER Y PODER

 Se reúnen aquí una serie de informaciones y observaciones efectuadas por Serge Leclaire en el transcurso de una Asamblea General del departamento de Psicoanálisis.

 La enseñanza del psicoanálisis

 Los problemas planteados por el departamento de psicoanálisis no pueden disociarse de las cuestiones generales que se refieren a la enseñanza en la facultad de Vincennes.

 Relaciones entre el saber y el poder

 No existe paciente  que no imagine  al  psicoanalista  rico  en  saber y que no reclame la comprensión del relato que acaba  de hacer sobre sus síntomas. Como en el caso de la medicina, se impone la necesidad de  referirse a un saber.  En un momento u otro del análisis se pasa del saber al poder.  Esta  misma identificación la efectúan incluso los estudiantes cuando consideran a sus profesores solo en tanto poseedores de un saber. En virtud  de los  requerimientos de que es objeto, el profesor trata de cumplir efectivamente ese papel,

 Aquí se ubica  el  problema  fundamental  de  la  relación  entre el saber y el poder puesto de manifiesto por  la  impostura  de un lugar que se procura ocupar. Denunciar esta impostura puede ser objeto de un estudio en psicoanálisis.

Interpretación de un análisis

 Un paciente cuenta que repetidas veces sueña con  automóviles. Unas veces conduce con desenvoltura un veloz convertible, otras veces un camión cuando no un ómnibus. Mientras que en algunas ocasiones el manejo es agradable, en otras se producen desperfectos mecánicos (los frenos dejan de responder) o  bien el  paciente está incómodo para alcanzar un volante demasiado alejado.

 Tal ejemplo puede dar lugar (como si fueran las categorías de hoteles o restaurantes) a tres clases de interpretaciones:

 Clase I

 Escuela A: el automóvil aparece como un símbolo fálico confirmado por la búsqueda de la velocidad, realización  dinámica  de la sexualidad masculina (cf. La clef des songes) .

 Escuela B: el primer analista no entendió nada. El automóvil, como objeto de posesión en el cual se instala el paciente,  no es un símbolo masculino sino femenino (cf. La clef des songes bis) .

 Las posiciones de la escuela A, así como las de la Escuela B, pueden conducir a conclusiones interesantes que, para no falsearse, deben ser superadas para acceder a un nivel más profundo del análisis.

 Clase  II

Los diversos automóviles son entendidos como medios de movilidad, de transporte. El paciente experimenta dificultades  de ese tipo (cf. transportes amorosos). Es posible efectuar aquí equivalencias simbólicas.

 Clase III

 El nivel de significación impide profundizar el análisis.  El  aporte lacaniano, por la importancia otorgada al significante, permite extender el análisis a otros niveles de significaciones. Cuando el paciente habló de coches, empleó diferentes palabras: bahut, tire, bagnole . . .   es  posible  efectuar  un  juego  de  significantes con esas palabras: bahut = meuble, dahut = chasse, tire = stand de tir, corde ... *

* Juego de palabras cuyo significado es el siguiente:

bahut: arcón, armario antiguo; taxi  en  argot. tire: especie de telar de cuerdas; taxi en argot. bagnole: coche en argot.

luego,

bahut = meuble: taxi y también cofre, etc. =· mueble;

dahut == chasse: dahut es un animal fantástico e imaginario, que se propone como objeto de caza  a  una  persona  crédula;  palabra  muy  poco  usada en francés para la cual en nuestro conocimiento, no hay equivalente en castellano: de allí: animal = caza.

tire = stand de tir, carde: taxi  (tiro  y  telar  de  cuerdas)  =  stand  de  tiro al blanco, cuerda. [N. del T.]. 

Pero este nivel no es del todo satisfactorio, ya  que deja  la puerta abierta a ciertas impresiones. Es preciso renunciar a la fascinación ejercida por las imágenes y constituir una red, un circuito, una estructura. Habrá que ocuparse en saber cómo hacen su aparición los vehículos y cómo entran en el sistema, cuáles dispositivos del coche funcionan y cuáles no (frenos, dirección). Al proceder de tal manera se llega a un escalonamiento del saber.

 Valor de las interpretaciones

 ¿Qué eficacia puede tener la aplicación  de esas interpretaciones que se refieren a  un sistema  de ideas  pertenecientes a cierta clase?

¿Y si el paciente conoce ya el sistema de referencia n3 que le confía el analista? En otras  palabras, ¿qué eficacia tiene  el  saber?

¿No se trata de una impostura?

 En realidad, los pacientes adoran esta complicidad que pueden mantener con el analista. Así, durante las terapias largas (cinco, diez años) un mismo saber circula, va creando poco a poco una pequeña sociedad cerrada en sí misma, similar a la que constituyen los especialistas de una  misma disciplina cuando discuten entre sí. Al hacer circular este saber es posible interrogarse acerca de su eficacia o ineficacia. En efecto, la modificación producida es perfectamente transitoria, la esperanza de una apertura a otros problemas, el dialogo milagroso se desvanece… y las cosas vuelven a ser como antes.

 

 El  SABER Y LA VERDAD

 Cuando existe un sistema de saber lo esencial está excluido. Pero. ¿Cómo se puede acceder a un saber de clase cero que anularía todos los otros? ¿Y cómo descubrir sus elementos constitutivos en un tipo de sueño?

 Cuando el motor deja de funcionar (el desperfecto) o bien cuando el vehículo adopta diversas formas (furgoneta, camión…) aparece algo que no es ya el orden del saber sino de la verdad del soñante.

 Un viejo Lord arruinado se ve obligado a vender una parte de su propiedad. Como último recurso decide separarse de lo que más quiere: un agujero que se encuentra en medio del césped. Con el único criado que le queda, toma dicho agujero y lo pone en una camioneta para ir a venderlo. Pero el camino que cruza la propiedad está en malas condiciones y a causa de las sacudidas el agujero cae de la camioneta. Al darse cuenta, el Lord le dice a su criado –que es quien maneja- que vuelva atrás para colocarlo nuevamente. El coche retrocede hasta el agujero y cae en él.

 En una historia como esta, referida a un medio de transporte, el dominio de la verdad está estrictamente ligado (fuera de todo poder y toda impostura) a la eficacia. A partir de cierto momento la índole sistemática y cerrada del relato revela un agujero en el saber. Este agujero es “lo que no funciona” en un sistema al cual se hace referencia durante un tiempo.

 En contraposición con el saber, que implica un bloqueo de la verdad, esta última aparece como una ruptura: es un vacío. La verdad es una cierta relación con la falta, un aspecto del problema de la castración. Atento a la eficacia, el horizonte de la verdad no tiene nada que ver con una verdad constituida. Por consiguiente, debe centrarse la mirada en el orden de la ruptura que no puede avenirse a ningún sistema.

