sábado, 6 de febrero de 2010

19ª conferencia. Resistencia y represión.

 Anotaciones: José Luis González Fernández

Señoras y señores: Para seguir avanzando en la comprensión de las neurosis nos hacen falta nuevas experiencias, y abordaremos ahora dos de ellas. Ambas son sumamente raras, y en su tiempo sorprendieron mucho. Por nuestros coloquios del año anterior, ustedes ya están preparados para recibirlas   (VER NOTA (39))(40)).

En primer lugar: Cuando emprendemos el restablecimiento de un enfermo para liberarlo de sus síntomas patológicos, él nos opone una fuerte, una tenaz resistencia, que se mantiene durante todo el tratamiento. Es este un hecho demasiado extraño; no podemos esperar que se le preste mucho crédito. Lo mejor es no mencionárselo siquiera a los parientes del enfermo, pues invariablemente piensan que es una excusa nuestra para disculparnos por la larga duración o el fracaso del tratamiento. También el enfermo produce todos los fenómenos de esta resistencia sin reconocerlo como tales, y es ya un gran éxito que logremos inducirlo a aceptar esta concepción y contar con ella. ¡Piensen un poco: el enfermo, a quien sus síntomas hacen penar tanto, y ve sufrir también a sus parientes; que se aviene a tantos sacrificios de tiempo, de dinero, de trabajo; que se empeña en vencerse a sí mismo para liberarse de ellos ... ¿se rebelaría acaso contra su auxiliador en beneficio de su enfermedad?! ¡Cuán inverosímil tiene que sonar esta aseveración! No obstante, así es; y si se nos aduce su inverosimilitud, nos bastará indicar situaciones análogas: todos los que han acudido al dentista llevados por un insoportable dolor de muelas le han querido detener el brazo cuando él aproximaba las tenazas al diente enfermo.

La resistencia de los enfermos es harto diversificada, refinada en grado sumo, a menudo difícil de reconocer, y son variadas y proteicas las formas de su manifestación.

Es obligatorio para el médico ser desconfiado y mantenerse en guardia contra ella. En la terapia psicoanalítica aplicamos la técnica que ustedes conocen por la interpretación de los sueños. Ordenamos al enfermo que se ponga en un estado de calma observación de sí sin reflexión, y nos comunique todas las percepciones interiores que pueda tener en ese estado -sentimientos, pensamientos, recuerdos-, en la secuencia en que emergen dentro de él. Le advertimos de manera expresa que debe resignar cualquier motivo que le haría practicar una selección o exclusión entre las ocurrencias: que eso es demasiado desagradable o indiscreto para decirlo, o que es demasiado trivial, no viene al caso, o es disparatado y no hace falta decirlo. Le encarecemos que siga siempre sólo la superficie de su conciencia, que omita toda crítica, cualquiera que sea su índole, contra lo que ahí encuentre, y le aseguramos que el resultado del tratamiento, sobre todo su duración, dependen de la escrupulosidad con que obedezca a esta regla técnica fundamental del análisis(41). Por la técnica de la interpretación de los sueños sabemos que justamente las ocurrencias contra las cuales se elevan esos reparos y objeciones que acabamos de enumerar contienen, por lo general, el material que nos encamina al descubrimiento de lo inconciente.

Cuando fijamos esta regla técnica fundamental, lo primero que conseguimos es que se convierta en el blanco de ataque de la resistencia. El enfermo procura evadirse por todos los medios de sus imperativos. Ora asevera que no se le ocurre nada, ora que es tanto lo que le acude que no puede apresar nada. Entonces notamos, con asombro y disgusto, que ha cedido a esta o a aquella objeción crítica: las largas pausas que deja entre sus dichos lo delatan. 0 se confiesa que realmente no puede decirlo, pues lo avergonzaría, y deja que este motivo prevalezca sobre su promesa. 0 se le ocurrió algo, pero atañe a otra persona y no a él mismo, y por eso ha de excluírselo de la comunicación. 0 lo que ahora se le ocurre es realmente tan nimio, tan estúpido y disparatado: yo no puedo haber querido indicarle que se entregue a unos pensamientos así. Y de tal suerte eso continúa con innumerables variaciones, en contra de las cuales uno tiene que declarar que decirlo todo significa realmente decirlo todo.

Es raro tropezar con un enfermo que no intente reservar para sí algún ámbito a fin de defenderlo de la cura. Uno, a quien yo no podía menos que considerar una persona de gran inteligencia, calló así por semanas una íntima relación de amor y, cuando se le pidió cuentas por haber infringido la regla sagrada, se escudó en el argumento de que había creído que esa historia era asunto privado. Naturalmente, la cura analítica no soporta semejante derecho de asilo. Supongamos que en una ciudad como Viena se admita, como excepción, que no está permitido efectuar arrestos en un lugar como el Hohe Markt o la iglesia de San Esteban, y después nos empeñemos en dar caza a determinado criminal. No se lo hallará en otro lugar que en ese refugio. Cierta vez, a un hombre cuyo restablecimiento tenía considerable importancia social, le concedí un derecho de excepción así, pues había prestado un juramento profesional que le prohibía comunicar a otro determinadas cosas. El, es cierto, quedó satisfecho con el resultado, pero yo no; me formé el propósito de no repetir el intento en esas condiciones.