Conclusión

 El eje de lo que debería ser un departamento de psicoanálisis en la fortaleza de un saber implica que se ubique la dimensión del engaño y la trampa. Este problema subtiende el psicoanálisis y vale quizá para todo tipo de ideología.

 

 I.- ACERCA DE LA FUNCIÓN DEL PADRE

  La última vez, al mencionar el problema del sexo y  la  dificultad que podía existir en pensar con referencia a él, terminé con la evocación de ciertos tipos de sexuación que resultaban de cierto   modo   de   conjunción,   "una   especie   de  sexuación   primaria   u  original”, la del cuerpo erógeno, y una sexuación que ofrecía menos dificultades  y que  era  el  sexo del cuerpo anatómico.

 Precisamente pensando en modo de relación entre esos dos órdenes se podía  tratar  de  pensar  algo  relativo  al  hecho  del sexo. Y lo que se nos manifestó fue el carácter irrisorio de una representación del hombre en su virilidad. La fórmula que di al respecto era 1a de un paciente: “La  virilidad . . . sólo la  encontré en las mujeres".

 En el hombre viril, presentado como tal, siempre hay algo  de abusivo o irrisorio. ¿Significa  esto  que  contrariamente  a  la  mujer que, precisamente,  se  ajusta  a  la  presentabilidad  o  representabilidad de la  femineidad,  la  masculinidad  o  la  virilidad,  en  cambio, no es representable? Este es uno  de  los  problemas  que  vuelvo hoy  a  considerar,  que  deslindo  dejándolo  en  suspenso,  sin  duda una vez más, pero que quisiera reconsiderar  en  la  perspectiva  edípica. En ella justamente, la concepción común postula cierto número  de  personajes: Papá,  Mamá, el niño.        

 Si nos preguntamos por esta figura de la virilidad o del hombre en la constelación edípica, advertimos que esta primera hipótesis, que la representación  del  hombre  es  irrisoria,  se  ve  confirmada. Basta  con  evocar  esa  representación  clásica  del  padre,  cuya referencia hoy nos hace sonreír, ya se trate justamente del famoso padre fuerte, representación de cierto tipo, imagen abusiva, imagen ridícula, ya de la del padre débil, lastimoso, mirado con conmiseración, o bien de la del padre ausente, muerto, desaparecido, caso éste en el que la imagen es más precisa: en esta conjunción el padre o la función del Padre encontraría su mejor representación, aunque  no  por  cierto  con  esa  figura  del  padre  de la que tanto se habla.

 Se plantea el problema de superar la imagen para tratar de captar la función, siempre alterada o desviada  desde  el momento en que se pretendiera sostenerla en una imagen  o una representación. De modo que así como para tratar de alcanzar el concepto psicoanalítico del falo fue necesario superar la representación del pene en el sentido anatómico del término, aquí es preciso esforzarse por superar toda imagen del padre, de la virilidad, para acceder a 1a  función,  como  dice  Lacan;  del nombre-del-padre. Ya el lenguaje común está dando cuenta  de  esta  tentativa, pues mucho más que de una figura del padre, se habla de instancia de función de polo, que es mucho más abstracto y menos figurativo y que tiende en efecto, a reducirse una función.

Este problema es teórico. ¿Qué interés ofrece?  En  efecto,  el uso abusivo de la referencia edípica era  algo  muy  actual  y  que tenía vigencia en toda una serie de temas: impugnación de la autoridad, del poder, de la función docente a través de la  cual siempre se encuentra una función paterna.

 Quisiera tratar de plantear con mayor rigor el nivel en el cual se funda el problema que planteo, es decir, tratar de superar la imagen del padre para alcanzar la función: Es evidente que este nivel es el psicoanalítico y hasta se podría decir que es el de la práctica psicoanalítica.

 El\ punto de vista psicoanalítico, la práctica psicoanalítica, la acción psicoanalítica, se centran en la organización como tal, y en el marco del lenguaje que propuse en anteriores oportunidades se puede decir  que  la  perspectiva  psicoanalítica  centrada en la organización libidinal concierne a algo así como el cuerpo erógeno' ubicado como una suerte de doble, o de opuesto del cuerpo biológico (he hablado de ectoplasma). La perspectiva psicoanalítica es justamente la que da preponderancia a este enfoque, que considera la organización libidinal, es decir, el  cuerpo  erógeno, como predominante en la hipótesis  de  trabajo,  el  campo  mismo que se asigna la práctica psicoanalítica.

 Se ve sin duda que ese cuerpo  erógeno, .ese  doble,  reemplazaría actualmente con ventaja a algo denominado tradicionalmente psiquis, que hay interés en llamar a ese doble del cuerpo biológico, esa otra vertiente conjunta e indisolublemente ligada cuerpo erógeno en vez de alma, y de igual modo, que sin duda al psicoanálisis le interesa hablar de economía libidinal o de problema de orden libidinal antes que de psicología.

Ahora bien, presidiendo  esta  organización  libidinal,  presidien­ do  esta  constitución  del  cuerpo  erógeno,  tenemos   evidentemente a ]os progenitores, es decir,  la  pareja  formada  por  un  individuo más o menos macho y un  individuo  más  o menos  hembra,  pero que biológicamente se caracterizan, uno como macho y otro como hembra, por cumplir esa función biológica de reproducción que contribuye a la conservación de  la  especie,  a la  autoconservación de la vida.

 Pero si tomamos en cuenta lo que he dicho sobre el cuerpo, sobre la reproducción de los cuerpos, tenemos que considerar que

 los progenitores están constituidos de la misma manera, que no funcionan con un alma sino también  con  un .cuerpo  erógeno,  Y que la operación de  reproducción  debe  considerarse  asimismo como la generación en la  que participa  su  propio cuerpo  erógeno, es decir, clínica y prácticamente, los diferentes modos de organización de cada uno de los padres, sus modos  de  defensa, sus modos de represión, sus propias neurosis, sus propias organizaciones neuróticas, psicóticas, perversas, etc. Esto forma parte de lo que preside la concepción y luego la generación del cuerpo erógeno del vástago, así como también las relaciones libidinales entre los progenitores, inclusive su posición frente al problema de la reproducción y de la generación: defensa, temor, exaltación de esta función, desconocimiento o exaltación de la función erógena, es decir, de toda la vertiente libidinal.