Los neuróticos obsesivos descuellan en componérselas para hacer casi inutilizable la regla técnica; lo hacen sobre imponiéndole su exacerbada conciencia moral y sus dudas. Los que padecen la histeria de angustia logran en ocasiones llevarla ad absurdum produciendo sólo ocurrencias tan alejadas de lo buscado que no dan rédito alguno. Pero no me propongo introducirlos a ustedes en el tratamiento de estas dificultades técnicas. Baste con saber que al final se logra, a fuerza de decisión y de tenacidad, arrancarle a la resistencia una cierta cuota de obediencia a la regla técnica fundamental, y entonces ella se vuelca a otro ámbito. Aparece como resistencia intelectual, lucha con argumentos, se hace fuerte en las dificultades e inverosimilitudes que el pensamiento normal, pero no instruido, halla en las doctrinas analíticas. Tenemos que oír así, de labios de un solo individuo, todas las críticas y objeciones que en la bibliografía científica hacen de rugiente coro contra nosotros. Por eso no nos suena a desconocido nada de lo que se nos espeta desde fuera. Es, en toda la regla, una tormenta en un vaso de agua. Empero, el paciente admite razones; le gustaría movernos a que lo instruyésemos, lo aconsejásemos, lo refutásemos, lo introdujésemos en la bibliografía que le permitiría ilustrarse. De buena gana está dispuesto a hacerse partidario del psicoanálisis, bajo la condición de que el análisis deje a salvo su persona. Pero nosotros individualizamos este apetito de saber como resistencia, como distracción de nuestras tareas específicas, y lo rechazamos. En el caso del neurótico obsesivo tenemos que estar preparados para una táctica especial de la resistencia. A menudo deja que el análisis recorra sin trabas su camino, de suerte que logre echar una luz cada vez más clara sobre los enigmas de su enfermedad, pero al final nos asombramos de que este esclarecimiento no traiga como correlato ningún progreso práctico, ningún debilitamiento de los síntomas. Entonces podemos descubrir que la resistencia se ha atrincherado en la duda de la neurosis obsesiva y desde esta posición nos combate con éxito. El enfermo se ha dicho, más o menos: «Todo eso es muy lindo y muy interesante. De buena gana seguiría esa pista. Mi enfermedad cambiaría mucho si eso fuera cierto. Pero yo no creo que lo sea, y puesto que no lo creo, nada tiene que ver con mi enfermedad». Así puede proseguirse por largo tiempo hasta que, al fin, nos aproximamos a esa posición reservada y entonces se desata la batalla decisiva (VER NOTA**********(42)).

Las resistencias intelectuales no son las peores; siempre se sale vencedor de ellas. Pero el paciente se las compone también, mientras permanece dentro del marco del análisis, para producir resistencias cuyo vencimiento se cuenta entre las más difíciles tareas técnicas. En lugar de recordar, repite unas actitudes y mociones afectivas de su vida que, por medio de la llamada «trasferencia (43)», pueden emplearse para resistirse al médico y a la cura. Si se trata de un hombre, por lo general tomará este material de su relación con el padre, en cuyo lugar pone al médico, y entonces sus resistencias parten de su afán de afirmar su autonomía personal y de juicio, de su ambición, cuya primera meta fue igualarse al padre o superarlo, de su desgana en cargar otra vez sobre sí el lastre del agradecimiento. A ratos se tiene la impresión de que el propósito dé descaminar al médico, de hacerle sentir su impotencia, de triunfar sobre él, hubiera sustituido por completo en el enfermo al propósito mejor de poner fin a la enfermedad. Las mujeres se las componen magistralmente para hacer sobre el médico una trasferencia tierna, de tinte erótico, y explotarla a los fines de la resistencia. Esta simpatía, llegada a cierta altura, hace que se pierda todo interés por la situación actual de la cura, que se abandonen todos los compromisos que se habían aceptado cuando se ingresó en ella; los infaltables celos, así como la amargura por el rechazo inevitable -aunque presentado con todos los miramientos-, no pueden menos que contribuir a estropear el entendimiento personal con el médico y, así, a eliminar una de las más potentes fuerzas impulsoras del análisis.

Las resistencias de esta clase no deben ser objeto de un juicio adverso unilateral. Contienen tanto del material más importante del pasado del enfermo, y lo espejan de manera tan convincente, que se convierten en los mejores soportes del análisis si una técnica diestra sabe darles el giro correcto. Lo notable, eso sí, es que este material siempre se pone al comienzo al servicio de la resistencia y adelanta su fachada hostil al tratamiento. Puede decirse también que son propiedades del carácter, actitudes del yo, las que se movilizan para luchar contra los cambios apetecidos. Así se averigua que estas propiedades del carácter se han formado en conexión con las condiciones de la neurosis y como reacción frente a sus reclamos, y se disciernen rasgos de ese carácter, que llamaríamos latentes, y que de otra manera no podrían aflorar o no podrían hacerlo en esa medida. No piensen ustedes que en el surgimiento de estas resistencias discernimos una amenaza imprevista para la terapia analítica. No, sabemos que estas resistencias tienen que salir a la luz; más aún: quedamos insatisfechos cuando no las provocamos con la nitidez suficiente y no podemos aclarárselas al enfermo. Y hasta entendemos, en definitiva, que el vencimiento de estas resistencias es la operación esencial del análisis (44) y la única pieza del trabajo que nos asegura que hemos conseguido algo con el enfermo.

Agreguen a esto que el enfermo explota, convirtiéndolas en un obstáculo, todas las contingencias que surgen durante el tratamiento, todo suceso externo que pueda distraer de la tarea, toda manifestación pronunciada en su círculo por una autoridad hostil al análisis, una enfermedad orgánica casual o que complique la neurosis, y, que él mismo aprovecha como motivo para ceder en su empeño cualquier mejoría de su estado, y tendrán un cuadro aproximado, aunque todavía incompleto, de las formas y medios a que recurre la resistencia, en lucha contra la cual trascurre todo análisis (VER NOTA(45)).

He dedicado a este punto un tratamiento tan prolijo porque tengo que comunicarles que esta experiencia nuestra con la resistencia que oponen los neuróticos a la eliminación de sus síntomas se convirtió en la base de nuestra concepción dinámica de las neurosis. Breuer y yo mismo cultivamos originariamente la psicoterapia por medio de la hipnosis; la primera paciente (VER NOTA (46)) de Breuer fue tratada enteramente en estado de influjo hipnótico; yo al principio lo seguí en eso. Confieso que el trabajo marchaba entonces de manera más fácil y agradable, y aun tomaba un tiempo mucho menor. Pero los resultados eran caprichosos y no duraderos; por eso abandoné definitivamente la hipnosis (ver nota (47)). Y después comprendí que no habría sido posible alcanzar una intelección de la dinámica de estas afecciones si se hubiera seguido usando esa técnica (ver nota (48)). Es que tal estado no podía menos que sustraer de la percepción del médico justamente las resistencias. Las empujaba hacia atrás, despejando un cierto ámbito para el trabajo analítico, y las estancaba en las fronteras de ese ámbito de tal suerte que las hacía impenetrables, efecto este similar al de la duda en el caso de la neurosis obsesiva. Por eso me fue lícito decir, también, que el psicoanálisis propiamente dicho empezó cuando se renunció a la ayuda de la hipnosis (VER NOTA (49)).

Puesto que la comprobación de la resistencia se ha vuelto tan importante, conviene hacer lugar a una duda precavida: ¿No procedimos con demasiada ligereza al suponer tales resistencias? Quizás existan realmente casos de neurosis en que las asociaciones fallen por otras razones; quizás el contenido de los argumentos dirigidos contra nuestras premisas merezca realmente considerarse, y cometamos un error al desechar tan cómodamente como resistencia la crítica intelectual del analizado. Pero, señores míos, no hemos llegado tan a la ligera a este juicio. Hemos tenido oportunidad de observar a cada uno de esos pacientes críticos en el momento en que surgía una resistencia y tras su desaparición. En efecto, en el curso de un tratamiento la intensidad de la resistencia varía de continuo; aumenta cada vez que nos aproximamos a un tema nuevo, llega a su máxima fuerza en el ápice de la elaboración de este y vuelve a desbaratarse cuando se lo finiquita. Por lo demás, salvo que hayamos cometido particulares torpezas técnicas, nunca nos enfrentamos con la total dimensión de la resistencia que un paciente puede desplegar. Así, pudimos convencernos de que un mismo individuo desecha incontables veces en el curso del análisis su actitud crítica y la vuelve a retomar. Si estamos a punto de promover a su conciencia un fragmento nuevo del material inconciente, particularmente penoso para él, se vuelve crítico al extremo; si antes había comprendido y aceptado mucho, ahora estas adquisiciones quedan como borradas; en su afán de oponerse a cualquier precio puede dar la imagen cabal de un imbécil en el campo afectivo. Si se logra ayudarlo a vencer esta nueva resistencia, recupera su discernimiento y su comprensión. Por tanto, su crítica no es una función autónoma, que debiera respetar se como tal; es la auxiliar de sus actitudes afectivas y está dirigida por su resistencia. Si algo no le viene bien, puede defenderse contra eso con mucha agudeza y aparecer muy crítico; si algo le conviene, puede mostrarse muy crédulo. Quizá no seamos muy diferentes todos nosotros; si el analizado exhibe con tanta claridad esta dependencia del intelecto respecto de la vida afectiva, ello se debe únicamente a que en el análisis lo ponemos en un aprieto muy grande.