He evocado aquí rápidamente cuál  es  el  verdadero  problema del complejo de Edipo, pero lo que  planteo  hoy  es  más  simple, más limitado: la función del padre en esta organización, en la reproducción. Haré también en este caso  una  breve  evocación  de las opiniones en curso. Si a ustedes les preguntaran cómo se re­ presentan la función del padre, pienso que lo primero que se les ocurriría sería algo más o  menos  tematizada  a  la  manera  teatral, es decir, que lo evocado respondería efectivamente  a la  tradición  del complejo de Edipo, de la tragedia de Edipo como representación trágica, como representación. Y ustedes evocarían la  función del padre en esta organización,  sobre la  base de un  personaje al que proveerían de vestuario, de accesorios (barba más o menos noble), de toda una serie de actitudes, de prestancia, de modo que volvemos necesariamente a ese padre irrisorio, teatral, que evocaba hace un rato. Entonces, cuando se habla de la función del padre, se evoca un personaje con su vestuario teatral (la espada, la ley en que, como Moisés, se apoya el padre), con su fuerza o su debilidad.

 ¿Por qué sucede todo esto?  Sin  duda,  así  como  en  la  tradición judía está escrito que Dios  no  debe  representarse  por  ninguna imagen,  de  igual  modo  la   desnudez   del   padre   debe   ser   velada, y  es  por  eso  que  la  función  del  padre   nos   remite   a  esos   velos, a esos atributos. Ahora bien,  la  referencia  a  ese  bosquejo  dramático o trágico, a ese bosquejo de  tipo  teatral,  es  insuficiente,  no porque ya no nos satisfaga, sino porque en nuestro nivel  de  referencia, el de la práctica psicoanalítica, es insuficiente por ser ineficaz para dirigir una cura.

Si se trata de tomar en consideración lo que pertenece al orden  de  la  organización  libidinal,  si  se  tiene el proyecto de modificar  algo  los  insolubles  conflictos  de ésta, si basta  con  referirse  a  esos  personajes  teatrales,  es  indudable  que el carácter cada  vez  más  irrisorio  o  abusivo·-(en  el  sentido  de  abuso de confianza) de ese  tipo  de  referencia  a  un  personaje  teatral,  asigna  a  nuestra  propia  intervención  ese   mismo   bosquejo, esos personajes dramáticos. Cuando se trate de la revelación  de  un amor apasionado o admirativo, de todas las tentativas de identificaciones o de decepciones referentes a esos  motores, esos sentimientos  -sean  éstos  odio,  rivalidad  o  temor-,  todo  eso  forma   parte del  depósito  de  accesorios,  accesorios  psicológicos  si  se   quiere, que aspiran  a  una  mayor  realidad.  Si  se  evoca  algo  perteneciente  al orden de las vivencias, al orden de  un  sentimiento,  se  cree  estar más cerca de la verdad. Pero la  verdadera  situación  de  una  referencia de ese tipo no deja de ser la  de  una  referencia  a  una  colección  de  accesorios.  Entonces,  en  ese  momento,  si  realmente  se trata  de  volver  a  poner  en  juego  los  accesorios  de  la  colección,   de  hacérselos  adoptar  al  paciente  y  llevarlo  a  participar  en  el juego, mejor es decírselo ... pero  se  apela  al  psicodrama,  psicodrama de dos, vivido en el nivel de la declamación.

 No obstante, si es cierto que incluso intervenciones de ese tipo, incluso el hecho de recurrir a los accesorios, al psicodrama, tiene en ocasiones cierta eficacia, -es lo menos que se puede decir-, es porque hay allí algo de cierto en lo que atañe a la organización libidinal y hasta en la manera en que se la aborda.  Pero si aún hoy este mecanismo funciona a veces, ello no nos exime de ver por qué tal accesorio de la colección ha sido eficaz y, por supuesto, se lo seguirá usando. Por qué el empleo de tal imagen, de tal representación, de tal  evocación  de  sentimiento  pudo  prosperar, es decir, ¿qué función cumple realmente ese tipo de accesorios? Pero, en conjunto, recurrir a la famosa imagen del padre no basta ya y, por lo tanto, es preciso descubrir qué es lo que está realmente en  juego  a  través  de ella.

  La  pregunta  que  nos formulamos, entonces,  se  refiere  precisamente  al  nivel  del  cual  parte aquélla.

 ¿Cuál es la respuesta o la tentativa de respuesta de Freud a esta pregunta? La verdadera respuesta o el eje  de  la  respuesta  de Freud es, paradójicamente, "Tótem y Tabú". Y digo que puede parecer paradójico, en el sentido de que si hay oigo que podría ser alcanzado por mi crítica, es justamente el mito inventado y reconstruido en "Tótem y Tabú": la horda primitiva, el padre omnipotente, la rebelión de los hermanos separados de las mujeres, el asesinato del padre que realmente se cometió en el origen de los tiempos y, para protegerse de ello, la organización de la sociedad como defensa contra ese proceso, la  prohibición  del  incesto.  Si nos contentamos  con reducir el alcance de una construcción  mítica a un hecho histórico, se soslaya la respuesta de  Freud.  Yo  quisiera detenerme un poco en el mito del asesinato del padre.

 Quien no se conforma con la reconstrucción del asesinato primordial desde la perspectiva histórica o mítica que no plantea la cuestión del origen, la cuestión del saber,  quien  no se  conforma con una práctica que viene  a  ser  una  catarsis  psicodramática, quien no se conforma con confundir con  un  asesinato  real  algo que equivaldría a desgarrar la imagen del padre, entonces, debe plantearse el problema de determinar qué es esa operación  llamada el asesinato del padre.

 Intentaré, en primer lugar, proporcionar algunos  elementos  para una respuesta, antes de ofrecer el posible esbozo ele  la  misma,  y luego,  evocar  las  consecuencias  prácticas  de  tal  tipo  de  respuesta, o sea, cuál es la operación que está en juego en el  así  llamado asesinato del padre.

Primero, con los elementos para pensar esta respuesta, trataré

 de sugerir algunas constantes de la función del padre:

 -El padre es genitor, un aspecto de la función que no  se  puede reducir (también puede considerarse el aspecto de ésta como animal reproductor) o como función de engendramiento del cuerpo erógeno de un vástago, el cual podría sufrir perturbaciones si el genitor padeciera una grave psicosis.

 -El padre como guardián de la ley -conserva y protege las leyes, es su garante- es una protección contra el mundo y también, fundamentalmente, contra la madre.

 -El  padre  en  tanto  es  el  que  goza  -la   función   de  goce es esencial ya que el padre goza de la  madre,  pero  también  de todas las mujeres y tiene la posibilidad de prohibirlas- y el  que posee.

 -El padre como iniciador -permite, tiene la facultad de posibilitar el acceso a este mundo de goce-, como castrador, como defensor.

 Pero, ¿hay que preguntarse también sobre el asesinato? ¿Qué  puede ser el  asesinato  de la función del padre?