Ahora bien, ¿de qué manera explicamos esta observación, a saber, que el enfermo se defiende con tanta energía contra la eliminación de sus síntomas y el restablecimiento de un discurrir normal en sus procesos anímicos? Nos decimos que ahí registramos fuerzas poderosas que se oponen a un cambio de estado; tienen que ser las mismas que en su tiempo lo impusieron. En la formación del síntoma tiene que haber ocurrido algo que ahora podemos reconstruir por las experiencias que hacemos en su solución. Ya desde la observación de Breuer lo sabemos: la existencia del síntoma tiene por premisa que algún proceso anímico no fue llevado hasta el final normalmente, vale decir, de manera que pudiera devenir conciente. El síntoma es un sustituto de lo que se interceptó. Y bien; conocemos el lugar donde es preciso situar la así conjeturada acción. Debe de haberse producido una violenta renuencia a que el proceso anímico cuestionado penetrase hasta la conciencia; por eso permaneció inconciente. Y en cuanto inconciente tuvo el poder de formar un síntoma. Esa misma renuencia se opone durante la cura analítica al esfuerzo por volver a transportar lo inconciente a lo conciente. Esto es lo que sentimos como resistencia. El proceso patógeno que la resistencia nos revela ha de recibir el nombre de represión.

Sobre este proceso de la represión tenemos que precisar ahora mejor las ideas. Es la precondición de la formación de síntoma, pero es también algo que no se parece a nada de lo que conocemos. Si tomamos por modelo un impulso, un proceso anímico que se afana por transponerse en una acción, sabemos que puede sufrir un rechazo que llamamos desestimación o juicio adverso. Con ello le es sustraída la energía de que dispone; se vuelve impotente, pero puede subsistir como recuerdo. Todo el proceso de la decisión que se adopte sobre él trascurre a sabiendas del yo. Enteramente diverso sería si imagináramos que ese mismo impulso fue sometido a la represión. Entonces conservarla su energía y no restaría recuerdo alguno de él; además, el proceso de la represión se consumaría sin que el yo lo notase. Esta comparación, entonces, no nos aproxima a la esencia de la represión.

Quiero exponerles las representaciones(50) teóricas que demostraron ser las únicas utilizables para ligar el concepto de la represión con una figura más determinada. A tal fin, es necesario, sobre todo, que avancemos desde el sentido puramente descriptivo de la palabra «inconciente» hasta el sentido sistemático de esta palabra (VER NOTA(51) ), o sea, nos decidamos a decir que la condición de conciente o la condición de inconciente {Unbewusstheít) de un proceso psíquico es sólo una de sus propiedades, y no necesariamente unívoca. Cuando un proceso así ha permanecido inconciente, entonces ese su apartamiento de la conciencia es quizá sólo un indicio del destino que ha experimentado, y no ese destino mismo. Para representarnos gráficamente este destino, supongamos que todo proceso anímico -aquí habrá que hacer una excepción, que mencionaremos más tarde(52)- existe primeramente en un estadio o en una fase inconciente, y sólo a partir de esta se traspasa a la fase conciente, como una imagen fotográfica es primero un negativo y se convierte en imagen por el proceso del revelado. Ahora bien, no es forzoso que de todo negativo se obtenga un positivo, y menos todavía que todo proceso anímico inconciente se trasmute en uno conciente. Nos resulta ventajoso expresarnos así: el proceso singular pertenece primeramente al sistema psíquico de lo inconciente, y después, en ciertas circunstancias, puede pasar al sistema de lo conciente.

La representación más grosera de estos sistemas es para nosotros la más cómoda; me refiero a la espacial. Equiparamos entonces el sistema del inconciente a un gran vestíbulo donde las mociones anímicas pululan como individuos. En este vestíbulo se incluye otro más estrecho, una suerte de salón en el que está presente también la conciencia. Pero en el umbral entre ambos espacios está en funciones un guardián que examina las mociones anímicas singulares, las censura y no las deja entrar en el salón si excitan su desagrado. Enseguida advierten ustedes que no hay mucha diferencia entre que el guardián rechace a una moción singular ya desde el umbral o vuelva por ella y le enseñe la puerta después que entró en el salón. Lo único que allí está en juego es el grado en que ejerce su vigilancia y su individualización más o menos precoz del intruso. Si nos atenemos a esta imagen, podremos extender nuestra nomenclatura. Las mociones que están dentro del vestíbulo del inconciente quedan sustraídas a la mirada de la conciencia, que se encuentra en el otro espacio; por fuerza tienen que permanecer al principio inconscientes. Cuando ya se abrieron paso hasta el umbral y fueron refrenadas por el guardián, son inadmisibles en la conciencia:(53) las llamamos reprimidas (54). Pero las mociones a las que el guardián dejó pasar el umbral no por eso han devenido necesariamente concientes; meramente pueden llegar a serlo si logran atraer sobre ellas la mirada de la conciencia. Por eso con buen derecho llamamos a este segundo espacio el sistema del preconciente. El devenir-conciente mantiene así su sentido puramente descriptivo. El destino de la represión para una moción singular consiste, empero, en que el guardián no la deja pasar del sistema del inconciente al del preconciente. Es el mismo guardián con quien tomamos conocimiento en calidad de resistencia cuando procuramos cancelar la represión mediante el tratamiento analítico.

Sé que ahora ustedes dirán que estas representaciones son tan burdas como fantásticas y en modo alguno admisibles dentro de una exposición científica. Yo sé que son burdas; más aún: sabemos que son incorrectas y, si no andamos muy errados, ya les tenemos preparado un sustituto mejor (VER NOTA(55)). Si después les seguirán pareciendo tan fantásticas, eso no lo sé. Provisionalmente, son imágenes auxiliares como las del hombrecillo de Ampère, (56) (57) que nadaba en la corriente eléctrica; y no son de despreciar en la medida en que pueda utilizárselas para comprender las observaciones. Yo quisiera asegurarles que estos burdos supuestos acerca de los dos espacios, del guardián en el umbral entre ambos y de la conciencia como un observador situado al final de la segunda sala tienen que significar, pese a todo, una aproximación muy grande al estado de cosas real. Me gustaría oír de ustedes la admisión de que nuestras designaciones inconciente, preconciente, conciente, son mucho menos perjudiciales y de justificación más fácil que otras que se han propuesto o han entrado en uso, como subconsciente, paraconciente, intraconciente, y similares (VER NOTA (58)).

Más importante habrá de parecerme, una advertencia de ustedes en el sentido de que la organización del aparato anímico que hemos supuesto aquí con miras a explicar síntomas neuróticos tendría que ser universalmente válida y, por tanto, arrojar luz también sobre la función normal. En esto, desde luego, tienen razón. Ahora no podemos perseguir esta consecuencia; pero nuestro interés por la psicología de la formación de síntoma habrá de aumentar extraordinariamente si nos aguarda la perspectiva de arrojar luz, por el estudio de las condiciones patológicas, sobre el acaecer anímico normal, tan bien encubierto.

¿No advierten ustedes dónde se apoyan nuestras puntualizaciones sobre los dos sistemas, sobre el vínculo entre ellos y con la conciencia? ¡Pero si el guardián entre el preconciente y el inconciente no es otra cosa que la censura a la cual, según vimos,' estaba sometida la conformación del sueño manifiesto! Los restos diurnos, en los que individualizamos a los incitadores del sueño, eran un material preconciente que durante la noche, en el estado del dormir, había podido experimentar la influencia de unas mociones de deseo inconscientes y reprimidas, y formar el sueño latente en comunidad con estas mociones y merced a la energía de ellas. Bajo el imperio del sistema inconciente, ese material había recibido un tipo de procesamiento -la condensación y el desplazamiento- que en la vida anímica normal, es decir, dentro del sistema preconciente, es desconocido o se admite sólo por excepción. Esta diversidad de los modos de trabajo se nos convirtió en la característica de ambos sistemas; y en cuanto a la relación con la conciencia, que depende del preconciente, la juzgamos sólo como signo de la pertenencia a uno de los dos (VER NOTA(59)). Ahora bien, el sueño ya no es un fenómeno patológico; puede aparecer en toda persona sana bajo las condiciones del estado del dormir. Aquel supuesto sobre la estructura del aparato anímico que nos permita comprender en una unidad la formación del sueño y la de los síntomas neuróticos tiene un derecho incontrastable a que se lo tome en cuenta también respecto de la vida normal del alma.

Es todo lo que queremos decir por ahora sobre la represión. Pero ella no es más que la condición previa para que se forme un síntoma. Sabemos que este es un sustituto de algo que fue estorbado por la represión. Pero ~e conocer la represión a comprender esta formación sustitutiva media todavía considerable distancia. Tras comprobar aquella, en el otro costado del problema surgen estas preguntas: ¿Qué tipo de mociones anímicas sucumben a la represión?

¿Qué fuerzas la imponen? ¿Por qué motivos? Sobre esto, sólo una cosa sabemos hasta ahora.