 Al renunciar a la  perspectiva  teatral  queda  algo  perteneciente al orden de la violencia, de una ruptura radical, de una  organización que no solo es vital, sino libidinal, ruptura decisiva o irreversible, y también la dimensión del goce, con su correlato de culpabilidad, sanción y castigo.

 Pero, una vez más, ¿qué puede ser el asesinato de una función? Es aquí donde debo esbozar una respuesta.

 Ya he hablado de la cuestión del engendramiento, del cuerpo erógeno. Desde el punto ele vista más abstracto, estructuralmente, la función paterna está situada entre la singularidad del cuerpo erógeno y la universalidad de la ley.

 Hablo del cuerpo erógeno como ele algo singular, individual, particular  -es  lo que  tenemos  que considerar  en  el  análisis,  este es el punto de partida, la singularidad de un cuerpo erógeno, el secreto  de  una  fantasía,  de  la  organización  Libidinal-  pero  que, al mismo tiempo, se une con la universalidad de ciertas fantasías previas a la existencia de ciertos individuos (fantasías  de  seducción ele castración e incluso el asesinato).

 Pero, de modo más preciso, definí el cuerpo erógeno como un conjunto finito caracterizado por el  tipo de relación  que  tenía  con el elemento que lo designaba como conjunto, con el Uno que podía caracterizarlo como un conjunto -se puede decir, abusivamente, con el nombre de su propio conjunto- y dije que la erogeneidad estaba ligada precisamente al hecho de que esta  relación  del  conjunto con su propia unidad podía pensarse como una relación positiva o como una relación negativa, o más rigurosamente aun, como una relación con un Uno o una relación con un cero, y evidentemente es lo mismo, excepto el sexo, el sexo del cuerpo erógeno. Ya he definido:

 La serie erógena +, tipo clínico: obsesivo.

La serie erógena -, relación privilegiada con el cero, tipo clínico: histérico.

Pero, de todos modos, lo que caracteriza a la erogeneidad es la polarización de esta relación del Uno con el conjunto, ya en positivo, ya en negativo.

 ¿Y lo universal de la ley?

Sin considerar el aparato legislador o legalista que se  des­ prende de la ley en el sentido edípico del término, en el sentido libidinal del término, la ley es la  disposición  del  conjunto  de letras, del conjunto de significantes, de la  totalidad  de  significantes existentes, de la totalidad, incluso supuesta, de lugares erógenos, pero este conjunto se caracteriza por la ausencia de una letra, la letra que  también  designa  e] conjunto  de  la  ley.  Esto  es lo que Lacan tematiza como el gran Otro, es justamente este  Uno que nunca puede encontrar su lugar  en  el  gran  Otro,  pero  que hace que el gran Otro esté tachado, etcétera.

 Pero vemos que, tanto en el ámbito de la singularidad del cuerpo erógeno  como  en  el  de  la  universalidad  de  la  ley,  es  problemática la relación del conjunto con el Uno que lo  caracteriza como conjunto.

 La función paterna es la que asegura concretamente la articulación  entre ese  universal  y ese singular, la que asegura la escisión entre cuerpo erógeno y el cuerpo biológico, la escisión, es decir, cierto modo de articulación, a partir de una misma superficie, de un mismo conjunto continuo de puntos en el que todos los puntos de esta superficie entran simultáneamente ya en un sistema biológico, ya en un sistema erógeno –señalemos que no entran uno por uno, sino a la vez-


 Lo que corresponde, pues, al asesinato del padre, es una  manera de tomar para sí algo de esta fórmula de apertura.

 Por lo tanto, la función paterna puede caracterizarse como lo  que garantiza la escisión entre el cuerpo biológico y el cuerpo erógeno, lo que engendra el cuerpo erógeno, lo que asegura la articulación de lo singular de la unidad erógena con la universalidad del discurso -con otras palabras, lo que permite que una fantasía de Jugar a una organización libidinal, una fantasía que sea la fantasía original y universal, sino que entre de cierta manera y constituya la organización libidinal del sujeto- para hacer de ella una fantasía que es sin duda la fantasía singular que preside la organización libidinal del individuo.

 Cuando  intentamos  hablar  de  la  función   paterna,  nos vemos obligados  a  postular   que  ésta  garantiza  algo  perteneciente al  orden de la escisión, de la falta, al  orden  de  la  apertura,  al  orden  del acceso a la erogeneidad, es decir, del acceso al inconsciente o al goce o,  recíprocamente, de lo prohibido.

 A título  ilustrativo  vamos  a  considerar  al  padre  que,  justamente  se  encuentra   en  una  situación   difícil   respecto  a  la  ley, y tomamos como ejemplo  tipo  el caso  del  padre  paranoico:  él es la ley, su problema es que  tiene  una  garantía  absoluta  en  el ámbito de la ley.  Pero,  en  el  ámbito  de  los  niños,  ¿Qué  brinda un padre paranoico? Esos niños, que tienen dificultades para acceder al cuerpo erógeno, deberán pasar por una serie de desvíos, porque  la  función  paternal  será  tomada  al  pie  de la letra  y todas las formas de la función estarán obturadas. Ese padre ofrece la seudogarantía de una plenitud, cierra todo acceso a cualquier deseo.  Afortunadamente,  el  niño  suele  defenderse  de  él  por medio del circuito  materno,  etc.,  o  reintroduciendo  la  escisión,  la  falla.

 Lo que quería mostrar aquí, en cambio,  es  que  la garantía  por parte del padre consiste más bien en asegurar que no habrá cierre, es decir, una garantía que ofrece el padre, o de una de las funciones esenciales del padre, algo puede aprehenderse, es justamente la  garantía  de que no habrá cierre en esa perspectiva.

 Llego ahora al tema que me propuse dilucidar, la operación "asesinato del padre".

Se puede decir que, descriptivamente, es una forma de  asunción de esta función de apertura, de no obturación, constantemente renovada ele esa escisión siempre renovada entre el cuerpo erógeno y el cuerpo biológico.

 ¿El otro, entonces, se ve desposeído de ella? No necesariamente, ya que el proceso no pasa forzosamente por la destrucción de la organización libidinal del otro. Estructuralmente, se trata del paso de una superficie a otra, es decir, de una operación específica del tipo proyección-abstracción:

1.-proyección sobre una superficie concebida como el continuo de los puntos de la superficie del cuerpo, es decir, el cuerpo mismo;

2.-abstracción, como el hecho de sacar  fuera  de,  desprender de la superficie lo que podría estar marcado en ella, es decir, la huella o la borradura de la huella sobre la superficie.

 Este paso de una superficie a otra,  digamos  del  cuerpo  erógeno del padre o de los  padres,  es  una  operación  totalmente  específica, una proyección-abstracción, en la medida en  que  mantiene  la  función de apertura. La operación "asesinato del padre" es cierta forma  de asunción de esa función de apertura.