Cuando estudiamos la resistencia, averiguamos que ella parte de unas fuerzas del yo, de unas propiedades del carácter conocidas y latentes. También son estas, entonces, las que procuraron la represión o, al menos, participaron en ella. Lo demás nos es todavía desconocido.

En este punto viene en nuestro auxilio la segunda experiencia que yo había anunciado. El análisis nos permite indicar en todos los casos el propósito de los síntomas neuróticos. Tampoco esto es nuevo para ustedes. Ya se los he mostrado en dos casos de neurosis. Pero, ¿Qué valen dos casos? Ustedes tienen derecho a exigir que se lo demuestre doscientas, incontables veces. De nuevo esto tiene que remplazarse por la experiencia propia o por la fe, que en este punto puede invocar el testimonio coincidente de todos los psicoanalistas.

Ustedes lo recuerdan; en dos casos cuyos síntomas sometimos a una indagación profunda, el análisis nos inició en lo más íntimo de la vida sexual de estos enfermos. En el primero, además, individualizamos con particular nitidez el propósito o tendencia del síntoma indagado; quizás en el segundo estaba algo escondido por un factor que mencionaré más adelante. Ahora bien, lo mismo que vimos en estos dos ejemplos nos lo enseñarían todos los otros casos que sometiéramos al análisis. Este nos introduciría siempre en las vivencias y deseos sexuales del enfermo, y siempre nos veríamos obligados a comprobar que sus síntomas sirven al mismo propósito: se nos da a conocer, como tal, la satisfacción de unos deseos sexuales; los síntomas sirven a la satisfacción sexual de los enfermos, son un sustituto de esa satisfacción que les falta en la vida.

Consideren la acción obsesiva de nuestra primera paciente. La mujer echa de menos a su marido, a quien ama intensamente, pero con quien no puede convivir a causa de las deficiencias y debilidades de él. Tiene que permanecerle fiel, no puede remplazarlo por otro. Su síntoma obsesivo le da lo que ella ansía: eleva a su marido, corrige, desmiente sus debilidades, sobre todo su impotencia. Este síntoma es en el fondo un cumplimiento de deseo, en un todo como un sueño, y es además (lo que el sueño no es siempre) el cumplimiento de un deseo erótico. En el caso de nuestra segunda paciente pudieron ustedes al menos sacar en limpio que su ceremonial pretendía estorbar el comercio sexual de los padres o impedir que concibiesen otro hijo. Y aun coligieron que en el fondo ella aspiraba a ponerse en el lugar de la madre. Por tanto, otra vez una remoción de lo que perturba la satisfacción sexual y el cumplimiento de unos deseos sexuales propios. Pronto nos referiremos a la complicación que mencionamos poco antes.

¡Mis estimados señores! No me gustaría tener que restringir más adelante la universalidad de estas aseveraciones; por eso les hago notar que todo lo que aquí digo sobre represión, formación de síntomas y significado de estos últimos se obtuvo con relación a tres formas de neurosis: la histeria de angustia, la histeria de conversión y la neurosis obsesiva, y por tanto en principio sólo vale para ellas. Estas tres afecciones, que solemos reunir en un solo grupo bajo el título de «neurosis de trasferencia (60)», abarcan también el campo en que puede afianzarse la terapia psicoanalítica. Las otras neurosis han sido mucho menos estudiadas por el psicoanálisis; respecto de un grupo de ellas, el motivo de ese retraso fue sin duda la imposibilidad de conseguir un resultado terapéutico. No deben olvidar que el psicoanálisis es todavía una ciencia muy joven, su preparación demanda mucho trabajo y esfuerzo, y hasta no hace mucho se basaba en lo que podían ver dos ojos solamente. Empero, por todas partes estamos a punto de penetrar en la comprensión de estas otras afecciones, las que no son neurosis de trasferencia. Espero poder exponerles todavía las ampliaciones que nuestros supuestos experimentan al aplicarse a este material nuevo, así como los resultados que de ahí se obtienen, y mostrarles que estos ulteriores estudios no han llevado a contradicciones, sino a unidades de nivel superior (ver nota(61) ). Así pues, todo lo que ahora diré rige para las tres neurosis de trasferencia; permítanme entonces continuar con otra comunicación que acrecienta el valor de los síntomas. Una indagación comparativa de las ocasiones en que puede contraerse la neurosis da un resultado que puede verterse en esta fórmula: Estas personas enferman a raíz de una frustración cualquiera, cuando la realidad les escatima la satisfacción de sus deseos sexuales (VER NOTA(62)). Adviertan cuán admirablemente armonizan entre sí estos dos resultados. Ello nos reafirma que los síntomas han de comprenderse como una satisfacción sustitutiva de lo que fe echó de menos en la vida.

Sin duda, es posible plantear aún toda clase de objeciones a la tesis según la cual los síntomas neuróticos son unas satisfacciones sexuales sustitutivas. Ustedes mismos, tras haber indagado analíticamente a un mayor número de neuróticos, me informarán quizá, sacudiendo la cabeza: «Pero ... en una serie de casos esto no es así en modo alguno; los síntomas parecen contener más bien el propósito contrario, el de excluir o cancelar la satisfacción sexual». No impugnaré la corrección de la interpretación de ustedes. Es que las cosas suelen presentarse en el psicoanálisis más complicadas de lo que quisiéramos. Y si fueran tan simples, quizá no se requeriría del psicoanálisis para echar luz sobre ellas. En realidad, ya algunos rasgos del ceremonial de nuestra segunda paciente dejan reconocer este carácter ascético, enemigo de la satisfacción sexual; por ejemplo, el hecho de que quite los relojes, lo cual tiene el sentido mágico de evitar erecciones nocturnas, o el de que pretenda prevenir la caída y rotura de vasijas, lo cual equivale a una protección de su virginidad.

En otros casos de ceremonial de dormir que pude analizar, este carácter negativo era mucho más expreso; el ceremonial podía consistir enteramente en unas medidas de defensa contra recuerdos y tentaciones sexuales. Y bien: hartas veces hemos comprobado ya en el psicoanálisis que opuestos no equivalen a contradicción (ver nota(63)). Pudimos ampliar nuestra aseveración y sostener que los síntomas llevan el propósito de obtener una satisfacción sexual o bien de defenderse de ella; así, en la histeria prevalece el carácter positivo, de cumplimiento de deseo, y en la neurosis obsesiva, el negativo, ascético. Si los síntomas pueden servir tanto a la satisfacción sexual como a su opuesto, esta bilateralidad o polaridad suya tiene un notable fundamento en una pieza de su mecanismo, que aún no pudimos mencionar. En efecto, según llegaremos a saber, son productos de compromiso; nacen de la interferencia de dos aspiraciones opuestas y subrogan tanto a lo reprimido cuanto a lo represor que han cooperado en su génesis. La subrogación puede entonces inclinarse más hacia un lado o hacia el otro; es raro que una de esas influencias falte por completo. En la histeria se alcanza, las más de las veces, la coincidencia de los dos propósitos en el mismo síntoma. En la neurosis obsesiva, las dos partes a menudo se separan; el síntoma se hace entonces de dos tiempos, consta de dos acciones sucesivas que se cancelan entre sí (VER NOTA(64)).

No nos resultará tan fácil aventar un segundo reparo. Si ustedes abarcan con la mirada una serie más amplia de interpretaciones de síntomas, probablemente juzguen al comienzo que en ellas el concepto de satisfacción sexual sustitutiva se ha extendido hasta límites extremos. No dejarán de destacar que esos síntomas no ofrecen nada real en materia de satisfacción, y aun con bastante frecuencia se limitan a reanimar una sensación o a figurar una fantasía proveniente de un complejo sexual. Apuntarán, además, que la supuesta satisfacción sexual muestra demasiado a menudo un carácter infantil e indigno, tal vez se aproxima a un acto masturbatorio o recuerda a las cochinas malas costumbres que ya en los niños se prohíben y se desarraigan. Y encima expresarán su asombro ante el hecho de que se quiera hacer pasar por una satisfacción sexual lo que quizá tendría que describirse como satisfacción de concupiscencias que se dirían crueles o monstruosas, y hasta antinaturales. Sobre estos últimos puntos, señores míos, no habremos de alcanzar acuerdo alguno antes de someter a indagación radical la vida sexual de los seres humanos y establecer lo que es lícito llamar «sexual».

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39 [Lo esencial de la concepción de Freud sobre la represión aparece ya en su contribución a los Estudios sobre la histeria (1895d), AE 2, págs. 275-6. Refirió sus hallazgos en forma similar en la «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico» (1914d), AE, 14, págs. 15-6. Hago un resumen de la evolución de su teoría al respecto en mi «Nota introductoria» a «La represión» (1915d), AE, 14, págs. 138 y sigs.; en ese trabajo, así como en la sección IV de «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, págs. 177 y sigs., están contenidas sus más profundas reflexiones sobre el tema.]

40 [El concepto de resistencia había sido introducido en la 7ª conferencia.]