 Todo esto se tematiza, habitualmente, como nacimiento de la subjetividad, ingreso al mundo  del  deseo, realización  o  asunción de la castración, términos todos que tienden a describir lo que allí sucede en  el momento de la instauración  de una subjetividad  o más exactamente de la especificación de una organización libidinal, es decir, de una fantasía.

 ¿Cuáles son las consecuencias prácticas?

En el ejemplo tipo de la fantasía, "pegan a un niño", no se encontrará un medio de interpretar o de determinar lo que esto significa, partiendo de variaciones  sobre  las  representaciones  de los golpes o de la escena, con una sustitución indefinida de los personajes, sino en el nivel de las impasses repetitivas de la relación, y simplemente en el de la relación misma  o de las  relaciones que están en juego en esa trama, pero  de  ningún  modo  en  el ámbito de los personajes o de los accesorios. Con otras palabras, tomando como base las organizaciones de las fantasías, una perspectiva tal como la  que  propongo  permite  poner  el  acento  sobre la interpretación, sobre el manejo interpretativo, no sobre el teatro (personajes y sustitución de máscaras); lo que deberá destacarse es entonces, la especificidad de las relaciones en su impasse repetitiva.

 Pues este mecanismo se repite siempre del mismo modo y el mejor ejemplo es la escena sádica, en el sentido de las escenas que se describen en Sade (el final de las 120 jornadas).

 Hay  una determinada  cantidad  de personajes que cumplen una determinada cantidad de funciones y una determinada cantidad de operaciones, y se ha trazado un esquema del modo exacto en. que deben describirse las jornadas restantes, las que  no  fueron  es­ criptas con criterio  dramático,  sino  según  un  o den  muy preciso, ya que no hay ninguna  elección.  Es una  especie  de  catalogo  de las operaciones posibles, pero en cualquier escena de Sade se puede tratar de poner de manifiesto la función lógica que  las subtiende.  Allí están el relato, la disposición de los personajes y la puesta en escena, así como el  circuito  de las  miradas,  los  diversos  tipos de cópula  con todas sus modalidades  perversas, los modos  de efracción,  de goce y de ruptura.   

 Todo esto está descripto con criterio funcional y la puesta en escena responde al propósito de poner de manifiesto las diferentes especificidades de las posiciones. Sade aspira realmente a representar todas las disposiciones posibles para que cualquier  lector caiga en la trampa sea cual fuere el secreto de su fantasía.

Se comprenderá que, incluso en este nivel, está en juego verdaderamente lo que yo procuro elucidar, las relaciones lógicas.

 

II.-ACERCA DE LA FUNCIÓN DE LA MADRE

 

Algunas preguntas acerca del cuerpo er6geno

 La  primera pregunta  que  voy  a  formularme  hoy  es  la siguiente:

¿Cómo se puede integrar en la concepción del cuerpo erógeno, cómo se puede explicar una perspectiva psicoanalítica importante como la de los estadios de la organización, la de la evolución libidinal en estadios (estadio anal, estadio genital)?  En primer lugar intentaré responder a esta pregunta, desarrollar a lo que me permita retomar mi perspectiva referente al cuerpo erógeno.

 Cuando propuse mi concepción sobre el cuerpo erógeno, in­ diqué que éste podía concebirse a partir de la superficie del cuerpo, del cuerpo concebido como superficie, esa superficie que comprende también, vuelvo a señalarlo, los puntos que, tal como fueron localizados, figuran dentro del cuerpo. En su momento volveremos a la ilusión o fantasía de esfericidad. Por lo tanto, desde cualquier punto de la superficie  del  cuerpo  se  pueden  distinguir, en suma, dos órdenes.

Por una parte, cualquier punto de la superficie del cuerpo entra en un conjunto orgánico: incluso un punto de la piel, incluso una célula, forman parte de un  conjunto  orgánico  y  entran  en cierto orden que denominé orden biológico. No es difícil concebir este orden ya que se lo conoce bien  y  está  bien  descrito  conforme a un criterio anátomo-fisiológico.

 Pero, por otra parte, he insistido, basándome en las premisas freudianas  más fundamentales, en  que  cualquier  punto  del cuerpo, o cualquier punto de la superficie del cuerpo, puede ser  un lugar  de excitación de tipo sexual, es decir, convertirse virtualmente en una zona erógena.

Partiendo de este postulado procuraré describir cómo se produce esta operación que convierte un punto del cuerpo en zona erógena y, sobre todo, mediante diversas imágenes: intentaré ilustrar, hacerles comprender lo que puede ser un conjunto del cuerpo erógeno, que, en suma, sería homólogo del cuerpo biológico o estaría acoplado a él. Por eso me he referido al ectoplasma,  ese conjunto  verdaderamente  abstracto  de  la  superficie  del   cuerpo. Si lo menciono no es porque quiera ocuparme  de  esta  cuestión; sino a título ilustrativo, simplemente para recordarles desde  qué nivel se planteaba la pregunta.

 Si bien mis apreciaciones acerca de ese conjunto erógeno son evidentemente sugestivas, no dejan de plantear, sin embargo, algunas dificultades, en especial, que el conjunto erógeno se caracteriza en cierto modo por el hecho de que todos los puntos o  todos los elementos que Jo constituyen están relacionados entre  sí -hay una red una cantidad de relaciones entre los elementos que constituyen cuerpo erógeno-, pero,  al  parecer, la relación que  existe entre esos elementos, no está, a grandes rasgos, jerarquizada.  Se trata, entonces, de  un  conjunto  no jerarquizado  por  lo  menos que no lo está como el cuerpo biológico. Y decimos que lo que esta jerarquizado porque, en suma, cualquier punto o cualquier término del conjunto erógeno tiene en cierto modo la misma función -puede ser considerado como un lugar de excitabilidad sexual-

 Y la excitabilidad sexual o la índole  sexual  de la excitabilidad, es decir, el carácter erógeno,  en  sí,  no  se  diferencia  en  un  punto  o  en otro. Por tal motivo propuse una imagen cuando les dije que contrariamente a la idea que tenemos comúnmente  de la  zona  erógena, de que es como una puerta que comunica el interior del cuerpo con el exterior, y que, entonces, se vuelve particularmente erogeneizada, yo proponía para contrastar y  destapar  lo que quería  poner de manifiesto, que la zona erógena constituye en realidad una puerta, una apertura al inconsciente, una apertura estrictamente equivalente en calidad, en la medida en que de acceso a  ese orden que es en el límite el orden del goce, pero en modo alguno el de la  supervivencia.