41 [Freud ya había establecido esta regla, en conexión con la interpretación de los sueños, en la 7ª conferencia, 15, pág.105. Su primera formulación de la misma aparece en el capítulo II de La interpretación de los sueños (1900a), AE, 4, págs. 122-4, y posteriormente en su contribución a un libro de Löwenfeld (Freud, 1904a, AE, 7, págs. 238-9). La expresión «regla fundamental» fue acuñada en «Sobre la dinámica de la trasferencia» (1912b), AE, 12, pág. 104, donde agrego algunas otras referencias anteriores en una nota al pie. Su descripción más completa es, quizá, la incluida en otro trabajo técnico, «Sobre la iniciación del tratamiento» (1913c), AE, 12, págs. 135-7. Entre las menciones posteriores cabe citar un pasaje de la Presentación autobiográfica (1925d), AE, 20, págs. 38-9; hay asimismo una interesante alusión a las razones profundas que impiden obedecerla en Inhibición, síntoma y angustia (1926d), AE, 20, pág. 116. En este último pasaje, al discutir el papel que cumple el proceso defensivo del «aislamiento» en el pensamiento corriente orientado a un propósito, Freud menciona especialmente las dificultades que tienen al respecto los neuróticos obsesivos.]

42 [En la 17ª conferencia, pág. 237, ya se aludió al papel de la duda en los casos de neurosis obsesiva. Freud mencionó la necesidad de emplear técnicas especiales al tratar dichos casos en el trabajo que presentó en el Congreso de Budapest (1919a), AE, 17, pág. 161.]

43 [La 27ª conferencia, págs. 392 y sigs., está dedicada a una amplia discusión de es te fenómeno.]

44 [Un párrafo del trabajo leído por Freud en el Congreso de Nuremberg (1910d), AE, 11, pág. 136, demuestra que esta fue una comprobación comparativamente tardía en la técnica analítica.]

45 [Esta es la más completa de las descripciones que hiciera Freud sobre las formas que adopta, en general, la resistencia, aunque el caso particular de la resistencia a la trasferencia se examina con más detalle en «Sobre la dinámica de la trasferencia» (1912b).]

46 [Véase la 18ª conferencia.]

47 [Se hallarán fechas bastante precisas en cuanto al uso de la hipnosis por parte de Freud en una nota al pie que agregué al caso de Lucy R., en Estudios sobre la histeria (1895d), AE, 2, págs. 127-8.]

48 [Freud declaró haber advertido por primera vez la importancia de la resistencia durante el análisis de Elisabeth von R.; en esa época estaba utilizando la técnica de la «sugestión», sin hipnosis. Cf. Estudios sobre la histeria (1895d), AE, 2, págs.168-9.]

49 [Freud expresó esto mismo, con palabras muy semejantes, en su «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico» (1914d), AE, 14, pág. 15. Con anterioridad a ello, no se mostró inclinado a trazar una línea demarcadora tan neta (cf. ibid., págs. 7-8).]

50 {Vorstellungen; no se olvide que la «representación» tiene origen sensorial. Una traducción más libre sería, quizá, «las ilustraciones o imágenes teóricas que permitieron dar carnadura al concepto abstracto de represión».}

51 [Cf. 15, pág. 208n. La analogía espacial para la resistencia y la represión que Freud procede a trazar a continuación es similar a. la que empleó en la segunda de sus Cinco conferencias sobre psicoanálisis (1910a), AE, 11, págs. 22-3.]

52 [Aparentemente se olvidó de mencionar luego esta excepción, aunque sin duda debe tratarse de la percepción exterior.]

53 [«Bewusstseinsunfábig», término acuñado por Breuer tomando como modelo «hoflabig» («admisible en la Corte», «que tiene acceso a la Corte»). Véase al respecto Estudios sobre la histeria (1895), AE, 2, pág. 235n.]

54 {Nótese: «sichvordrängen», «abrirse paso»; «zurücUrángen», «refrenar», y «verdringen», «reprimir»; derivados de «drängen», «esforzar, empujar, urgir».}

55 [No se advierte con claridad qué quiso decir aquí Freud.]

56 [A,-M. Ampère (1775-1836), uno de los creadores del electromagnetismo, había empleado en uno de sus primeros experimentos, tendiente a establecer la relación entre el magnetismo y la electricidad, un maniquí de metal.]

57 [A,-M. Ampère (1775-1836), uno de los creadores del electromagnetismo, había empleado en uno de sus primeros experimentos, tendiente a establecer la relación entre el magnetismo y la electricidad, un maniquí de metal.]

58 [Freud explica su objeción al término «subconciente» en el trabajo ¿Pueden los legos ejercer el análisis? (1926e), AE, 20, págs. 184-5. Véase asimismo mi nota al pie en «Lo inconciente» (19150, AE, 14, pág. 167, n. 4.]

59 [Véanse los tramos finales de las conferencias 13ª y 14ª.]

60 [Esta expresión es explicada en la 27ª conferencia]

61 [Véase el examen del narcisismo en la 26ª conferencia.]

62 [Esto se examina con más detalle en la 22ª conferencia.]

63 [Por ejemplo, en la 11ª conferencia.]

64 [Se hallarán ejemplos y un examen de este punto en el caso del «Hombre de las Ratas» (1909d), AE, 10, págs. 150-2 y n.29.]

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