 En resumen, en  este conjunto  que es  el cuerpo  erógeno,  cualquier  punto tiene  la  misma  función. En  este conjunto  o  esta   red tal carácter no es en absoluto específico, en el sentido de que si tomamos otro tipo de conjunto, podemos  considerar  también  que en la medida en que todos los elementos forman  parte  de  una misma  organización,  también   todos   tienen  una  misma  función o un mismo carácter y que es eso precisamente lo que los constituye como integrantes de ese  conjunto;  pero lo importante  es  que el acento está puesto sobre el predominio de la equivalencia de funciones, es decir, que el conjunto erógeno se caracteriza sobre  todo por la  equivalencia  funcional  de  los  diferentes  puntos,  por lo menos por esta supuesta equivalencia de la función de los diferentes puntos.

 ¿Cómo caracterizar a este conjunto no jerarquizado? Recientemente, en otro contexto, en el discurso de un paciente que se refería a algo que no era nada más que ese  orden  erógeno,  ese  cuerpo erógeno, él me proponía el término “dispersión”. Me describía ese cuerpo erógeno diciendo que era disperso y hasta anárquico, y la palabra provenía también de una suerte de estado anhista [anhiste], es decir de algo que justamente, no está constituido por células.

 Podemos agregar otro  punto  -que volveremos  a  tratar- y es que este conjunto (cuerpo erógeno) requiere realmente que se lo conciba tal como yo propongo: parece que este orden, este cuerpo erógeno, implica algo absolutamente fundamental, a saber, que no admite una unidad -la unidad es siempre algo que reúne, que concentra cierto orden, cierta jerarquía-, y  todo hace  pensar que este conjunto (cuerpo erógeno), en el fondo, en sí, no conoce, no admite algo que pertenece al orden del Uno totalizante, del Uno que reúne, de un proceso de globalización, algo que congrega en un todo único.

 A mi parecer el cuerpo erógeno es precisamente un orden que escapa totalmente a esta dimensión de la unidad totalizante,  es  decir, de la unidad concentradora en el sentido de una individualidad; aquí, por supuesto, se encontraría lo que todos tienden a esquivar: el carácter casi no-individual  del  orden  inconsciente como tal, que no excluye, y ese es el problema que hoy planteo, cierto proceso de singularización.

 Pero, ¿cómo se produce tal singularización, cómo se la puede explicar, ya que, por otro lado, también  estamos  frente  a  un  cuerpo erógeno bien especificado, con sus caracteres particulares muy definidos? ¿Cómo explicar, pues, la singularidad de un con­ junto de este tipo?

Por consiguiente, para concretar y proporcionarles aun otras claves, digamos que este  conjunto  llamado  cuerpo  erógeno,  que no conoce el Uno totalizante, tampoco conoce lo que se acostumbra considerar bajo  el  registro  de  la  coherencia.  Se  trata  más  bien  de algo incoherente en el sentido en que se entiende habitualmente, es decir, algo que no puede ser concentrado por una unidad totalizante. Por lo tanto, nos hallarnos frente a  esa  especie  de estado tipo o cuerpo erógeno, ese estado límite y ese estado de dispersión, precisamente, al que se refería mi paciente de la semana pasada,

 El se refería a ese carácter inquietante y extraño a la vez, encontraba allí la famosa "extrañeza inquietante" en el nivel del cuerpo erógeno, lo cual no debe sorprendernos, en la medida en  que  propuse la imagen del ectoplasma.

 En otro nivel,  para  que  se  comprenda  bien  cuál  es la trama en una forma derivada, en esa especie de no coherencia, nos encontramos en el nivel de lo que  Freud  describió  como el  tipo mismo de la sexualidad  infantil,  es  decir,  de  ese cuerpo erógeno tal como se manifiesta, iba a decir, sin estar sometido aún en modo alguno a todos esos procesos organizados de defensa, de totalización, de coherencia, etc., y precisamente ese  carácter de perversidad polimorfa parece ser típico de la llamada sexualidad infantil. Pienso haber sido lo suficientemente explícito para que ·sea posible ubicar correctamente el problema, a saber, cómo se puede singularizar una organización de ese tipo, tan incoherente y que, al fin de cuentas, no debe dejar de serlo.

¿Cómo determinar esa red en el registro de la singularidad?

 ¡Pregunta paradójica! ¿Cómo es posible organizar lo no-orgánico? Pues lo que define al cuerpo erógeno es su distinción respecto al organismo.

 ¿Cómo se puede reconocer una estructura en un estado anhista, mejor dicho, sin células? He aquí la respuesta, que por otra parte esbocé la vez pasada:

Cuando teóricamente planteé el problema del cuerpo erógeno, dije que al parecer este se organizaba y estructuraba realmente en torno a un  término  faltante;  pero  hay  que  preguntarse  cuál  era ese término que faltaba, ya que, justamente, la organización no era jerarquizada, pero era difícil entrever un término faltante, .y solo hacía esta referencia por analogía con los tipos que conocemos, es decir, por ejemplo, el problema  de la  letra  que  podría  simbolizar el conjunto de letras y no estaría incluida en él, ese problema que nunca se logra comprender muy bien pero que se procura reducir haciendo un corte en alguna parte. En el lenguaje lacaniano ese problema es el del significante del gran Otro, el gran Otro está concebido como el tesoro de los significantes, como archivo del orden significante, pero no hay significante del gran Otro; por lo menos, si se piensa aprehender un significante del gran Otro,  se entra en cierto tipo de proceso psicótico,

 Dejemos a un lado esta cuestión del término faltante que volveremos a considerar en otro momento y bajo otro aspecto. Hablemos más bien del término centrante,  es decir, el que va a centrar  este asunto.

 Tengo mis reservas con  respecto  al  término  "centrado"  -doy en seguida la respuesta que encontré la vez pasada,  que  lo  que centra o parece  centrar  la  organización  erógena  es  con  seguridad uno de los puntos de la superficie del cuerpo, y  que  ese término se localiza corno una zona donde, en realidad,  predomina una función orgánica-; puesto que en cualquier punto de la superficie del cuerpo se puede considerar tanto su participación en  el orden orgánico como su participación en el orden erógeno, no es difícil concebir que cualquier punto del conjunto erógeno puede tener y necesariamente tiene una función orgánica. Ahora bien, el centrado es producido por la zona en que predomina una función orgánica, en que esta función orgánica está particularmente solicitada. Aquí encontramos los tipos de referencias clásicas, es decir, las puertas del cuerpo en el sentido tradicional del término. La boca es una de las zonas de centrado en la medida en que, en los primeros años de la vida de un bebé, es una zona orgánica activa y la función orgánica predomina en ella. Se puede considerar lo que ocurre con esta función orgánica y con la  producción  de  cierta  satisfacción por intermedio de esa función orgánica, satisfacción de una necesidad que en ningún momento explica qué es lo que, perteneciendo al orden del  deseo, es  decir  al  orden  que  permite  acceder al goce, puede instaurarse verdaderamente.

 En la medida en que empleé el término centrante, debo  hacer  dos observaciones: esta especie de centrado  que  se  realiza  debido al predominio de una función orgánica en un punto del conjunto erógeno, hay que reconocer que es algo semejante a una transgresión, algo que puede asimilarse a un golpe de fuerza.

 Pues además, centrar un orden erógeno a partir de una función orgánica constituye un abuso.  Se  podría  alegar  que  ese centrado no corresponde en modo alguno a un centrado en el sentido  en que se lo entiende habitualmente, en  el  sentido  de  un  círculo -si  es que  hay  centrado-,  ese  centrado  es   necesariamente  excéntrico. Es una especie de focalización siempre abusiva que es absolutamente ilegítima. También se podría decir que  ese  centrado  se  opera alrededor de algo que funcionaría como un cuerpo extraño, tanto en el conjunto orgánico en que el elemento erógeno puede funcionar como elemento totalmente extraño, como en el conjunto erógeno en que la función orgánica viene a ser una especie de des­ centrado, un cuerpo extraño contra el  cual  se  entabla  ya  un proceso de lucha.

 Por otra parte, en la medida en que se hab.la de un centrado, aunque sea excéntrico o descentrado, se hace intervenir una dimensión que es nuevan1ente esta especie de globalización o de reunión en  torno  a  un  término,  y  esta  misma  idea  de  centrado  o focalización es totalmente heterogénea, totalmente ajena al desorden, al polimorfismo, a la no-jerarquía que he descrito como característica del orden erógeno. Este proceder  es tan  abusivo  como si de golpe dividiéramos el conjunto  de  espectadores  de una  sala de cine en unidades jerarquizadas de tipo militar  destinadas  a llevar a cabo una operación militar. Es, ni más ni menos,  lo  que sucede desde el momento en que se centra, en que se focaliza algo del orden erógeno. En el fondo, tenemos que hacernos una pregunta: qué significa esa preocupación nuestra, en cierto modo legítima, por lograr la globalización  o  totalización,  la  reunión  bajo la autoridad de una unidad cualquiera.

 Esta preocupación de globalización o de totalización es, sin duda, heterogénea al cuerpo erógeno propiamente dicho. Más bien es algo  que  participa  de cierto tipo· de fantasía, fantasía de cuerpo global, de cuerpo unitario, fantasía de unidad, ya que en realidad la unidad no  tiene ningún privilegio. ¿Por qué nos parece siempre  tan necesario  reunir bajo un concepto unitario todo lo que tenemos que considerar? Es indudable que tanto el orden erógeno como el inconsciente se niegan a aceptar tal imposición y que nosotros cedemos sin embargo toda vez que tratamos de constituir ya sea una teoría del inconsciente, ya un sistema del inconsciente. No nos cansamos de afirmar que ese  sistema  no  debe  ser  cerrado,  pero  no  obstante  cedemos a la compulsión de reunir unitariamente.

 Para dar una imagen que permita situar el problema de ese centrado abusivo del cuerpo erógeno, bastará con retomar la imagen del ectoplasma, es decir, que hay un ombligo  del ectoplasma que en este momento se encuentra conectado directamente con la superficie y dicho ombligo es precisamente el punto en que prevalece la función orgánica. Por supuesto, es totalmente aberrante, puesto que, en rigor, el ectoplasma debería estar totalmente se­ parado de la superficie; no obstante, con mucha frecuencia se encontrará en la fantasía del  doble,  de  la  sombra,  la  fantasía  de un hilo que sigue enrollándose indefinidamente y que no se corta nunca. También se la encuentra desde el momento en que se dice  que el cordón umbilical nunca se corta.

 Sería un poco largo, sobre la base de este razonamiento,  volver   a considerar la cuestión del  sexo  que  planteé  anteriormente.  En esa ocasión  procuré  explicar  lo  que  podía  ser  el  sexo  a  nivel del cuerpo erógeno, lo cual, por una parte, parecía evidente, mientras que, por otra, no lo parecía en modo alguno, puesto que también en esta cuestión nos enfrentábamos con el  mismo  problema: por qué, a nivel del cuerpo erógeno, habría un punto privilegiado, puesto que todos tienen la misma función, uno sería  macho  y el  otro hembra, y además afirmé que no era posible concebir el problema del sexo en función de la anatomía y la  fisiología  solamente, ya que el problema del sexo no se planteaba así. En aquel momento propuse la solución siguiente: dije que el sexo del cuerpo erógeno está constituido por el carácter positivo o negativo del conjunto de la relación del conjunto erógeno con el término faltante, con el término que lo globaliza, y describí entonces la serie femenina con las características del tipo erógeno histérico y la masculina con las del tipo erógeno obsesivo.

 Creo, sencillamente, que lo que voy a proponer hoy permite acotar el problema de la sexualización del cuerpo erógeno, en la medida en que el carácter positivo o negativo de la  relación  puede  inscribirse,  esta  vez,  en el cordón umbilical, considerando que se trata seguramente de una relación positiva de atracción o de llamado o de una relación negativa de rechazo o  de tentativa  de corte en  el sitio  de esta  zona  en que predomina la función orgánica, y que es el signo de esta relación, ya sea que rechace este abuso, esta violencia de una especie de organización de algo no-orgánico o por el contrario que lo solicite; aquí es donde vemos de una manera  todavía  más concreta  y más localizable clínicamente lo que ocurre con el sexo. Lo llamaré primordial por oposición al sexo anatómico  sin  dejar  de llamar la atención sobre lo que expresé la vez pasada,  que  la cuestión del sexo propiamente dicho, del sexo en el sentido psicoanalítico del término, solo puede concebirse como la relación o la conjugación del sexo erógeno y del sexo anatómico,  conjugación que está sujeta a toda una serie de avatares, algunos de cuyos tipos tuve oportunidad de señalar.

 Observación incidental sobre la noción de relación objetal

 Este término, si bien no es muy  freudiano,  al  menos  hizo fortuna en la terminología analítica. ¿Qué  es, a qué  se  refiere?  También en este caso la imagen del ombligo del ectoplasma puede ser aclaratoria.

 En este momento nos bastará con considerar este apéndice umbilical como una especie de trompa, en todos los sentidos del término, ya sea como el apéndice del tipo del sexo, ya como el apéndice  que sirve  para  observar,  o  mejor  aún, en  la ambigüedad misma del término trompa, justamente como lo que es absolutamente falaz (trompeur) * en cuanto a una posible organización del orden  erógeno.  Según  la  zona  en  que  desemboca   este  apéndice, esta trompa del ectoplasma, tendremos diferentes objetos,  ya  del tipo anal, ya del tipo  oral, y esto  permitirá  una  fácil  localización de lo que es la relación objetal en psicoanálisis.

* Trompe:    trompa  y  conjugación   del   infinitivo  tromper: engañar (N.del T.]

 

Respuesta a una pregunta

Cuando intenté mostrar en qué consistía la función del Padre, apoyándome en el ejemplo del asesinato del Padre, se me criticó que abstraía la función del Padre de su contexto edípico. Tal crítica podía estar perfectamente fundada, con una excepción, dado que me había referido al contexto edípico .en un ejemplo muy preciso, el caso del padre paranoico que se identifica con la ley, y había dicho que en ese caso se comprueba que el niño se .encuentra muy particularmente expuesto a la madre. Como el padre no asume su  función  de protector  respecto  del deseo  materno,  el niño  se halla expuesto, prácticamente indefenso, a algo así como la devoración materna, pues el padre deja de constituir una protección contra esta amenaza.

 Voy a tratar de hablarles de la función  de la  madre.  Existen esas expresiones de devoración ... ese mito absolutamente irreductible de retorno al seno  materno,  ya que el cuerpo  de la  madre es  el lugar de un llamado irresistible. La pregunta se plantea de la misma manera que respecto del padre: ¿cómo pensar la función Madre en la estructura edípica?

 Vamos a proceder en tres tiempos sucesivos. En los primeros tiempos, realizaremos una especie de gestión negativa, en suma, tratar de ubicar aquello de lo que es  preciso  deshacerse  para captar lo que ocurre verdaderamente con la función Madre.

 Primero  se  debe  superar  una  especie  de  generalidad   masiva: que la relación con la madre se caracteriza por la insistencia del '"' proyecto de  dominar  la  relación  natural,  la  cual,  muy  temprano, pasa  de  la  etapa  en  que  es  protectora  y  tranquilizante  a  otra  en que es devoradora e inquietante. Esta  relación  natural  es  precisa­ mente la que surge de todo el conjunto orgánico, es decir, que efectivamente el niño sale del cuerpo de la madre. En suma,  la  relación natural nos da las dos imágenes de la  madre  fecunda  y  nutricia, hace aparecer cierto número de representaciones que son las de  un continente,  y ese  movimiento  de "salido  fuera  de", "nacido de", ese movimiento de relleno (nutrido por).

 Se imponen en seguida dos observaciones referentes a esta relación natural. Primero, en esta concepción solo se toma  en cuenta  el conjunto orgánico. El  niño  aparece  realmente  como  producto  de una función orgánica. La importancia asignada a la función orgánica o al producto de la función orgánica gana de mano a algo que es mucho más importante, el propio cuerpo erógeno. Para re­ st1mirlo con una frase muy fuerte y muy común, lo que ocurre con  el niño concebido según esa perspectiva  del  cuerpo  orgánico  es que "sale por donde entró".

 La segunda observación es la siguiente: tenemos nuevamente  la imagen del cuerpo como continente; el niño es expulsado de cierto continente y a su vez se convierte en un  continente  o  un  nuevo vaso virtual que debe nutrirse, llenarse. Es decir que en torno a este problema de la relación con la madre vemos desarrollarse de manera totalmente electiva, ser solicitado, el conjunto de fantasías que denominé fantasía  de esfericidad. La realidad orgánica  subtiende a esa fantasía, pero por qué se ha de privilegiar tanto a esa fantasía, ya que aun según la perspectiva de un enfoque biológico u orgánico de las cosas no es absolutamente necesario considerarlas como un conjunto esférico. En realidad, la representación esferizante subtiende a todos esos términos de absorción y excreción. La dimensión de destrucción se concibe aquí según un tipo oral.

 Se trata de dominar esta relación natural, y toda 1a cuestión  de la relación con la madre y de la elucidación de la función materna consiste, pues, en un primer tiempo, en dominar esta relación natural y todas las consecuencias de esta relación en el ámbito de la fantasía. Volvemos a encontrar un problema que evoqué al principio, el de la separación respecto del cuerpo de la madre, sepa­ ración que siempre es pensada como corte del cordón. Pero se produce a nivel del cuerpo erógeno. El sentido exacto de la sepa­ ración respecto de la madre debemos buscarlo en la alteridad del cuerpo erógeno. Las equivalencias del corte del cordón, quizá la salida "fuera de", la  fecundación,  el  momento  de  la  pubertad  de la madre ... pero el corte solo  puede operarse  por la  intervención  de la función Padre. Voy a considerar lo que implica la  intervención de la función Padre en lo que se refiere a la madre.

 El objeto -el cuerpo del niño- no colma el campo de la organización libidinal de la madre. Pues si esto acontece, nos encontramos ante una relación erógena que viene a superponerse a la relación orgánica: el niño es catectizado como objeto libidinal principal. Lo cual ·quiere decir que para que la función Padre inter­ venga, el niño no debe colmar la organización libidinal de la  madre y debe producirse o confirmarse  algo  perteneciente  al  orden  de una desconexión: el padre, como cuerpo erógeno, debería seguir siendo el principal punto de catexia de la economía libidinal de la madre. Lo que quiero que se comprenda bien es que el corte se produce por medio  de una  operación  de desconexión  que asegura la intervención de la función Padre.

 ¿Qué ocurre con la catexia libidinal de otro cuerpo? Toda relación entre dos cuerpos es erógena. Pero el contacto entre dos cuerpos, por más mediatizado que sea, ¿cómo pone en funcionamiento esta famosa erogeneidad?

 En el sistema erógeno, el cuerpo del otro ocupa el lugar ofrecido por la zona erógena abusivamente dominante. Lo ocupa como objeto (objeto a) pero el objeto con su engaño pone en funcionamiento el sistema erógeno. Solicita al sistema erógeno como tal, justamente porque aquí concierne a ese punto en que el sistema erógeno está abusivamente centrado.

  Tentativa de definir la función Madre

 Para que el cuerpo del niño pueda convertirse en  cuerpo  erógeno  es preciso, por ejemplo, que no se lo atiborre con una sobrealimentación orgánica, dicho  de otro  modo,  es  preciso  que se le dé la comida por partida  doble, es decir, ni  como falo oral exclusivo, ni exclusivamente como sobrealimentación. La madre es la que logra asegurar esa justa dosificación, esa partida doble, en lo cotidiano.

La función Madre no es nada más que un cuerpo (ni  continente, ni esférico) orgánico y erógeno a la vez. "Asegura" concretamente la yuxtaposición de las funciones contradictorias: debe ser plenamente esa superficie que es el cuerpo; dicho de otro modo, es preciso, en suma, que la  Madre sea  mucho  más   la  Tierra  que sostiene sin fallar que el Mar que engloba y traga (espacio marino).

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